Es una cuestión de escala. No leemos igual un libro de 200 páginas que uno de 1.000, ni enfrentamos con la misma disposición una pieza musical de 5 minutos que una de 1 hora. En cine, como en todas las artes de percepción temporal, desarrollar una obra de más de 4 horas conlleva regirse por unos códigos muy diferentes a los que se manejan para una duración convencional. Si se dominan, el resultado puede superar ampliamente el efecto que pudiera provocarse con un tiempo más ajustado. En películas tan extensas el espectador acaba de alguna forma viviendo dentro de ellas, embebido en su mundo, participando más consciente y directamente de lo que ve. Esto permite liberar formas de expresión que de otra forma hubieran estado quizás fuera de lugar.

 Nymphomaniac es a la filmografía de Lars von Trier lo que Kill Bill es a la de Quentin Tarantino, algo así como un análisis de sí mismo y un desafío en que trata de compendiar todas sus obsesiones cinematográficas, poniéndolas en común y dejándolas mezclarse y esparcirse sin ninguna restricción impuesta. Al contrario que el díptico tarantiniano, Nymphomaniac no establece una marcada diferencia de estilo entre sus mitades, formando un todo unitario cuya partición responde únicamente a criterios comerciales. Conviene, por tanto, verla del tirón para poder apreciar adecuadamente toda su alambicada riqueza y la interrelación que se establece continuamente entre sus múltiples niveles de lectura. Bien es cierto que la versión de 4 horas que se puede disfrutar en salas no es todavía la definitiva que quería el realizador danés (que alcanza las 5 horas y media), pero da una idea completa de la propuesta. A juzgar por las toneladas de sexo pornográfico que se vendían antes de su estreno, y la relativa poca presencia que éste tiene en lo que hemos podido ver, es de suponer que han sido todas estas escenas más explícitas las que se han quedado en la sala de montaje, pero no el cuerpo principal del argumento. En este sentido, hay que alabar a los responsables de la campaña promocional del film, con esos carteles orgásmicos de sus protagonistas, pues consiguieron generar el revuelo suficiente que pretendían para poner la cinta en boca de todos. Pero era pura apariencia. Por suerte, Von Trier se toma muy en serio su trabajo y la pornografía, si bien está presente en la cinta, no es para nada el núcleo en torno al que orbita.

 Recuperando la comparación tarantiniana, y más allá del dato curioso de que Uma Thurman se halle presente en ambas películas, hemos de decir que Nymphomaniac asienta sus pilares principales sobre los 8 capítulos en que se divide, cada uno de los cuales sigue su propia organización interna (hay uno en blanco y negro, otro con pantalla partida, algunos más reflexivos y estáticos, otros de tipo sintético, que avanzan más rápido). Y también como en Kill Bill, hallamos una mixtura constante de momentos dramáticos y cómicos, donde nos salpican inesperados destellos pulp que hacen transitar continuamente el conjunto entre la línea autoparódica y la de autodeificación, todo ello aderezado con un generoso número de “citas” a otros autores. En Nymphomaniac, Von Trier introduce al Haneke de Funny Games (con esa irrupción heavy que rompe la calma inicial), al Kubrick de Eyes Wide Shut (con la inclusión del Jazz Suite Waltz no.2 de Shostakovich), a Andrei Tarkovski (en el importante papel que juegan la contemplación de la naturaleza y sus motivos y sonidos) e incluso a sí mismo (el niño al borde de la caída, al son del Lascia ch’io pianga händeliano).

