Escribía días pasados Mario Vargas Llosa (El País, 19 abril, 2020) su alegato galdosiano, en el año del centenario de la muerte del escritor canario. Centenario que se había abierto anticipadamente con los textos de Andrés Trapiello sobre la obra de Francisco Cánovas Sánchez, BPG. Vida, obra y compromiso (Babelia, 2 noviembre 2019) y con la pieza de Javier Rodríguez Marcos Galdós a la altura de Cervantes (Babelia, 2 noviembre 2019), donde daba cuenta de la exposición del centenario: Benito Pérez Galdós. La verdad humana, celebrada en la Biblioteca Nacional. Y, justamente, esa pieza de Javier Rodríguez Marcos, más allá de los lugares comunes y tópicos, sobre la muerte de Galdós (con ausencia de la España oficial) y con las maniobras –fallidas y ¿fulleras? – para evitar tanto su acceso a la Real Academia como al pretendido Premio Nobel, y con una conseja o máxima, que despliegan los galdosianos reconocidos sobre su mejor pieza escrita. Acceso al sillón H que se demoró nada menos que siete años, para componer –en palabras de Rodríguez Marcos– “uno de los discursos mas breves en la historia de la Docta Casa, un puñado de folios titulados ‘La sociedad española como materia novelable’, redactado con una desgana solo comparable a la que su autor puso en sus ‘Memorias de un desmemoriado’.
Donde llama la atención la desgana advertida en dos textos que considero centrales para entender el pensamiento literario de Pérez Galdós. Sobre todo, cuando el primero de ellos, ‘La sociedad española como materia novelable’ (1897), contó con un periodo de tiempo sobrado, y aún dilatado, para su maduración, tanto como de siete años, y el resultado es un texto de menor capacidad que la respuesta proporcionada por Marcelino Menéndez y Pelayo al suyo, según cita el mismo Javier Rodríguez Marcos. O incluso, que la respuesta del propio Galdós al discurso de ingreso de José María Pereda, realizada el mismo año de 1897. Y ello a pesar de que en 1870 Galdós había realizado, lo que se puede considerar una aproximación anticipada a su discurso de ingreso en la RAE, con la pieza nuclear “Observaciones sobre la novela contemporánea en España”. Que no deja de ser una toma de temperatura al momento literario y una consideración de su propia visión literaria. Donde pueden leerse consideraciones tales como “que, en España, no tenemos novela; [porque] la mayor parte de las obras que con pretensiones de tales alimentan la curiosidad insaciable de un público frívolo en demasía, tienen una vida efímera determinada sólo por la primera lectura de unos cuantos millares de personas, que únicamente buscan una distracción fugaz o un pasajero deleite”. Observaciones críticas y desdeñosas hacia el público frívolo, que se completan con una propuesta clasificatoria, a juicio de Galdós, de los distintos tipos de novela disponibles en esos años.
Así, novelas de impresiones y movimiento, novela de salón, novela popular, novela de costumbres campesinas y gran novela de costumbres. Una clasificación que, vista desde hoy, parece tan retórica como artificial y tan carente de fundamento como de lógica distributiva. Tan artificial como relata él mismo Galdós al advertirnos que: “La aspiración de la sociedad actual a exteriorizarse se manifiesta ya con alguna energía en el sinnúmero de cuadros de costumbres que han visto la luz en los últimos años… De estos cuadros de costumbre que apenas tienen acción, siendo únicamente ligeros bosquejos de una figura, nace paulatinamente el cuento, que es aquel mismo cuadro con un poco de movimiento, formando un organismo dramático pequeño, por completo en su brevedad…Los cuentos breves y compendiosos…representan el primer albor de la gran novela, que se forma de aquellos, apropiándose de sus elementos y fundiéndolos todos para formar un cuerpo multiforme y vario, pero completo, organizado y uno, como la misma sociedad”. Frente a esta genealogía de la novela moderna, de índole estática y conservadora en lo literario, que Galdós hace proceder primero del cuadro de costumbres y luego del cuento, conviene retener la opinión que sobre la variabilidad de criterios y la volubilidad de intenciones se está experimentando en esos años. “Hemos llegado a unos tiempos en que la opinión estética, ese ritmo social, harto parecido al flujo y reflujo de los mares, determina sus mudanzas, con tan caprichosa prontitud, que, si un autor deja transcurrir dos o tres año entre el imaginar y el imprimir, su obra podría resultarse envejecida el día que viera la luz…en el orden literario, parece que es ley la volubilidad de la opinión estética, y de continuo la vemos pasar ante nuestros ojos, fugaz y antojadiza, como las modas de vestir”.
