Dcode 2013, Impresiones

La música conquista el corazón de Madrid

Por HUGO GONZÁLEZ GRANDA ( @oscuraseduccion)

Un festival es música, sí, pero también  tiene mucho de acto social. Uno va al Dcode llevando consigo sus mejores intenciones, sus deseos de disfrutar de las canciones con las que ameniza su soledad, pero enseguida comprende que en un festival todo es más difícil. Están los otros, sus gustos y expectativas.  Y si una de tus amigas renuncia a ver Izal a las 6 de la tarde a pleno sol por una buena cerveza fresquita y una conversación amena debajo de los árboles de la facultad de Medicina, sabes que tarde o temprano, te pedirá tu renuncia con una mirada tierna y una sonrisa maligna. Entonces tú con un profundo pesar y ese dolor egocéntrico que lleva implícito el pliegue, dejarás pasar la oportunidad  de escuchar en directo la fantástica voz de John Grant. Y tu renuncia parecerá cerrar el círculo vicioso en igualdad de condiciones. Aunque tú sepas que no, que no es lo mismo. Pero es tu amiga y la quieres mucho.

Ya dentro, al compás de las últimas baladas blanditas de L.A. unas atractivas azafatas de Brugal nos repartieron unos tubos de colores fluorescentes. Nadie me dijo que serían una de las atracciones de la noche. La gente parecía volverse loca con los palos. Reconozco que no me enteré de nada hasta que el décimo desconocido oligofrénico desencajó su cara para pararse delante de mí y gritarme: “Un palooooooooooo”. Hasta que la camarera que me vendió el primer mini de cerveza también lo hizo. Y me dio por preguntar. Y me contaron algo de un anuncio de limonada que se había vuelto viral. De una campaña de publicidad que había conseguido su objetivo.

Mientras tanto, llegaban las 20.00 y empezaba lo bueno. Aquellos grupos por los que Dcode había conseguido colgar el cartel de no hay entradas. Comenzaba Love of Lesbian, con esa madurez que da el éxito tardío. Saben lo que quieren, lo que dan y lo que buscan. No hay impostura. El show gira en torno a la entrañable ambigüedad de Santi Balmes, su característica voz, sus contoneos de cadera, sus disfraces festivaleros. Suya fue una de las canciones del verano, ese “Fantástico” que todos disfrutamos a pesar de la paella mal hecha. Los fans de John Boy empiezan a ser multitud, y de alguna forma, se lo merecen.

Foals en cambio me parecieron plomizos. Tienen algunas buenas canciones, pero se hicieron densos. No conseguí conectar con ellos.  Intuí que era un buen momento para ir a comer algo, para esperar una de las larguísimas colas que había por todas partes. Creo que mucha gente pensó como yo, y aquella espera para ingerir una mala hamburguesa o una pizza radioactiva y cara se hizo interminable.

Tenía muchas ganas de ver a Vampire Weekend. Y no sé si fue decepción lo que sentí. Pero si un cierto bajón. Su música se dispersa al aire libre todo lo que seduce en la intimidad. Aun así, son fantásticos. Cuidan ese tipo de canción tan difícil de hacer. Canciones que convierten un viaje en coche en entrañable, que cambian tu emocionalidad en un día turbio, que recuerdan una sonrisa al rescoldo de una lumbre.

Luego llegó Amaral y se acabó la controversia. Que si no son indies, que si sí lo son, que si la abuela fuma en pipa, que si leches. Eva Amaral salió al escenario llena de energía y despejó los nubarrones. Imponente, eligió muchas de las canciones de su último disco, el auto-producido, el más indie. No fuera a ser que alguien dijera algo. Y demostró que tiene una voz (¡qué voz!) que lo sostiene todo, incluso sus peores temas. Por un momento, hasta los centenares de personas que esperaban sentados cogiendo fila para el plato fuerte del día, Franz Ferdinand, se levantaron y pensaron que Amaral tenía su granito que aportar. Quizá hasta les perdonaron que hubieran sonado en la radio y que en algún momento fueran consumidos masivamente. Y sí, el publico cantó “El universo sobre mí” porque hay veces que las canciones de la radio quedan en el inconsciente asociadas a recuerdos de otros días, al camino hacia la madurez, a los primeros amores. La última canción “Revolución”, conectó con cierto presente social, y enardeció a una masa que ya no pararía de saltar en las dos horas siguientes.