 Las referencias de la película exceden el ámbito puramente cinematográfico para trasladarse a muchos otros campos. Von Trier quiere aprovechar la historia de Joe (la protagonista que interpreta en juventud una bellísima Stacy Martin y en madurez Charlotte Gainsbourg) para ilustrarnos con toda clase de variadas teorías personales y de conocimientos que abarcan la música y la Historia, la literatura y las bellas artes, la ciencia y las matemáticas, la cábala y la religión. A la manera del Harry Mulisch de la extraordinaria novela El descubrimiento del cielo, el danés se sirve de su propia narrativa para dar cabida a todo esto sin que resulte un pegote en el tronco central de la trama. Nymphomaniac arranca cuando Seligman, personaje al que da vida Stellan Skarsgård, recoge a la malherida Joe de un callejón y ésta le narra todo lo que la condujo hasta allí. Es la propia Joe la que afirma que su historia ha de ser contada en forma de cuento, de cuento moral. Esta clase de transmisión oral de la historia emparenta directamente la cinta con los relatos eróticos de Las mil y una noches, El decamerón y Los cuentos de Canterbury (adaptados al cine por Pasolini en forma de trilogía y citados expresamente en la cinta que nos ocupa). Cada capítulo es introducido por un elemento de la habitación de Seligman, que da lugar a una simbología relacionada con el contenido del segmento. Al basar su desarrollo en la conversación que mantiene Joe con Seligman, el film se permite la licencia de juzgarse a sí mismo según transcurre, de jugar a revertir sus propias claves, de pasar de lo cinematográfico a lo metacinematográfico.

En cuanto al contenido propiamente dicho, cada capítulo pretende por un lado reírse de sí mismo y de los símiles que más burdamente expresan el deseo sexual (construyendo situaciones propias del cine X que acaban tomando una deriva completamente distinta a la de éste, ahí están la escena del ascensor, la profesora de piano y la de los negros, o metáforas como la de la pesca o la bolsa de chocolatinas), y recorrer a través de la protagonista casi todo el muestrario de tendencias y perversiones sexuales existentes: oral, ninfomanía, asexualidad, homosexualidad, sadomasoquismo, incluso un breve apunte acerca de la pederastia, punto donde la película da muestra de toda su valentía. Joe da a entender desde su visión que admira a todas aquellas personas que alguna vez hayan sentido esa clase de inclinación y hayan sido capaces de sobreponerse y no cometer delito alguno contra nadie. Esta teoría es harto peligrosa, dado que muchos que consideren aberrantes otra clase de prácticas (como por ejemplo la homosexual) podrían trasladarla a ese respecto, lo que obliga a que entren en juego otras consideraciones morales. Que la película obligue al espectador a planteárselas es todo un punto a su favor. Queriéndose erigir en catálogo exhaustivo sobre la sexualidad, la película no podía eludir un punto fundamental: el amor. Gracias a la figura de Jerôme (el personaje que interpreta Shia LaBeouf), único objeto de deseo no solo carnal de Joe, se despliegan dentro del complejo mapa del film los aspectos de la vida en pareja, de la maternidad, de la familia, de la ruptura, de la lealtad y la traición. También el afecto o desafecto familiar encuentra su hueco gracias a los respectivos personajes del padre (Christian Slater) y la madre (Connie Nielsen) de Joe.

 De todo ese conjunto, la película extrae la conclusión de que ante todos los avatares de la sexualidad, lo que ha de caber siempre es la aceptación de cada uno con sus singularidades (como antes he indicado, siempre que actúe desde una perspectiva moral), viniendo a concluir que una mujer como Joe tiene derecho a decidir con entera libertad sobre lo que hace con su cuerpo y la dirección en que encamina su vida, sin que la sociedad tenga que juzgarlo. El hecho de elegir a Joe como paradigma para expresar esto es una expiación por parte de Von Trier acerca de todas las acusaciones de misoginia que ha recibido, así como alguna consideración que hace acerca de los judíos lo es respecto de su polémica ida de la lengua en Cannes. Algunos detractores de Nymphomaniac han utilizado esta lectura final de la cinta para cargar contra ella argumentado que no hacía falta un metraje tan abultado ni adornado para llegar a esta conclusión sencilla. Sin embargo, esto no es más que la moraleja del cuento, la rúbrica necesaria para que el film sea consecuente con su propia naturaleza narrativa. Por el camino ha hablado de muchísimas otros temas en torno a la condición humana, que son posibles precisamente gracias al amplísimo arco temporal. Porque además de todo lo citado anteriormente, Nymphomaniac se permite introducir píldoras de los más variados géneros cinematográficos, desde el thriller mafioso y la intriga (magnífica tensión final en torno a la pistola) a la comedia surrealista, de lo onírico a lo underground. Y gracias al genio de Von Trier, todo tiene sentido dentro de la propuesta, contribuyendo únicamente a estimularla y enriquecerla, a multiplicar sus claves y sus niveles de lectura.