Y de todo ello, de todo ese paisaje cambiante y movedizo, anota Galdós su visión con: “una afirmación que algunos podrán creer falsa y paradójica, a saber: que la falta de principios de unidad favorece el florecimiento literario”. Más aún, concluye su escrito con la afirmación de que: “el presente estado social, con toda su confusión y nerviosas inquietudes no ha sido estéril para la novela en España, y que tal vez la misma confusión y desconcierto han favorecido el desarrollo de tan hermoso arte”. Todo ello en la órbita de la creencia de que en tiempos atribulados se fomenta la creatividad, frente a la constatación de que son los tiempos apacibles y mansos los menos dados a la excelencia creativa. Como si el XIX español, el tiempo que le tocara vivir a Galdós, hubiera sido justamente el tiempo indicado para la creatividad elevada. Que lógicamente debería de haber dado los mejores resultados, cuando es capaz de asentir al mismo tiempo y a propósito de la novela que “que, en España, no tenemos novela”. Si ello fuera cierto habría que interrogar a alguna pieza galdosiana como La España trágica, que considero destacable y poco citada, y que transcurre entre la revolución de 1868, el asesinato de Prim y los prolegómenos de la Primera República, y su papel en esa hipótesis del autor. Acontecimientos tan agitados que deberían de, forzosamente, producir la Gran Novela del momento, con sólo esos materiales históricos.
Confusión y desconcierto del que el volumen Ensayos de crítica literaria (edición de 1999) da buen cuenta por sus diversas derivas; donde quizás la excepción sea el texto de 1901 sobre Clarín, que le da pie a una reivindicación del Naturalismo, como algo propio de España y copiada por los franceses: “El Naturalismo nos era familiar a los españoles en reino de la Novela, pues los maestros de este arte lo practicaron con toda la libertad del mundo, y de ellos tomaron enseñanza los noveladores ingleses y franceses. Nuestros contemporáneos ciertamente no lo habían olvidado cuando vieron traspasar la frontera el estandarte naturalista, que no significaba más que la repatriación de una vieja idea”. Por más que–según Ignacio Echevarria– “las objeciones que Clarín alcanzó a expresar respecto a Galdós subieron de tono entre los novelistas que le sucedieron. Así, por ejemplo, el siempre insidioso Pío Baroja habla en sus memorias de la “falta de sensibilidad ética” que hace que los libros de Galdós “no estén a la altura de los de un Dickens, de un Tolstoi o de un Dostoiewsky. No hay llama. No hay el hervor generoso de un espíritu”. Y de todo ello, de todas esas ideas críticas alteradas y de ida y vuelta, puede concluirse la dificultad de otorgar el máximo pedestal literario a alguien que tiene dificultades para entender y captar los movimientos que se están produciendo en su entorno.