Porque claro después llegaba Franz Ferdinand. Y eso es decir mucho. Temazo tras temazo consiguieron que 25.000 personas estallaran de jubilo al ritmo de sus riffs. Presentaban su último disco que, reconozco, llevaba con calzador. Dio igual, hay música  que sin haberla oído te entra por los pies. Y estos cuando empiezan a moverse no hay quien los pare. “Love illumination” me dejo un regusto a clásico y “Take me out” me recordó a aquella amiga de pelo rizado que sabía árabe y cantaba en inglés. Porque seguro que habrá una manera objetiva de catalogar las canciones, pero a mí me cuesta mucho separarlas de personas, de momentos. Y Franz Ferdinanz tendrá el suyo. Porque el corazón de Madrid y yo vibramos con ellos.

Parecía que luego iba a llegar el bajón. Pero allí estaba lo social de nuevo. Sonrisas conocidas de mi Madrid aparecieron de improvisto para que Capital Cities fuera un conciertazo inesperado, un reencuentro entre música desenfadada y optimista. Mucho del publico que parecía necesitar un respiro, recuperar un poco las piernas en el césped pisoteado, se reenganchó al primer sonido de trompeta. Y no lo lamentaron.

Aquello fue un no parar.

Y sí, incluso, cerré el festival haciendo un intento de bailar esa tortura electrónica llamada “The Warriors & friends”. En aquellos momentos y sin que sirva de precedente la pesadilla parecía dulce. No sé qué sería.  Pero me temo que lo social, porque la música terminó una hora antes.

A la tercera el Dcode ha conseguido acercarse a la altura de la ciudad que lo acoge musicalmente hablando. Eso sí, a la próxima el listón de baños, comida y relación espacio-gente tiene que estar más alto. Fue casi insufrible. Parece que no aprendemos. 

Hay música después del verano

Por ALICIA GALÁN ALVAREZ  (@aleceiaga)

Con formato de un día y en esa especie de tierra espaciada que es la Ciudad Universitaria de Madrid, se celebró el pasado sábado el Dcode. Atardecía al son de John Grant, con una puesta en escena mucho más enérgica que sus íntimas canciones de estudio. Fue breve, pero con todo el repertorio necesario; y temas como I wanna go to Mars fueron como para poner la piel de gallina a sus más fieles seguidores. Después llegaron las baladas de L.A., dedicadas a enamorados que escuchaban sentados en el césped, y otras melodías cortas y alegres al tiempo que íbamos tomando las primeras cervezas. El centro de gravedad del público ya se había trasladado de escenario antes de que L.A. finalizaran su actuación, esperando a los ya consagrados Love of Lesbian. Fue un directo impecable, con todos los detalles ensayados, aunque, no por ello, carente de momentos especiales. Sombreros, gafas y capas para empezar la noche eterna de la música. Y es que, su séptimo trabajo es tan redondo en letras y música como la luna al fondo del escenario. Bocadillo y parada técnica para cambiar al registro electrónico juvenil de Vampire Weekend, ya frente a un grupo de asistentes mucho más numeroso que en las primeras horas de la tarde. Los neoyorkinos quizás estuvieron menos lucidos que en su impecable Vampires of the city, de sonido completamente cristalino y probablemente difícil de llevar a festivales. Les siguió Amaral, muy sonriente y llena de energía, sin duda la apuesta nacional más controvertida del festival y (creo) la única mujer en escena. Fue capaz incluso de levantar a los hipsters más empedernidos, que corearon sin reservas El universo sobre mí. Lo mejor estaba por llegar y se llamaba Franz Ferdinand. Desde el primer acorde hasta el último, no dejaron decaer las expectativas de un público que demandaba más y más. A guitarrazo limpio y sin para de moverse por la escena, repasaron lo mejor de sus éxitos, además de muchísimos temas de su nuevo disco, Right thoughts, right words, right action. Alex Kapranos estuvo increíble liderando una banda que siempre aporta muchísimo valor a sus directos. Si, como dijo en los medios, su misión es tocar música para bailar, lo consiguieron de pleno. La noche terminó con aires festivos, entre Capital cities y las sesiones de Buffetlibre, entre otros, una estupenda coda para una jornada de llenazo total, mucha y buena música en Madrid.

