Sapore di sale con el mar tan lejos o quizá no tanto en la noche amable de mediados de Julio, con todo tan cerca, tan a mano, como los recuerdos que van y vienen como mariposas que oscilan en el tiempo y lo atraviesan con agilidad, trayendo la alegría intacta de aquel perro que husmeaba paraísos en cualquier rincón inconcebible y el frescor de la hierba bajo los pies cuando los niños eran tan pequeños en el mar de todos los veranos.
Cuando encender velas en el jardín o fumar una pipa hace juego con una ensalada de tomate o el jerez que torna muy intenso el sabor de los camarones y de los berberechos. Toda una noche por delante para leer prólogos de Borges y dormir un rato y ver luego una película en blanco y negro de serie B como “La mujer y el monstruo” donde actúa esa chica, Julie Adams, de la que apetece buscar más cosas, y seguir leyendo al azar prólogos de Borges, y volver a dormitar y despertar quizá cerca del mediodía, sabiendo que es domingo y es verano y que es posible seguir conversando mucho tiempo más o sólo bañarse en la piscina y seguir leyendo en la tumbona …
“Sapore di sale”
Henrik Ibsen
Peer Gynt
Hedda Gabler
El más ilustre de los evangelistas de Ibsen, George Bernard Shaw, dijo en su Quintessence of Ibsenism que es absurdo preguntarle a un autor una explicación de su obra, ya que esa explicación bien puede ser lo que la obra buscaba. La invención de la fábula precede a la comprensión de su moraleja. En el caso de Ibsen, las invenciones nos importan más que las tesis. Tal no fue el caso cuando se estrenaron sus obras. Gracias a Ibsen, la tesis de que una mujer tiene derecho a vivir su propia vida es ahora un lugar común. En 1879, era escandalosa. En Londres, tuvieron que agregar a Casa de muñecas una escena final, en la que Nora Helmer, arrepentida, vuelve a su hogar y a su familia. En París agregaron un amante para que el público entendiera la acción.
Deliberadamente elegí para este volumen dos piezas en las que lo imaginativo y lo fantástico es tan esencial como lo realista.
La primera, Peer Gynt, es, a mi parecer, la obra maestra de su autor y una de las obras maestras de la literatura. Todo en ella es fantástico, salvo la convicción que despierta. Peer Gynt es el más irresponsable y el más querible de los canallas. La ilusión del yo lo domina. Aspira, escarnecido y roto al alto título de Emperador de Sí Mismo; en un manicomio de El Cairo, los dementes lo coronan así, postrado en el polvo. Algo de pesadilla y algo de cuento de hadas hay en Peer Gynt. Con horror o con gratitud recibimos las extremadas aventuras y la cambiante geografía que proponen sus páginas. Alguien ha conjeturado que la conmovedora escena final ocurre después de la muerte del héroe, en el otro mundo.
La destreza técnica de Hedda Gabler (1890) puede llevar a la sospecha de que toda la tragedia es mecánica y ha sido elaborada para inducir tales o cuales emociones, no en función de un carácter. De hecho, Hedda Gabler es enigmática. Hay quienes ven en ella una histérica; otros, una mera mundana; otros, una pequeña ave de presa. Y diría que es enigmática precisamente porque es real, como lo es cada uno para los otros o para sí mismo, como Henrik Ibsen fue para Henrik Ibsen. Anotemos, de paso, que las pistolas que el general Gabler lega a su hija, son no menos instrumentales para la acción que los personajes.
El tema constante de Ibsen es la discordia de lo real y de las ilusiones románticas. George Bernard Shaw, su apologista, y Max Nordau, su detractor, lo han equiparado a Cervantes.
Henrik Ibsen es de mañana y de hoy. Sin su gran sombra el teatro que lo sigue es inconcebible.
JORGE LUIS BORGES Biblioteca personal “Prólogos”