Cosa distintita del malditismo victimista que expone Javier Rodríguez Marcos, al decir que “Galdós fue durante décadas objeto de censura estética e ideológica”, como si ello fuera razón suficiente –las citada censuras– para su ponderación crítica positiva o negativa. La censura –o la minusvaloración crítica, mejor– arranca de 1902 y lo hace con gente como Baroja, Azorín y Unamuno, según expone Germán Gullón, uno de los comisarios de la exposición de la Biblioteca Nacional. Sin olvidar a Valle Inclán. Y de la cual trae causa de la animadversión más reciente–“La animadversión de Benet es una opinión heredada de Pio Baroja al que trató con frecuencia”–. Censura estética de la que hablaremos luego al citar los número de Cuadernos para el diálogo de 1970 y 1971, donde, en el primero, Benet a través de una carta dirigida a Pedro Altares, se explayó a modo y manera sobre la escritura de Galdós. Donde precisó el autor de Volverás a Región que “El culto a Galdós es una desgracia nacional”; casi en clave de los afirmado por Ignacio Echevarría en el texto La incómoda herencia de Galdós: “En esta orilla, sin embargo, la de Galdós ha sido, durante todo el siglo XX, una herencia embarazosa: la de un realismo que las consignas de la modernidad proponían superar, pero que, casi como una fatalidad, parece pertenecer al ADN de la tradición española. En este sentido, la más dañina y contundente arremetida sufrida por Galdós fue sin duda la que le dedicó Juan Benet con motivo del cincuentenario de su muerte, en 1970” Las razones del juicio benetiano se producen desde los conceptos que percibe en la obra de Galdós de “levantamiento catastral e imaginación litográfica”. Y ello, pese a reconocer –con el mismo desdén que Galdós aplicaba a “la curiosidad insaciable de un público frívolo en demasía”– que “Mi aprecio por Galdós es muy escaso, solamente comparable –en términos cuantitativos– al desconocimiento que tengo de su obra, a la que en los último años me he acercado para cerciorarme de su total carencia de interés para mí”.
Y tan relevante es la personalización “para mí” como la boutade –a la que recurría Benet con frecuencia y no sólo sobre Galdós, también sobre Joyce, por ejemplo–, de quién formula un juicio sobre el escritor, pese al desconocimiento que –dice– sostiene sobre su obra; pero algo habría trajinado, con seguridad, cuando era capaz de decir lo del catastro y la litografía. Y el segundo de ellos, el número 19 de Los Suplementos de 1971 dedicado a Literatura y Política. En torno al realismo español, daba cuenta de la peculiar batalla sostenida por Benet contra el Realismo, y claro está contra su sumo sacerdote. La nota escrita por Benet, frente a otras piezas de entrevistas cortas, dejaba claro el horizonte a la altura de 1971, en pleno final del franquismo y donde aún subsistía la confusión entre compromiso literario y compañeros de viaje: su obsesión por combatir el Realismo. “La situación cultural se hallaba dominada totalmente por la política, de suerte que el más tímido intento de independizar la cultura de la política había de empezar por las zonas fronterizas entre ambas, esto es –y por decirlo así–, las zonas propiamente menos cultas de la cultura. Así pues, para buscar la independencia de juicio y de gusto era menester pasar a la oposición tanto de la literatura patriótica como de la neutra –fuera blanca, rosa o del acentuado color local, para lo cual el cúmulo de iniquidades, arbitrariedad e injusticia de la vida social española ofrecía un campo inagotable. Las desgracia de esa literatura fiscal es que ni siquiera podría hablar de la tragedia en toda su extensión; estaba casi amordazada, y lo que se leía en las novelas de la acusación era un pálido remedo de lo que pasaba en el país”. Todo ello, toda a la secuela del Realismo y sus estragos, es lo que aporta Almudena Grandes –ya había escrito el 4 de enero en El País, Galdós para entender la España de hoy, su carta de presentación del centenario– en la pieza del 18 de febrero, del mismo periódico Galdós una polémica nacional. Donde deja claro que “Las críticas de Juan Benet que acusaba a Galdós de doctrinario y chato, tenían sentido, puesto que el autor de Herrumbrosa lanzas ‘militaba’ en la experimentación narrativa: Esos argumentos se siguen repitiendo, pero el problema es que en el siglo XXI no existe más abordaje narrativo que el realismo”. Con lo cual, volveríamos a 1970.
