Hay que haber leído mucho, casi demasiado, para asombrarse ante lo innovador que tiene el escribir. Escribir es hasta cierto punto una cuestión de clase: escriben quienes leen para glosar lo que han leído, para imitarlo o para anularlo; sin embargo, cuando es sólo una respuesta a la literatura, escribir suele producir textos inanes, más o menos cómodos y en el fondo indiferentes. No hay nada nuevo en contar cosas, como tampoco lo hay en escoger adjetivos, pero (y esto es evidente, si se piensa con simpleza) escribir será algo nuevo si cuentas lo que quieres, como quieres. Es mucha responsabilidad: aquellos que empezamos a escribir porque cumplíamos los años entre libros nos guarecemos tras clichés a la hora de expresarnos. Redactamos bien, desde luego; tanto, que nos olvidamos de lo que vamos a decir, si es que alguna vez lo hemos sabido.
Si es que alguna vez lo hemos sabido. Aconsejó John Ford que antes de rodar películas “vive, y luego vive otra vez”. Ford es un narrador tan alejado del cliché como de tentativas rupturistas, un cineasta que, dado que no se dedicó al documental social ni al drama psicológico, supongo que la realidad no le interesaba como objeto de análisis, sino como fuente de la imaginación. Claro que también conviene leer y ver películas. Uno entra en contacto con imágenes y palabras, un poco como en una fiesta: las saluda, “hola, qué tal, éste debe de ser tu significado y esas de ahí tus connotaciones, ¡qué grandes están ya!”, pero para saber qué puede esperar de ellas, o cuáles son las que le gustan, o qué efecto tienen unas hablando con otras, para eso hace falta tiempo y criterio. Saber cómo contar lo que se va a contar. Y ya se sabe lo complicado que es mantener la cabeza despejada en un evento social.
Escribir es escoger las palabras. ¿Escribir es decidir? No creo que artistas, aspirantes o allegados estén de acuerdo con esto; no si la decisión implica criterios externos. Se decide qué contar según un criterio propio, elegido tras una búsqueda o forjado durante un tiempo. Los críticos especularán sobre la naturaleza de este criterio, que es en la escritura bruto y preciso como el instinto de supervivencia. Al fin y al cabo, la escritura es una cuestión práctica, por lo que “criterio” quizá no sea una palabra adecuada del todo. Cuando el narrador elige un sitio desde el que contar la historia se está haciendo un hueco en ella, un hueco para él; cuando tantea las palabras lo hace esperando encontrar las propias. En esta relación hay un extraño respeto. El escritor trata el lenguaje como si éste estuviera vivo, sin consciencia de utilizarlo sino más bien de ponerlo a favor suyo: el tal criterio se parece más a un pacto de convivencia o las reglas de un juego privado. Al hacer suyo el lenguaje, el escritor puede decir cosas y despabilar así la imaginación del lector: en ese sentido, el lenguaje revive a sus ojos. Se reconoce fácilmente la lengua de madera del pedante y del político, sus metáforas, sobreentendidos y símbolos, su pomposo tintineo. La realidad destroza tales fórmulas., y eso es, para quien quiere contarlo, lo bueno de vivir. Delante de tantas cosas y tan raras como hay, en medio de la salvaje abundancia de lo que sucede, uno imagina otras metáforas, otras elipsis, y encuentra otros símbolos. Hay que haber leído mucho, casi demasiado, para asombrarse por lo particular de la visión propia. Le hemos dado tantas vueltas a cómo ser radicalmente originales y estaba tan cerca; será que – ya lo dijo alguien – lo difícil es hablar de las cosas como realmente las ves.
Qué gusto da leerte, Irene. Fantástica 🙂
Una maravilla! No dejes de escribir, Irene, por favor!
Fue el consejo de Flaubert a Maupassant: concéntrate en mirar una cosa el suficiente tiempo como para vislumbrar en ella algo que nadie haya visto antes. El buen Dios está tras los detalles, etc. Pero lo cierto, en mi opinión, es que estamos saturados de ficción; la tenemos a todas horas y en todos los formatos, vieja y moderna, en color y en blanco y negro. Eso vislumbrado, aquellos detalles… ¿No pueden comunicarse de otras maneras que las de “contar algo”? Griegos y romanos no conocían la novela, pero fundaron todos los demás géneros literarios y escénicos. Los clichés tampoco les asustaban, al contrario: se reafirmaban en la pequeña variación de ellos. Estoy de acuerdo contigo en casi todo, pero añado que estaría bien abrirse a otras formas de análisis y exposición de eso mismo, de la vida, no necesariamente narrativas, pues algo debe favorecer a los poderes tanta ficción cuando tan cómodos se encuentran favoreciéndola…
Se ha hablado mucho de la muerte de la novela y (http://www.letraslibres.com/revista/convivio/la-muerte-de-la-novela) de la muerte de la historia dentro de la novela, también de las posibilidades narcotizantes de la ficcion, de lo que puede distraer de lo presuntamente importante, de la evasion que supone.
Pero resulta que no es sólo lo relacionado con el Poder y la literatura como un arma y nuevos géneros que son posibles y todo eso. Es también la muerte, son todas las vidas que no podemos vivir, son los días que se escapan tan rápido, es el desamor o la derrota que siempre está latiendo allí al fondo.
Es que necesitamos historias para entretenernos, para despistar el aburrimiento, aunque todo nos fuera bien y no hubiera Poder o viviéramos en un mundo perfecto que no puedo imaginar pero en el que también habría noches de insomnio.
Es la intersubjetividad, el placer de explicarse, de ampliar el mundo o de tener la sensación de comprenderlo o de gozarlo en una incertidumbre no demasiado llena de angustia.
Es tener la necesidad de encontrarnos a nosotros mismos a través de la mirada que busca y cree descubrir ese enfoque, esa manera de combinar las palabras, que capta un mundo que puede compartirse, crear una sensación de persistencia.
Necesitamos relatos, buenos relatos para poder soñar otros mundos posibles e incluso para acabar con ellos, para descubrir ciertos mecanismos sensibles o para mirarlos desde lejos.
De acuerdo hay que intentar otros caminos, otras formas de escribir o de expresarse. Pero me temo que los registros son limitados, ya lo hemos visto. Como en la idea vanguardista del arte se llega pronto al “cuadro blanco sobre el fondo blanco”. Y a todo lo demás. Como también ocurrió en la literatura. Pero ya nadie lee con placer un libro de la “nouveau roman. ”
Hay que haber leído mucho (casi demasiado) para darse cuenta que se trata más bien de quitar obstáculos para que brote el placer de articular una manera propia de mirar el mundo que se concrete en poder seguir escribiendo con cierto placer cada día, justo para aprender ese oficio necesario del que hay que aparentar olvidarse para que no apriete el cuello y las historias parezcan frescas, como recién nacidas cuando no lo son en absoluto.
Necesitamos buenas historias que nos apetezca que nos cuenten otra vez.
Pues, sin duda, estamos bastante servidos…