Recomendación de Inés Praga: “El Corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad
El corazón de las tinieblas es un ejemplo de novela en clave ( del francés roman à clef) basada en las experiencias del propio autor, que trabajó seis meses a bordo de un carguero en el río Congo. Joseph Conrad nació en la Ucrania polaca en 1857 y abandonó su país a los 16 años para dedicarse a la marina mercante. Más tarde modificó su nombre, adoptó la nacionalidad inglesa y escribió su primera novela a los 38 años. Es de reseñar que creó varias obras maestras en una lengua que no era la suya, ya que aprendió inglés cuando tenía más de 20 años.
Considerada- junto con Un pasaje para la India de E.M.Foster– la novela cumbre del anticolonialismo británico, se publica en 1902, un tiempo en el que prevalecía la noción imperialista de la supremacía del hombre blanco y de la necesaria misión civilizadora(?) sobre los indígenas y su vida salvaje. Conrad describe descarnadamente el expolio y la masacre de la colonización y, aunque en la obra no se menciona ninguna localización geográfica, es evidente que se trata de Africa tras la Conferencia de Berlin de 1884, que repartió el país entre las potencias europeas. También evita el autor cualquier referencia a Inglaterra, país que le acogió y le facilitó su tarea de escritor, aunque no hay duda de que Marlow, el narrador /protagonista( y un alter ego del propio Conrad) es un ciudadano británico.
El corazón de las tinieblas ofrece un complejo entramado de estructura y estilo que le han situado en la cumbre de la novela modernista inglesa: superposición de narradores, espacios y tiempos, la narración dentro de otra narración, la demarcación de las diversas voces y una extraordinaria profusión adjetivadora, entre otros rasgos. No debe extrañar esta espesura textual si tenemos en cuenta la densidad del relato, que aúna el viaje físico y espiritual de Marlow hasta lo más remoto del Congo en busca de un personaje llamado Kurtz. Tal es la base de la novela, pero a lo largo de esa expedición conocemos el lado más oscuro de la condición humana, un despliegue de esclavitud, hambruna e ilimitada explotación del hombre por el hombre, al tiempo que el hombre blanco descubre su soledad y aislamiento extremo. Porque Marlow viaja sobre todo a su infierno interior en busca de un código moral que le permita sobrevivir a “el horror, el horror”, palabras con las que Kurzt describe su vida y experiencias en la selva. Y sin embargo ese horror- ritos cruentos, orgías, prácticas inhumanas- no evita que los personajes sientan una especie de fascinación satánica (la fascinación de lo abominable, se dice literalmente en la novela) por la barbarie. Kurtz, un brillante joven belga que va al Congo como director de una estación comercial, se revela al final como un delirante soñador y poeta que poco a poco enloquece hasta morir. Se ha dicho que aquí la locura no es solo el resultado de convivir peligrosamente con el MAL, sino también un castigo por mancillar y profanar la naturaleza, que en la novela luce majestuosa y amenazadora como un personaje más.
El corazón de las tinieblas posee múltiples niveles de lectura que garantizan su vigencia total en estos tiempos. Su carácter universal hizo que Ford Coppola se basase en la obra para su espléndida Apocalyse Now (1979). Pero también reconocemos en la novela la miseria moral de nuestro mundo actual, incapaz de resolver los males de la tierra a pesar de contar con más recursos y más conocimiento que nunca.Y nos identificamos con los brutales efectos de una sostenida agresión a la naturaleza, de un capitalismo salvaje o de las distintas formas que tiene el ser humano para explotar a otro. Porque todo esto, y mucho más, hace de la obra un filón inagotable que cada generación va descifrando y aplicando a su propio universo. En definitiva, la riqueza inagotable de un clásico, que con gran entusiasmo recomiendo desde aquí para celebrar el Día del Libro.
Recomendación de Ramón González Correales: “Las armas y las letras”, 2019
Cuando compré este libro hace más de una década me daba un poco de pereza leerlo porque la gente de mi edad está muy cansada de la guerra civil, que nos ha acompañado desde pequeños, nos han contado muchas historias, hemos leido muchos libros y visto muchas películas, nos hemos posicionado muchas veces frente a ella y, en un determinado momento, quisimos dejarla atrás para siempre. A esas alturas, con más de cincuenta años, creía tener algunas ideas claras aunque ya era consciente de los cambios que iban experimentando con el tiempo y la edad y de que ya no veía de forma tan neta algunas cosas.
Vi el libro en una librería y me animé a comprarlo por las ilustraciones y sus comentarios que me hicieron darme cuenta, de inmediato, de que conductas y cuestiones que daba por supuestas no lo eran en absoluto y que, incluso, estaba confundido sobre el bando que realmente habían tomado algunos intelectuales que creía conocer. A partir de ahí ya no pude parar de leer y en este tiempo, hasta la actual edición que acaba de salir, he vuelto a él muchas veces, por distintos motivos, no siendo el menor la calidad de su escritura, el placer que produce pasearse, a través de ella, como a vuelo de águila, por un acontecimiento tan turbulento que parecía ya tan lejano e irrepetible y que daba gusto comprender un poco mejor.