Mejor será retener el tono y el criterio de José Lázaro en su trabajo Más allá de Galdós: la cuestión del gusto (El País, 6 de marzo 2020). Donde no en balde, comparece con Benet como ariete, para dejar claro que como el propio autor expuso en Pan y chocolate, las cuestiones del gusto literario sobrevuelan en torno a Galdós y en la propia formación que cada uno de los lectores hace de su propio gusto y criterio. “El caso del Galdós no solo es paradigmático por las reacciones opuestas que provoca; es a la vez idóneo para plantear, en términos generales, la cuestión del gusto, del papel que juegan la objetividad y la subjetividad en los criterios que se usan para valorar la literatura. Y más allá de la literatura, para cualquier juicio de valor estético”.
Lo que sí parece cierto sobre la otra censura citada, –la censura ideológica por mor del republicanismo del autor en plena Restauración canovista– debería de ser volteada al producirse cualquier cambio ideológico, que favoreciera su difusión y circulación. Más aún, ese carácter improbable de Galdós como hombre de la anti-Restauración y de escritor de vuelo comprometido –según algunos–, no debe impedirnos observar a alguien que fue Diputado a Cortes y que mantuvo perfiles vitales netamente burgueses, y no ver a Galdós como un escritor revolucionario por más que aparezca presidiendo en 1909 de la Conjunción Republicano Socialista. Que eso es lo que cumple Muñoz Molina, cuando superados los tópicos de la censura estética –que ejemplifica en Benet, Cortázar y Umbral, autores tan diversos como contrapuestos–, “descubrí a un escritor muy valioso políticamente, un republicano, que además era un moderno (sic) y estaba en permanente diálogo con la novela europea de su época, con Dickens, con Balzac”. Razones ajenas al valor literario, que matiza más delante al señalar como aspectos literarios: “¿Pagó la factura de la popularidad? Es que es popular porque es claro. Y lo es porque tiene una visión pedagógica y militante de la literatura…Es popular como lo es Cervantes o Charle Chaplin(¿…?)”.
Pero volvamos a Vargas Llosa y a su alegato galdosiano e intento de mediación Alegato que comenzaba con el relato particularizado de la reciente polémica iniciada por Javier Cercas (El País Semanal, 9 febrero, 2020). Éste comenzaba su escrito llamado Galdós, con la oblicua manera de interrogarse “por qué me gusta menos Benito Pérez Galdós que a muchos de mis colegas españoles…a pesar de haberme pasado media vida tratando de explicar en la universidad su enorme importancia histórica y sus méritos literarios”. En su razonamiento Cercas, traía incluso como contraparte, la devoción galdosiana, y muy publicitada en su obra última, de Almudena Grandes y su texto previo ya citado Galdós para entender la España de hoy, donde dice –según Cercas– dos cosas fundamentales. Que Galdós, en primer lugar, “nunca fue neutral”. Circunstancia reconocida por Cercas, en la medida en que dice que el escritor canario “toma casi siempre partido…y le dice al lector lo que debe pensar, en vez de dejar que sea el lector por sí mismo quien piense”. La segunda de las bazas argumentales de Grandes, que cita Cercas, se desprende desde la afirmación rotunda de que “los lectores de Galdós tenemos una perspectiva más amplia de lo que estamos viviendo que los españoles que nunca lo han leído”. Circunstancia que podría atribuirse –pienso yo– a otros tantos seguidores de algunos escritores nucleares y tan centrales como pueda serlo Galdós en su mundo y en su momento. Y esta es la razón que utiliza Cercas para fijar los valores del canario: la redundancia y su afán pedagógico “que lastra tantas de sus novelas”. En la habitual comparativa de Galdós con Dickens, Flaubert o Tolstoi, fija Cercas “que el problema es que el siglo XIX español no es el inglés ni el francés, ni tampoco el ruso…No le hacemos ningún favor a la literatura –ni si quiera a Galdós– cuando llevados por el celo patriotero o por el legítimo entusiasmo, lo elevamos a la altura de Dickens o Flaubert, de Tolstoi o Conrad o Dostoievski; es decir a los mejores contemporáneos. Sencillamente porque este no es su lugar”.
