Nunca agradeceremos bastante las obligaciones y rutinas que nos sacan del ensimismamiento en nosotros mismos. Nunca valoraremos lo suficiente la virtualidad de la acción, la fuerza o la necesidad que nos mueve a hacer cosas y a contrastar la experiencia con las elucubraciones sobre el mundo en las que a veces nos asfixiamos.

Casi cualquier actividad puede convertirse, con una actitud adecuada, en un motivo de crecimiento. Casi todo lo que termina aportando gratificación precisa de un esfuerzo previo, de una búsqueda, de la adquisición de un oficio o , al menos, de un hábito que nos impulse a salir de nosotros mismos.

Pero lo dice mejor Russell

“En la adolescencia, odiaba la vida y estaba continuamente al borde del suicidio, aunque me salvó el deseo de aprender más matemáticas. Ahora, por el contrario, disfruto de la vida; casi podría decir que cada año que pasa la disfruto más. En parte, esto se debe a que he descubierto cuáles eran las cosas que más deseaba y, poco a poco, he ido adquiriendo muchas de esas cosas. En parte se debe a que he logrado prescindir de ciertos objetos de deseo —como la adquisición de conocimientos indudables sobre esto o lo otro— que son absolutamente inalcanzables.

Pero principalmente se debe a que me preocupo menos por mí mismo. Como otros que han tenido una educación puritana, yo tenía la costumbre de meditar sobre mis pecados, mis fallos y mis defectos. Me consideraba a mí mismo —y seguro que con razón— un ser miserable. Poco a poco aprendí a ser indiferente a mí mismo y a mis deficiencias; aprendí a centrar la atención, cada vez más, en objetos externos: el estado del mundo, diversas ramas del conocimiento, individuos por los que sentía afecto.

Es cierto “que los intereses externos acarrean siempre sus propias posibilidades de dolor: el mundo puede entrar en guerra, ciertos conocimientos pueden ser difíciles de adquirir, los amigos pueden morir. Pero los dolores de este tipo no destruyen la cualidad esencial de la vida, como hacen los que nacen del disgusto por uno mismo. Y todo interés externo inspira alguna actividad que, mientras el interés se mantenga vivo, es un preventivo completo del ennui.

En cambio, el interés por uno mismo no conduce a ninguna actividad de tipo progresivo. Puede impulsar a escribir un diario, a acudir a un psicoanalista, o tal vez a hacerse monje. Pero el monje no será feliz hasta que la rutina del monasterio le haga olvidar su propia alma. La felicidad que él atribuye a la religión podría haberla conseguido haciéndose barrendero, siempre que se viera obligado a serlo para toda la vida. La disciplina externa es el único camino a la felicidad para aquellos desdichados cuya absorción en sí mismos es tan profunda que no se puede curar de ningún otro modo.”

Bertrand Russell. “La conquista de la felicidad”. 1930

* Las fotografías son de Horst P. Horst

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1 Comment

  1. says: j de la gandara

    Si me permites continuar la reflexión…

    …la libertad en el uso de la palabra, en la tolerancia de la crítica respetuosa, en el compromiso entre lo dicho y lo hecho, en la ampliación de la sabiduría compartida, en el placer de la creatividad, en la gratitud del reconocimiento y la alegría del elogio. He ahí todos los componentes necesarios de la fórmula secreta de la felicidad, para desvelar el misterio de esa dama voluble y esquiva que nadie consigue atrapar del todo y para siempre. La felicidad es acaso el estado más ansiado de la humanidad moderna. Siempre lo fue, pero nunca tanto, pues hoy día vivir felizmente es sinónimo de alcanzar la diversión, la alegría y el placer en la actividad, y la calma, el sosiego y la serenidad en la inactividad…

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