Sin embargo llegó la crisis económica, la indignacion de mucha gente ante sus consecuencias y la corrupción evidente de parte de la clase política. Y volvió a aparecer el aire social propicio para que volvieran viejos fantasmas e incluso se pusiera en cuestión la legitimación del sistema democrático que se había acordado en la “transición”. Un aire social, unas ideas polarizadas y un lenguaje que recuerdan inevitablemente, salvando todas las distancias, al de aquellos años treinta.
Es por eso por lo que es pertinente leer ahora, precisamente ahora ,en medio de una campaña electoral especialmente crispada, la nueva edición de este libro. Porque permite comprender actitudes y vislumbrar los peligros de la condición humana cuando se crea cierto clima social, aunque se trate de intelectuales que creen saberlo todo y, el tiempo ha demostrado, que se equivocaron tanto. Hay lógicas envenenadas que arrastrando la mayoría, donde ya no son posibles posturas razonables y templadas, donde siempre termina triunfando “la estupidez y la crueldad” como dice Chaves Nogales en el prólogo de “A sangre y fuego”, un hombre de la “tercera España” que casi nadie conocía hasta que lo descubrió Andrés Trapiello en este libro.
Aquello que tan bien describió Baroja en aquellos años y que no puede volver a ocurrir, aunque sea de otra manera menos cruenta. “Hay que ser de la derecha o de la izquierda. Para mi gusto esto es un poco primario y sin interés. No se aceptan términos medios: o comunista o fascista. Los escritores españoles que, por lo mismo que teníamos una actitud deportiva, nos creíamos lejos de la lucha, nos hemos encontrado en medio de la pelea. Somos obligatoriamente beligerantes, pero beligerantes ¿de qué lado? No lo sabemos. (…) Nosotros no tenemos un enemigo, sino dos; los blancos y los rojos, que cada cual a su manera quiere hacer nuestra completa felicidad metiéndonos en la cárcel.”
La verdadera complejidad de la memoria histórica. Un libro que es una vacuna contra la intolerancia.
Recomendación de Oscar Sánchez: “Maupassan y el otro”, “La historia siguiente”, “El loro de Flaubert”
Ya desde antes de que Roland Barthes lo dijera todos suponíamos que el texto, sobre todo el texto literario, debe proporcionar un cierto placer. Incluso aunque el autor pretenda hacer sufrir al lector, agitar su conciencia o socavar sus convicciones más arraigadas, tendrá que hacerlo de un modo que resulte de alguna manera cautivador y subyugante, o le perderá desde la primera página como se pierde casi siempre al lector adolescente a quien se le obliga a leer una novela añeja (sin embargo, y para que no se diga, este curso tengo un chico de tercero de la ESO… ¡que lee a Zola!). Pero como esto no se consigue en todas las ocasiones, cualquier aficionado a la lectura se ha visto en el brete de tener que comerse a veces truños insoportables solo por orgullo intelectual o para poder contar después que lo ha hecho -como quien viaja no por viajar sino por haber viajado, que decía Paul Morand… Creo de veras que los tres títulos que voy a a sugerir aquí para este Día del Libro de 2019 no cargan con esa execrable condición, pero, por si acaso, son los tres escasitos de tamaño: “lo breve si bueno dos veces bueno“, como dijo en su grafía Gracián, que sabía mucho de esto.
Primero recomiendo mucho Maupassant y “el otro”, de Alberto Savinio, que leí en Bruguera pero ahora ha reeditado Acantilado. Divertidísimo delirio de un señor al que habría que conocer más y mejor, hermano de Giorgio de Chirico y primo de todas las vanguardias existentes en su época y cuyo nombre real ni siquiera era ese.
Después aconsejo igualmente La historia siguiente de Cees Nooteboom, escritor neerlandes ya muy mayor que en este se atrevió a jugar con Las metamorfosis de Ovidio para narrar un viaje entre espectral y fantástico hacia las orillas de la muerte.
Y, por último, el más famoso de los tres, El loro de Flaubert, de Julian Barnes, muy festejado en los años ochenta, que bien merece ser revisitado o leído por primera vez en el mismo espíritu de los tres libritos que he citado, es decir, como esa clase de literatura que danza caprichosamente entre el homenaje y la evocación de una literatura anterior y que es, por tanto, un poco lo que los posmodernos llamarían narrativa metaficcional, pero que yo encuentro simplemente como ejercicios de escritura frescos, imaginativos y sobre todo libres, muy libres, en un intento de garantizar al lector no sólo el placer teorizado por Barthes, sino también el gozo que así mismo apuntaba el semiologo francés.