Discrepancias que, hasta el momento, creo yo que eran estrictamente literarias, aparentemente, hasta que la irrupción impetuosa y destemplada de –nuevamente– Antonio Muñoz Molina, a los pocos días de publicarse el texto de Cercas, desvió el disparo a los supuestos caladeros de los valores morales de la escritura. Y de la escritura como moral, cosa que se escapa por los desagües de los propósitos y por los sumideros de las intenciones. ¿Es moral Kafka, o lo es Joyce? Y ¿Qué decir de la indecencia moral de escritores como Celine para unos, o de Bulgakov para otros? Escritura como moral y moral del escritor, pueden llevarnos a confundir el recorrido y la visión. Puede que sí, puede que no. El jiennense escribía, justamente, su texto Novelas y doctrinas (Babelia, 15 febrero, 2020) como una máxima de orden. Era, además, el yunque en el que golpear a los disidentes y a los modernos, entre los que incluía a Cercas y su empeño por “perdonar la vida a Galdós para ser moderno”. Y ello debido a que Cercas reconoce que la devoción galdosiana actual, quizás tenga que ver con que “parte de la novela española vive el retorno de un realismo didáctico, moralista y edificante”. Y ahí está la cuestión que se hará visible más abajo. Así AMM, inicia el tendido con una entradilla desternillante, que quiere emparentar (¡…!) al Borges desterrado del Premio Nobel con el Galdós boicoteado del tal premio, por las habilidades, mañas, e influencias de la derecha reaccionaria española. Para establecer una perfecta simetría de contrarios: a Borges su velado anti-peronismo conservador, le vetó el asiento de Estocolmo; de la misma manera que el supuesto progresismo de Galdós ató la cuerda y limitó su reconocimiento. Resuelto el enigma central del progresismo galdosiano (en alguien que vivía más que acomodadamente, como relata el mismo en su memorialismo de Memorias de un desmemoriado), se remata la faena con un gesto tan pinturero como innecesario: “Cercas tiene todo el derecho del mundo a que no le guste Galdós [¡Por Dios!, como si hubiera un código oculto de obligaciones literarias], pero tal vez no a reducirlo a una caricatura”. Caricatura que cree Muñoz Molina que es una tradición que inaugurara Valle Inclán, inventor del aserto de “don Benito el garbancero”, por más que “tanto le debía, personalmente y en su educación literaria y política”. Y en esa nómina de despechos AMM debería de ampliar el recuento a los citados ya antes: Azorín, Baroja o Juan Benet, cuyas opiniones pudieran pesar más que las del propio AMM.
Las razones del defensa galdosiana tienen que ver con razones ajenas a lo literario (“se comprometió apasionadamente con una causa en la que creía: la libertad española”). Y de ello trae causa su indagación del despotismo de Fernando VII, así como “el deseo de imaginar novelescamente el pasado le permitieron superar rápidamente el esquematismo en el que algunas veces cayó desde luego en su primer época”. Y ese es el nudo central de su obra por antonomasia Los episodios nacionales. Que no dejan de ser, en palabras de Vargas Llosa, “convirtiendo en materia literaria el pasado vivido, poniendo al alcance del gran público una versión amena, animada, bien escrita…Su mérito no es haberlo hecho sino cómo lo hizo: con objetividad y un espíritu comprensivo y generoso, sin ‘parti pris’ ideológico, tratando de distinguir lo tolerable y lo intolerable…Eso es lo que más llama la atención de los Episodios: un escritor que se esfuerza en ser imparcial”. La bondad de la escritura, según Vargas Llosa, tiene que ver con que Galdós “era un hombre de buena entraña o, como decimos en el Perú, muy buena gente”, inaugurando un territorio resbaladizo, al tratar de descubrir la buena escritura tras un buen hombre, o tras buena mujer. Pese a todo ello, es capaz de afirmar que: “Creo injusto decir que BPG fuera un mal escritor. No sería un genio –hay muy pocos–, pero fue el mejor escritor español del siglo XIX, y, probablemente, el primer escritor profesional que tuvo nuestra lengua”. Más allá de ello, Vargas Llosa realiza dos confidencias, tras un devaneo sobre el gusto y sus derivadas e inconvenientes: “A mí no me gusta Marcel Proust, por ejemplo, y por años lo oculté. Ahora ya no”. Y, en segundo lugar, “que, en aquella polémica, estuve al lado de Muñoz Molina y en oposición a mi amigo Javier Cercas”. Pero como no hay dos sin tres, Vargas Llosa avanza sus conclusiones, para fijar definitivamente sobre Galdós que: “Su gran defecto como escritor fue ser plefaubertiano: no haber entendido que el primer personaje que inventa un novelista es el narrador de sus historias, que este es siempre –personaje, narrador omnisciente– una invención”.
