“Por muy tonto que parezca, son personas reales para mí, así que a veces hablo de ella como si fuera mi compañera, mi amiga a la que vi la semana pasada, o a la que conozco pero que no he visto en dos años, preguntándome en qué anda”.
Entrevista a Jaime Hernández, 2010
Maggie y Hopey ya van teniendo mi edad, peinado y, como una de ellas siga así, peso. Las conocí en una tienda de cómics de la calle Doctor Esquerdo, comprando al azar, solitario en mis elecciones, que es una táctica que en tiempos pre-crisis me daba brillantísimos resultados, tanto en libros como en cómics como en música. El presente siglo ya había comenzado, y la cosa es que en los ochenta ya había oido hablar muy elogiosamente de la revista Love & Rockets, e incluso forré una carpeta del instituto con una ilustración en blanco y negro de Jaime, magnífica, de chicas malas, entre otras más chillonas y previsibles de otros autores también buenos, pero -entonces no lo sabía- más convencionales. Sin embargo, cuando compre esos cuadernitos de Brut Comix no lo reconocí, o, por mejor decir, no las reconocí. Ponerme ahora a especular qué hubiese ocurrido si con diecisiete años hubiera descubierto el barrio de Huerta, Hoppers 13, además de constituir un absurdo juego contrafáctico, me supera. El caso es que leí aquellas adquisiciones in medias res, sin saber quiénes eran los personajes ni dónde vivían ni qué demonios pasaba antes y después. Pues bien: recomiendo esa forma torpe de entrada en la historia, a la mierda la cronología: anarquía y birra fría. Porque así se me fueron creciendo en todas las dimensiones, como una singularidad en el espacio-tiempo relativista.
Jaime Hernández, en efecto, es por sí solo todo un horizonte de sucesos, aún sin contar con sus hermanos, aún sin contar con los inmigración mexicana en EEUU, aún sin contar con la lucha libre, el punk, la mecánica pro-solar, Ape Sex o los trabajos-basura. Si no existiera todo eso, él se lo habría inventado. De hecho, la mitad se lo ha inventado o lo ha reinventado acertando además a poblarlo de decenas de seres duros, espabilados y finalmente encantadores o terribles que no sólo son reales, como dicen una y otra vez sus fans: es que son descaradamente mejores que la realidad, por desgracia para nosotros. (La gente se lamenta de la muerte de Gabriel García Márquez, sin saber que los Hernández siguen vivitos y coleando…).
Pero sigo por donde iba. Ya no va a ser posible seguir esa desprevenida pero fantástica táctica de lectura porque Ediciones La Cúpula ha editado no hace mucho todo el material consecutivamente, y pedir que os lo compréis (cualquier precio será barato, y en las bibliotecas públicas creo que no se encuentra… todavía) casi a ciegas y que luego lo abráis por cualquier parte quizá sea mucho pedir. No importa: la gozada del millón de incidentes de unas vidas lo más libres que unos pobres medios de existencia pueden proporcionar siguen ahí, desaforados al tiempo que terrenales e imprevisibles lo mismo ordenados que desordenados. El dibujo, que en principio parece clásico, casi de revista quinceañera de los cincuenta, es sencillamente de una expresividad increíble, y profundísimo cuando el montaje de las escenas se pone tétrico o nocturno. El guión no tiene precio, ya lo he dicho. Seguir la andadura de estos personajes, los “viejos” o los “nuevos”, y todos aquellos que se multiplican a su alrededor, es como seguir la trayectoria de la persecución de coches más disparatada que se haya rodado para una película de acción.
Espero que Jaime no termine por estrellarles, que le veo muy capaz. Aunque también es muy capaz de seguir la historia con los policías protagonistas de la persecución, y hacerles únicos, humanos e interesantes sin por ello dejar de ser policías probablemente corruptos y marrulleros. Maggie y Hopey se harán viejas y nostálgicas, pero su juventud será siempre, como el título del poema de Pasolini que dio nombre a aquella estupenda película, la mejor juventud. Seguro que soy un exagerado de cojones y que conozco poco el medio, sin embargo a mi, particularmente, me parece el mejor cómic del mundo.
Se requiere más artículos de vuesa merced sobre el cómic. Gracias por este aperitivo de lo debería ser una gran comilona.
En diciembre del año pasado publicaron la última recopilación, hasta hoy (Jaime firma de 2014 a 2017 sus páginas), de el mundo de Huerta, Hoppers 13, en La cúpula. La han titulado “¿Soy como me ves?”, que es uno de los capítulos. Definitivamente, Maggie y Hopey tienen ya mi edad, y la segunda, incluso un hijo crecido. El álbum se plantea como un viaje nostálgico a aquella juventud -la mejor juventud-, con flashbacks inéditos, pero es tan bueno como de costumbre. Las chicas se hacen viejunas, el arte narrativo de Jaime Hernández nunca. Yo quiero mucho a Alan Moore, que en cierto modo tiene más mérito, porque Moore son muchos Moore, mientras que Jaime sólo es él mismo, pero el encanto del mejicano es mayor, no se puede evitar. Tiene que haber todavía una continuación a este ir frenando, porque la historia termina triste, con una Hopey que, tan poco sentimental como siempre, evita enrollarse con Maggie y no se apea del burro. Pero como Izzy sabe de siempre, eso es un imposible, están más hechas la una para la otra que uña y carne, culo y mierda. En fin, que no decae, y que, cuarenta años después, sigue siendo el mejor cómic del mundo…