A veces, cuando hay que reconectar con las cosas buenas de la vida conviene recurrir a los recursos seguros, esos que nunca fallan. El sabor del jerez y las aceitunas, la voz de esas damas del jazz de nombres desconocidos pero legendarios, de las que nacieron en los años veinte y vieron serpentear el siglo entero, como Margaret Whiting, que ahora mismo canta “I could write a book” y noto como el aire se va llenando con su voz como si siguiera la estela del humo del puro que me estoy fumando, suave como la noche, que comienza a expandirse a otros ámbitos amables y seguros como un buen bar lleno de amigos con los que se puede conversar y reír.
Tampoco falla la contemplación de la belleza, por ejemplo las pinturas de Vermeer, ese pintor exquisito del que solo se conocen 36 cuadros, que como mucho se supone que pintó 60, todos muy pequeños, a diferencia de su gran contemporáneo Rembrant que pintó tantos y algunos tan grandes. Recorro esa seleccion que han hecho en Google & Arts, encantado de no conocer esas doce cosas que intuyen que probablemente no conocería, recordando mi visita al Rijksmuseum, aquella mañana en que había tan poca gente, donde pude contemplar con tiempo y asombro esos cuadros tan exquisitos, tan pequeños, que parecen producto de alguien muy poderoso y sensible, de un gran carácter optimista y rebosante de sabiduría. De alguien que habría observado a los grandes de su época, los colores de sus casas, la belleza y los sueños de esas mujeres dulces e inquietas que parecen anhelar tanto y llevan pendientes de perla o vestidos amarillos.
Sin embargo su padre era un humilde posadero, y él se casó joven con Catharina Bolnes esa mujer que fue quizá su modelo y que lo vio morir arruinado, a pesar del mecenazgo por un tiempo de Pieter van Ruijven, a pesar de su esplendoroso talento, a pesar del tiempo y la minuciosidad que debió dedicar a cada cuadro donde probablemente se jugaba la vida, donde, al final trataba de perder el rastro de sus acreedores, confiando en la fuerza del arte, en la benignidad de ciertos dioses que no existen pero que al final lo legaron para la posteridad. Para que podamos disfrutarlo ahora, la primera noche de Febrero de aquel año, cuando ese color lapislázuli que tanto utilizaba ayuda tanto a conectar con la realidad del mundo y con el paso del tiempo.
Esas cosas que ahora tenemos tan cerca para disfrutar de la buena vida.