Las bombas saudíes y el Imperativo Categórico

Nos quejamos mucho, pero en el fondo es un alivio que los chavales estén a lo suyo, que no vean de los informativos sino el futbol y que además entiendan que las materias que ven en clase -a la que la mayoría de ellos van a disgusto y obligados- no tiene la menor relación con la realidad. Porque si llegasen a ser lo que sus profesores, algunos pedagogos medio sensatos y el Ministerio querríamos que fuesen, nos harían preguntas incómodas. Yo soy “profe” de esa extraña asignatura llamada Valores éticos, y si me saltasen en el aula con el problema de la venta de armas de Navantia a Arabia Saudí no sabría qué contestar. También tengo hijos, y no querría que se viesen en una situación apurada por nada del mundo. Pero los yemeníes también los tienen, hasta que un pepinazo “de precisión” que acierta en el microbús en el que viajan entretenidos en sus disputas despreocupadas disgrega sus moléculas por el viento del desierto. El ministro Borrell, que hasta ahora no nos caía tan mal, dice que no hay peligro, que le puedes dar un sable láser a un loco que está en guerra y lo utilizará para abrir un melón. Ante semejante chiste, por no decir broma pesada, creo que en mi caso sólo podría recurrir a Kant. No porque yo tenga demasiada fe en Kant, que me parece un intelecto formidable pero algo anticuado, sino porque Kant precisamente se imparte en Primero de Bachillerato, muy por encima, en Segundo de Bachillerato, casi completo pero horriblemente abreviado, y últimamente en Cuarto de la Eso, puesto que su clara arquitectura conceptual y su rigorismo ético hacen de él un fácil recurso para el docente cuando de lo que se trata es de dar sentido a una asignatura introductoria. Además, los juristas llevan dos siglos echando mano de él cuando pretenden aportar una justificación racional al fundamento moral del Derecho y la Política. De modo que Kant es nuestro hombre, es la Ilustración hecha Idea, y yo tiraría de él si a un alumno avispado o especialmente concienciado le diese por preguntarme sobre la actualidad española.

 

 

Un chico de esa edad no está, en mi opinión, maduro para relativismos, posmodernismos e incluso ni siquiera hegelianismos, hay que ofrecerle la cabeza de Kant como el rey Herodes ofreció la de Juan el Bautista Salomé. Y ya se sabe -porque, como digo, hasta los adolescentes lo saben, les guste o no- que Kant formuló el Imperativo Categórico, que dice, en sus dos enunciaciones más básicas, aquello de que

“Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal” y “Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como un medio”.

Así de lapidario, así de sencillo, al menos según dos de las cuatro formas que Kant elabora en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Lo que diría, pues, a mi clase de Valores éticos, o al alumno avispado que esperara una respuesta de altura de su profesor mientras los demás piensan que es un pedante o un “notas” sería eso mismo: que es imposible que los trabajadores de Navantia o el gobierno de España puedan querer a la vez seguir fabricando artefactos de guerra para el país árabe y que reine la paz en el mundo, la “paz perpetua” que decía también Kant. O sea, que si la máxima de tu acción es “es bueno y apropiado fabricar armas si de ello depende tu puesto de trabajo”, entonces no puedes convertirla en Ley Universal, porque estarías queriendo -determinando tu libertad racional, nada menos- al mismo tiempo que cualquier otro país en cualquier otra parte del globo esté legitimado a fabricar armas contra ti en el futuro, amén de asentir al hecho terrorífico de que esa práctica se convierta en parte positiva del Derecho Internacional desde ahora y para siempre y valedera para la entera especie humana presente y futura.