El lugar donde teníamos que estar

Por SANTIAGO GALÁN ÁLVAREZ (@petirrojoexacto)

Nos lo habían puesto en bandeja: un cartelazo variado y concentrado en una tarde, a un precio más que razonable para como andan las cosas. Siendo así, ¿quién quería resistirse a la nueva edición del Dcode? El sold out, que por primera vez conseguía el festival, habla por sí solo:

Nos dejamos penetrar por el vozarrón y el talento melódico de John Grant con los últimos estertores de calor. Todo aplomo y tranquilidad, comunicativo y cercano, fue un primer plato exquisito. 

Pasamos algo por encima el rock de raíces de LA, quizás porque no interactuaron demasiado con el público, quizás porque ese público se revolvía esperando a Love of Lesbian, divertidísimos, burlones, fantásticos, gran prólogo a la tanda nocturna.

Aprovechamos el espacio de Foals para repostar y ni siquiera nos captaron demasiado desde el fondo. Todo lo contrario a lo que aspiraban Vampire Weekend. Con su mejor disco bajo el brazo, y con el reto de defender su delicado minimalismo en un escenario grande, cometieron el error de no confiar en su fuerza. Concedieron pocos temas de este último álbum y los diluyeron demasiado entre sus movidos éxitos de antaño. Los bailamos, los coreamos, los disfrutamos, pero no dejaba de flotar la sensación de que erraron el orden del setlist.

Consciente de que era la parte polémica del cartel (la fama pesa), Amaral tiró de tablas y acabó ganándose a la gente, incluso a los escépticos, aunque no sacara su mejor repertorio y aunque sabía que pronto se la llevaría el huracán de guitarras de Franz Ferdinand, incendiando la noche de salto en salto, de grito en grito, de pose sexy en pose sexy.

Aún tuvimos tiempo de impedir el descanso del cuerpo escuchando cómo Buffetlibre remezclaban a Capital Cities mientras éstos mismos se marcaban todo un Pink Floyd en clave electrónica (versionaron Breathe) en el escenario del al lado. Finalmente, quedó Safe and Sound en la mente como último eco de fondo mientras emprendíamos el regreso a casa, confirmando que el Dcodefest había sido todo un éxito.

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4 Comentarios

  1. says: Dj Tini

    El disco de John Grant de este año es bonito, sí. Franz Ferdinand, Vampire Weekend y Foals van para atrás, ninguno alcanza la inspiración de sus primeros discos. Love of Lesbian se están perdiendo…
    Pues sí, en los festivales cada vez hay más pose, menos gente escuchando y más gente hablando y pavoneándose. Cuando se va a un festival es lo que hay… si uno quiere disfrutar de un concierto de otra manera mejor en otro ámbito.

  2. No es que cada vez haya más pose.Es que siempre la ha habido. Un festival es un acto social, en eso consiste, en compartir música variada con amigos, conversaciones, pavoneos, poses, modelitos… Y no tiene porque esta mal. La música tiene diferentes dimensiones, diferentes escuchas…

    Me encanta el nuevo disco de Vampire Weekend, no lo puedo evitar.

  3. says: petirrojoexacto

    Un grupo tiene que trabajarse bien a su público en un festival si no quiere que el acto social predomine sobre el musical. Cuando ambas partes están compensadas es cuando se convierte en un disfrute mayúsculo.

    Coincido con Hugo, ‘Modern Vampires of the City’ es lo mejor que ha parido Vampire Weekend. Ya explicaré por qué cuando aparezca en las listas del año. Como digo en la crónica, su esqueleto minimalista es más propio de un directo en sala pequeña. Pero la fama es lo que tiene, todos queremos verlos y hay que adaptarse. No lo hicieron mal, salvo en la ordenación de canciones, precisamente uno de los puntos más fuertes de su último disco.

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