 Para Lars von Trier no debía ser fácil plantearse un nuevo film después de haber concluido una obra incontestable como Melancolía, y de haber lidiado con las consecuencias de sus declaraciones. Pero para Nymphomaniac ha puesto todo su arrojo, su espíritu provocador e inquieto y su dominio de la cámara al servicio de una película diferente, monumental, con enjundia, poderosa, libre y edificante: absolutamente imprescindible.

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8 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    La “condición humana”, como dices, es algo que sólo existe literariamente, no en la realidad, y que se obtiene mediante supresiones. Von Trier ya nos había suprimido hasta el escenario en Dogville, para que se note bien que se trata de la agonía de las puras personas enfrentadas unas a otras, al margen del mundo, y supongo que aquí seguirá en su línea. Por ejemplo: ¿hay alguien que trabaje en esta película? Lo ignoro, pero sí sé que base de suprimir, queda tal garabato, tal muñequito de palo de lo que somos que ya podemos tranquilamente generalizar acerca de la esencia, o mejor, falta de ella -que es más desgarrador-, del ser humano. Por eso estos reverendos padres encubiertos gustan de sacarnos tanto sexo directamente tematizado (no como parte del argumento, sino como “el” argumento) ante la vista: se trata, en su caso, de disimular su piadosos propósitos de fondo. Pero lo cuentas tan bien, nos lo pintas de tan bellos colores, que trataré de verla, aunque finalmente resulte otra misa calvinista. Lo que no puedo asegurar es que al terminar me de por hacer examen de conciencia…

  2. Olvidé hacer referencia en el artículo a lo primero que sentí tras acabar el visionado de la película: no es tanto una película como una experiencia. Hay que dejarse llevar, pues del mismo modo que en cualquier momento se eleva el nivel de las divagaciones, éstas pueden verse paródicamente contradichas pocos minutos allá. Nunca se pisan caminos encauzados en esta cinta, y ése es su gran valor.
    Lejos de construir una línea de discurso único (aparte, como ya digo, de su consecución estructural como cuento), la película se dedica a lanzar ideas diversas al aire sin ninguna clase de titubeo y esperar a ver qué pasa, una especie de brainstorming por parte de Von Trier, que como digo, le queda muy bien gracias a su genio. No persigue, desde luego, la centralidad de la idea, como ‘Dogville’ (otra obra maestra, por cierto)

    El que por debajo se queden subtextos, con alguno de los cuales pueda no comulgarse, es algo inevitable, pero aquí prima la experiencia por encima del subtexto.

    Espero haberme explicado, Óscar.
    Yo te recomiendo ver la película, y después me presentas tus propias conclusiones, seguro mucho más incisivas que las mías

  3. says: Óscar S.

    Incisivos tengo dos. Y gustoso lo clavaría en este tío, al que reconozco que tengo una manía terrible desde siempre, lo reconozco. Pero creo que está justificada. Pongo un ejemplo breve: cuando en Cinco condiciones, además de humillar al otro director constantemente, le pone a comer a todo lujo en mitad del hambre de Bombay (¿era Bombay?). Allí no hay subtextos, hay ganas de llamar la atención con lo más doloroso, en la esperanza de que creamos en misteriosos subtextos. Menuda experiencia hicieron los chavales hindúes famélicos…

    Pero insisto en que la veré, por si acaso y por tu supratexto.

  4. No puedo estar más de acuerdo con Oscar, tanto en la alabanza a este espectacular texto como en la manía que comparto por Von Trier.

    Eso sí, me comeré la bilis e ire a ver Nymphomaniac, cualquiera se la pierde después de leer esto…

  5. says: Valdemar Ayala

    Santiago, te felicito por tu análisis de la película, que aún no he podido ver acá, en el norte de México. Yo también admiro sin cortapisas el trabajo de Von Trier. me parece el más importante cineasta del mundo contemporáneo, y agradezco tu texto sobre todo por la lectura culta e intertextual que haces del film. Es precisamente el tipo de crítica cinematográfica que me interesa como lector y como autor. Y definitivamente has incrementado mi interés por ver la obra completa, con el metraje definitivo que quiera darle Von Trier al final de este proceso que, me parece, aún está abierto. Enhorabuena, y de nuevo felicitaciones por tu crítica.

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