Y esa es la cuerda que no vibra en el segundo de los textos citados por Javier Rodríguez Marcos, Memorias de un desmemoriado. Texto que poco se cita en el conjunto de la obra de Galdós, porque de hacerlo sería para desmontar buena parte de la mitología galdosiana. Texto que además aparece provisto de una estructura tan caprichosa al desdoblar al autor y a su memoria no queriendo reconocer el descubrimiento de Vargas Llosa. Lo que debería de haber sido un reconciliación posible deviene en un ejercicio de cierta gazmoñería –cuando el autor se dirige a la memoria como Picaruela, y esta le devuelve el cumplido bajo formas propias de la mejor cursilería: Tontín. Incluso ese inciso: “Hallábame yo por entonces en la plenitud de la fiebre novelesca”
Baroja siempre ha sido maniático y ambiguo, Benet, antipático y cruel. Pero lo de este último, al que sabes que aprecio en su obra, cada vez lo comprendo menos. ¿Por qué es afán en “la inspiración y el estilo”, en cargarse con furia demoníaca a todo aquel que crea en el espejo de Stendhal, como si eso le quitase a él lectores y prestigio, un escritor que precisamente ha novelado la guerra y posguerra civil a su manera, para luego decir que todo es ficción, y que Galdós es el servil amanuense de la costumbre nacional? No lo comprendo, de verdad lo digo, o sólo lo comprendo como resentimiento de escritor minoritario. Yo estoy con AMM, como sabes, en esta cuestión, y como sí me importa el calado moral de un autor, creo que sólo una buena persona como él es capaz de ponerse de parte de una buena persona como Galdós…
Excelente y muy informado artículo.
El problema Oscar, es que de buenas intenciones se empiedran los infiernos. Se puede ser buena gente – como Vargas Llosa dice de BPG- y faltar “algo”. Benet cultivaba su fama de antipático para construir una obra minoritaria. Pero ello no le impide emitir juicios críticos, desmedidos a veces, pero certeros otras. La centralidad de BPG en la literatura del XIX español, merece otras lecturas y revisiones. Pero muchos críticos sucumben ante el mármol de la fama. Gracias por tus comentarios.
Chesterton decía que la frase de que de las buenas intenciones esta empedrado el infierno solo podia ser obra de un protestante… XD Inviertes la relación causa-efecto en el caso de Benet de manera psicológicamente inverosímil, pero no imposible.
Toda mujer aspira a casarse con el hombre que ama; yo no (…). Yo te quiero y te querré siempre, pero deseo ser libre. Por eso ambiciono un medio de vivir. (…) ¿Es locura poseer un arte, cultivarlo y vivir de él? ¿Tan poco entiendo del mundo que tengo por posible lo imposible”, pág. 98; “Quiero saber, saber, saber”, pág. 144 de Tristana de Galdós en Madrid Alfaguara.