 

 

Pero eso no es lo peor: lo peor es que habrías convertido a los niños del microbús yemení y otras muchas víctimas potenciales en un medio para la obtención de beneficio (que, por cierto, es irrisorio a nivel nacional, me parece: 9 millones de euros…) y garantía de trabajo, y no ya en un fin en sí mismos. Que cada ser humano sea considerado como un fin en sí mismo, y no como un medio para el proyecto bienintencionado o perverso de otro, es, desde luego, una ingenuidad de Kant que pocas veces tiene lugar en el mundo real -yo suelo poner el ejemplo de la educación pública misma, sencillamente porque no se me ocurre otro, ya que, en efecto, inicialmente los profesores no damos clase ni calificamos a los chicos para obtener nada de ello, o esa es nuestra función-, pero él con seguridad replicaría que no es cuestión de que se sea ingenuo o no, sino que se trata de un mandamiento de la Razón Práctica. Y ese mandamiento, el Imperativo Categórico, no funciona en base a circunstancias concretas, como el compromiso comercial con un país extranjero, ni la preservación de los puestos de trabajo de unos empleados, los cuales, desde luego, también deben ser tomados como fines en sí mismos; funciona, según Kant, pese a las circunstancias concretas, todavía más: incluso contra ellas, si ello fuera menester.

 

Immanuel Kant

 

De manera que eso es lo único que a mí se me ocurriría decir, en el contexto de un aula de Educación Secundaria Obligatoria. En Bachillerato igual hasta matizaría más, pero no sé bien hacia donde. ¿Qué iba a decir, que los humanos nos movemos por intereses, que no existe ningún arbitraje racional por encima de ellos, que el mundo es una jungla (y recuérdese que hasta en la selva del imperialista Rudyard Kipling regían leyes, contra Thomas Hobbes y su influyente concepción del “estado natural”…), y que sálvese quien pueda… Aunque esto fuera tristemente cierto, un centro educativo público y laico del Estado español no sería el lugar para decirlo, porque entraríamos en una cierta contradicción performativa –esto es, estaría diciendo algo que anularía mi propio papel y la validez de estar diciéndolo. Kant pensaba que el mal moral consistía en fundamentar la máxima de tu acción en una pasión o interés particular imposible de universalizar, puesto que además te guías por la peor parte de ti, no por la más noble y digna, esa que te hace humano.

 

Thomas Hobbes

Que lo que hacen Navantia y el Gobierno español es un mal no lo duda nadie, otra cosa es que comprendamos humanamente los motivos que llevan a los trabajadores a atrincherase en su posición (aunque lo que de verdad no se comprende de todo esto es cómo todo un Ejecutivo de un país europeo desarrollado es incapaz de encontrarles otra alternativa laboral). Kant, en cambio, no los comprendería: para él, serían ellos los que no han entendido bien o no les ha explicado nadie el uso de su Libertad en tanto seres racionales. Pero, en fin, Kant no es más que un dinosaurio egregio del s. XVIII. Kant no conocía los smartphones, no navegaba por Internet, viajaba en carruaje y lo más mortífero que conocía era un cañón de bola y pólvora. Era algo racista, un poco machista, y se fiaba poco de los impulsos de sus congéneres, incluso recelaba de las virtudes inconstantes del “buen corazón”. Pero es todo, creo, lo que tenemos los profesores de filosofía a nuestro alcance; yo, desde luego, nunca acudiría a un salvaje como Nietzsche, por ejemplo. Porque con Kant a la vista y en un entorno académico queda como más manifiesto que si vendemos bombas y corbetas a Arabia Saudí para que masacren niños o abran melones lo que nos cargamos también es la mismísima Ilustración…

 

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1 Comment

  1. says: Óscar S.

    Tiene una gracia amarga, por cierto, recordar ahora como cierta gente y ciertos partidos bien apoyaron o bien pusieron el grito en el cielo -ambos quedan retratados ahora- por la guerra de Irak, emprendida en nombre de la inhumanidad que suponía que Sadam pudisese poseer unas inexistentes armas de destrucción masiva… Las existentes parece que no son tan masivas, después de todo, y eso las disculpa.

    Una cosa más: cuando se dice que los profesores que hacen correctamente su trabajo lo hacen a cambio de nada, por supuesto no estoy pensando en el sueldo, que de todas maneras no va a variar aunque seas injusto o negligente…

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