Paul Eluard siempre amó a Gala, incluso mucho después de que ya no fuera su mujer, de que se alejara del grupo surrealista, de que pareciera tomar caminos muy alejados de los que él perseguía, a pesar de la mala salud y de las dificultades económicas y de los otros amores. A pesar de que Gala era la conocida mujer de Dalí, siguieron vinculados, se escapaban para verse y sobre todo se escribían cartas de las que, por desgracia faltan las de ella, porque Eluard las quemó.
Leerlas es internarse en un mundo íntimo donde se mezcla el deseo más intenso con las necesidades más cotidianas o las fragilidades inesperadas que tan a menudo se mueven debajo de los grandes sueños o las grandes obras. Es contemplar el magnetismo de una mujer que influyó en muchos hombres y que nunca quiso renunciar a nada, atreviéndose a casi todo desde su primera juventud, cuando fue capaz de atravesar una Europa en guerra y consiguió llegar, sola, a aquel sanatorio suizo donde conoció a Eluard.
Aquella Gala tan denostada y reivindicada, la musa, a la que sólo venció la vejez, que tanto temía…
“Mi pequeña alondra, mi rica almendra, mi dorogoi, maia crasiva Galochka, gracias por tus cartas. Todo lo que me dices yo también lo pienso, por la mañana al despertarme, por la noche al dormirme y a cada minuto se repite en mi tu nombre: Gala, que quiere decir: amo a Gala. Hace veinte años que te amo, somos inseparables. Si un día estas sola y triste, ese día me encontrarás. Porque no quiero, pese al giro desesperado que ha tomado mi vida, que seas abandonada. Siempre tuyo. Si debemos envejecer, no envejeceremos separados. Soy un maldito imbécil pesimista pero vivo para ti. Si renunciara a vivir tu serias la causa, o más bien sería mi amor desesperado por ti lo que me mataría, mi única grandeza está en tu dicha, en tu vida, en las plantas que cultivas, en tus juegos, en tu coquetería, en “tus amores”. Mi Gala eterna, si he sido malo contigo es porque siempre estaba insatisfecho, insatisfecho, insaciable. La dicha en el amor, que no me hagan reír.
Estoy orgulloso como un rey de lo que me dices de mis poemas. Ya sabes que es el único elogio que me afecta. Por ti voy a reanudar de inmediato el trabajo.
(…) Mi niña pequeña, sé buena y alegre. Mientras te ame -y te amaré siempre- no tienes nada que temer. Eres toda mi vida. Te cubro terriblemente de besos.”
9 de Marzo de 1933
PAUL ELUARD. “Cartas a Gala” Tusquets 1986