Bon appétit…
Recomendación de José Rivero: “Volver a la mirada” de Felix de Azua
Vuelve a la carga Félix de Azúa con sus periódicas obsesiones sobre el arte, en este trabajo que supone una antología de escritos y conferencias, en grandes partes inéditos, producidos en los últimos años. Más o menos, desde el año 2000, es decir a los cinco años de que diera a imprenta su imprescindible Diccionario de las Artes, que tanta conmoción produjo en los medios habituales. Y ello, pese a que en ese intervalo de tiempo, haya publicado en 2004 Cortocircuitos. Imágenes mudas, y en 2010 en el primero de sus memoriales Autobiografía sin vida, cuyo primer capítulo se denominara, y no casualmente, En un mar de imágenes. Volver la mirada, que casi retoma el título del trabajo de Norman Bryson, Volver a mirar. Cuatro ensayos sobre la pintura de naturaleza muertas (2005), no sé si en un sentido homenaje a Bryson, o en un hermanamiento de las rutas de las naturaleza muertas.
Ahora esas imágenes mareantes y marineras producidas desde la orilla del recuerdo, se estructuran en tres bloques cronológicos y conceptuales, que van de los Orígenes al Romanticismo, para concluir en las llamadas Vanguardias históricas, que desmontaron toda la práctica artística a caballo de las dos Grandes Guerras. Una mirada pesarosa, pues, sobre el espacio cultural de las artes tras el denominado filosóficamente el arte después del arte, en denominación del crítico Arthur Danto.
La recopilación realizada por Andreu Jaume para editorial Debate, permite introducirse en un mundo reflexivo y analítico del que fuera catedrático de Estética en la Escuela de Arquitectura de Barcelona y asomarse al balcón de sus concluyentes análisis del final del arte. De tal suerte que retomando una de sus afirmaciones del citado Diccionario de las Artes acertemos a una rara visión: “todo lo que no es religión y melancolía, es arte”. Para dar a entender el carácter fundacional de las prácticas artísticas, tan hermanadas en el pasado a una voluntad trascendente, que hoy hemos dilapidado de mano de la tecnología imparable y de la extensión de las valencias propias de un mundo espectacularizado.
Recomendación de Santiago Sánchez Mingallon: “Vacío perfecto” de Stanislaw Lem
¿Qué os parecería añadirle a Jorge Luis Borges una capa de barniz de ciencia ficción clásica? ¿Qué os parecería hacer a Borges de ciencias? Coger al autor del Aleph, al creador de Ficciones, al que nos regaló maravillas como Funes el Memorioso o La Biblioteca de Babel, a uno de los escritores con un dominio del lenguaje más potentes del siglo pasado, y lo rodeamos de robots, astronautas, extraterrestres; lo aliñamos con lo mejor de la ciencia ficción del XX: con Clarke, Asimov, Heinlein, Bradbury, incluso Dick… pero mejor (a Lem lo expulsaron de la asociación de autores norteamericanos de ciencia ficción por decir que la ciencia ficción estadounidense era de baja calidad) ; y, para más morbo, contamos con que Lem fue un polaco de ascendencia judía (miembro de la resistencia, se salvó de milagro de las cámaras de gas) que vivió la mayor parte de su vida en Cracovia bajo el yugo comunista, es decir, que es un autor de la Guerra Fría pero del otro lado del muro, y eso lo hace muy diferente. Ese es Lem: un escritor de ciencia ficción pulp que reniega de ella haciendo relatos ilustrados, más similares a un Cándido de Voltaire, o a las obras de Swift o Rabelais, quea cualquiera de los de sus adversarios norteamericanos antes citados. Así, se mezcla lenguaje técnico del científico con sublime metáfora literaria ¿Se imaginan a un robot del año 2343 haciendo metafísica cual teólogo medieval escribiendo a pluma en su scriptorium? ¿Se imaginan lo que se ha llamado sci-fi hard, mezclada con literatura culta, con la alta y densa literatura del filólogo? Ese es Stanislaw Lem.
El planteamiento de Vacío Perfecto nos da una idea de este juego de espejos e irrealidades que parece ser la posmodernidad literaria: es una colección de prólogos a libros que nadie se ha tomado la molestia de escribir. Sin embargo, y de nuevo jugando, lo interesante es que estas obras van a representar un recorrido por las principales obras literarias de Occidente: parodias de Defoe, Dostoievski, Homero, Joyce, Baudelaire… en una sátira que se ríe hasta de sí misma: crítica literaria que no deja de mofarse de los críticos literarios, metaliteratura de la metaliteratura, ciclos, bucles, espejos deformados. Estaremos en textos dentro de otros textos, narrativas que remiten a otras en una recursividad infinita, en una cinta de Moebius hecha con frases ¿Es entonces Vacío Perfectouna obra postmoderna? Sí en la forma, pero no en el fondo, ya que no hay una renuncia a la Modernidad sino más bien una hiperextensión, una larga continuación lúcida y madura. Por eso creo que Lem es un autor clave para entender nuestro tiempo.