The Sinatra of Spain
Por Oscar Sánchez Vadillo
Camilo ya era Sexto por derecho propio décadas antes de que llegara a serlo el actual Rey Felipe. Luego se lo cambió por “Sesto”, como si súbitamente hubiese preferido la pronunciación del Makinavaja. En España es que somos un tanto estrábicos en materia cultural, y por eso no percibimos bien la estatura de quién tenemos cerca. Porque la carrera musical de Camilo Sesto es realmente impresionante, potente y grandiosa a su manera, y sin embargo nos acordamos más de sus coetáneos Julio Iglesias o Raphael, que, en mi opinión, tienen mucho menos talento pero harto más cuento chino. Es cierto que todos ellos representan en cierto sentido la continuidad de un determinado sustrato hispánico del que muchos nos querríamos olvidar, ese mismo que todavía hoy impide una sencilla e históricamente elemental exhumación y traslado de restos sobrantes ante la estupefacción del mundo. Pero Camilo era mejor, Camilo era un compositor excepcional al que lo que más gustaba en la vida era exhibirse en público pegando voces, como un Freddie Mercury sin la modernidad anglosajona del rock. Seguramente, si Freddie hubiera seguido vivo también habría jugado a ser la momia de sí mismo como el pobre Camilo, o la perfecta encarnación del wildeano Dorian Grey como apunta oportunamente mi amigo Ramón. Y también Freddie se hubiese encerrado en su casa, cual un Howard Hughes enajenado o un Prince solipsista, para eludir admitir los estragos del tiempo y las razones implacables del maldito espejo. Todo un panteón de almas bellas huyendo de su propia e inevitable degeneración, física y probablemente también sexual. Los ruiseñores de la poesía romántica inglesa, que siempre terminaban muertos de frío o de desamor…
Lo que pasa es que el género de Camilo Sesto fue más bien la canción melosa, de crooner latino, aderezado con melenas de genio de la música… En eso, insisto, era, efectivamente, un auténtico portento. Todos hemos estado en un pafeto o una discotequilla modesta -recuerdo un momento exacto de mi pasado personal en el madrileño barrio de Huertas, no hace tanto tiempo- donde el madurito que pincha los discos se creía muy enrollado porque ponía los Talingo hades o los Simple Mines de los ochenta, hasta que, de repente, se le desliza el Vivir así es morir de amor y la clientela enloquece. A partir de ese momento, ahí chillaba “Melancolíiiiiiiia” hasta la camarera que hace un instante te miraba con desdén. Pues como esa, unas cuantas. A Camilo Sesto en ultramar Norte y Sur le llamaban “el Sinatra de España”, y todavía se quedaban cortos, puesto que Sinatra, como Elvis Presley, hasta donde yo sé nunca compuso nada. Un conocido mío toca el teclado en giras de bandas o personalidades ajenas, y hace como dos años se viajó toda Latinoamérica en unos meses de mercenario teclista con Camilo Sesto. A su vuelta, le pregunté qué tal era el divo en persona, esperando que me hiciese la larga relación de manías, caprichos y despotismos típicos de las estrellas en decadencia. Y no, no había nada de eso, sencillamente el tal Camilo Sesto hacía su trabajo y acto seguido se encerraba en su camerino, discreta y calladamente. Un alma bella, ya digo, del que se conocen unas cuantas ocasiones de desprendimiento y altruismo verdaderamente creibles. Dicen que su versión de Jesucristo Superstar es más que digna, y uno de los que lo dijo fue el propio Andrew Lloyd Weber. Jesucristo Superstar es una maravilla musical, conozco españoles no bilingües capaces de cantársela entera. Yo sólo he escuchado alguna de las piezas que adaptó Camilo Sesto, y parecían realmente realzadas con sentimiento y con un elevado y flexible registro de voz.
En fin, que de aquellos tiempos de la movida y desmovida que ahora algunos cuestionan por motivos pringosamente políticos yo me quedo mucho más con la discografía completa de gente como, por ejemplo, Los enemigos, esa es la verdad, pero este hombre extraño y sin ironía alguna que se nos ha muerto ahora, Camilo Sesto, también tenía su hechizo, un hechizo, digamos, místico/hortera. Coreemos todos: ¡Melancolííiiiiiiiia….!
Morir así no siempre es morir de amor
Por Ramón González Correales
Entonces todo el mundo oía lo mismo a través de no demasiadas emisoras de radio y dos cadenas de televisión y luego, esas máquinas de discos que había en los bares, volvían a repetir las mismas canciones, por lo que aquel tiempo parecía traer incorporada una banda sonora muy neta que, como siempre cuando se es muy joven, creaba emociones ambivalentes.
Para los adolescentes de mi generación, en familias donde todavía no se oía música en inglés, la primera mitad de los setenta estuvo muy marcada por las canciones de Nino Bravo o de Camilo Sesto. Sonaban por todos sitios a la vez que avanzaban los veranos, se aprendían de memoria sin querer, se enlazaban con esas emociones tan pegajosas, intensas y desproporcionadas de la adolescencia, y permanecieron como la huella de un tiempo del que quizá se quiso huir, sobre todo estéticamente.
Cuando pasan muchos años te das cuenta que aquellos cantantes triunfaron por algo, que conectaron con algunos anhelos o algunas limitaciones sociales, que crearon sensaciones probablemente benignas a mucha gente que, en algunos casos, eran bastante buenos o incluso mucho mejores que otros que tanto se admiró después por motivos no musicales. Y sobre todo que sus canciones, ahora, despiertan qualias que apetece mucho evocar cuando se llega a cierta edad y se ven las cosas de otra manera.
La relación de Camilo Sesto con el tiempo fue también interesante, sobre todo si se lo compara con su compañero Teddy Bautista que interpretaba a Judas en la primera versión española de “Jesucristo Superstar”. Parece que no toleró envejecer como ese personaje que interpretaba Gloria Swanson en Sunset Boulevard y realmente se hizo literalmente responsable de su cara a partir de una edad con el bisturí en la mano, hasta confundirse con un icono trágico que recordaba de inmediato el espanto que quería ocultar, lo que es realmente escalofriante.
Sin embargo nunca dejó de triunfar y parece que no le faltó el dinero ni el aplauso del público. Aunque quizá sí otras cosas esenciales como, por otro lado, le termina ocurriendo a todo el mundo. Probablemente algunas de sus canciones persistirán como símbolos de un tiempo y un país al que de alguna manera ayudó a desperezarse en ese intervalo en el que todo comenzaba a cambiar pero no había cambiado todavía.
“Algo de mi, se va muriendo…”.
Será por que son recuerdos de mi infancia, pero esos cantantes y autores de los setenta, ochenta, me desatan una euforia extrema.
La única patria verdadera es la infancia! -Rilke.
Camilo todas sus canciones preciosasy los arreglos musicales y el como hombre hermoso