Si usted tiene un pan y yo tengo un euro, y yo voy y le compro el pan, yo tendré un pan y usted un euro, y verá un equilibrio en ese intercambio, esto es, A tiene un euro y B tiene pan, y a la inversa, B tiene el pan y A el euro. Este es, pues, un equilibrio perfecto.
Pero si usted tiene un soneto de Verlaine, o el teorema de Pitágoras, y yo no tengo nada, y usted me los enseña, al final de ese intercambio yo tendré el soneto y el teorema, pero usted los habrá conservado.
En el primer caso, hay equilibrio: eso es mercancía. En el segundo, hay crecimiento: eso es cultura.
Michel Serres
Todo esto tiene un lado bueno, y es que seremos recordados como clásicos, como civilización de referencia. Estas décadas, desde la Segunda Guerra Mundial hasta el próximo 2030, más o menos, serán una suerte de Camelot, serán recordadas como un oasis de prosperidad, libertad, cultura y abundancia en el escorzo occidental el mundo. Serán Camelot como no lo fue Camelot o como sí lo fue la Atenas clásica, la Roma de Trajano, Córdoba de los Omeyas o el Renacimiento italiano (las ciudades libres de Génova, Venecia y Florencia), esos escenarios inolvidables que supieron ejectar la barbarie y la violencia fuera de sus fronteras. Nuestros descendientes saldrán a la batalla a “defender lo que fue”, tal y como dice el Arturo del Excálibur de Boorman. No habrá espadas, sino teclados, ni escudos, sino firewalls, pero será igual de reñida, y conocerá un número de bajas mayor. Pero para eso habrá que quitarse de encima al falso rey, al usurpador, a Ricardo III, o sea, a Donald Trump. Hoy es nuestro último día con ese Anticristo del Necroliberalismo tomando decisiones mientras ve la Fox y a golpe de tuit, el último día que sufriremos su necia amenaza cernirse sobre nosotros como un ave rapaz con tupé de vendedor de biblias. Es verdad que todavía nos quedan unas semanas de bravuconadas, mientras que el Tribunal Supremo de EEUU, debidamente amañado como ya lo estuviera ante la victoria de Al Gore, termina por hacer comprender a La Bestia que la democracia formal es formal porque por lo menos habrá que guardar las formas, aunque luego hagas lo que plazca con los contenidos. Trump es presidente muerto, eso está claro, porque se ha pasado mucho de la raya, ha pisado muchos callos, todas las mujeres, todos los hispanos, todos los afroamericanos, todo el colectivo LGTBI+, y cualquiera que sepa leer algo más que la entrada de la SuperBowl (pensad que los norteamericanos, por no leer, no leen ni subtítulos…), van a votar a ese viejecillo de Biden, aunque él como tal no sirva para nada, y la siguiente inquilina de la Casa Blanca vaya a ser por fin negra, mujer y atractiva.
De modo que Donald, Donaldo, ya no va a ser el problema, el verdadero problema va a ser que consigamos que Trump represente un final absoluto, no un nuevo principio. Porque bien podría ser que los grupos económico/ideológicos que han apoyado el ascenso de Trump se den cuenta de que basta con buscar el recambio adecuado para que lo que él ha sembrado de manera caótica e histriónica germine bajo la fachada de alguien más presentable, una especie de Santiago Abascal pecho-palomo a la americana que al menos no haya dirigido un Reality Show. Ya sabéis, el viejo truco, que ya vimos en Ciudadano Kane, Dulce pájaro de juventud y otras películas en blanco y negro del gran Hollywood, eso del candidato que clama contra los burócratas corruptos del sistema para mejor poder él coronar zafiamente ese sistema. O impedimos eso, o hacemos de Trump el colofón y más agusanado ejemplo de ese estilo demagógico y populista, o pondrán en su lugar a otro tipo más joven, quizá una mujer, como la Emma Thomson de Years and years, a fin de gestionar la carestía del futuro. No obstante, si esto último tuviera lugar, ya digo que todavía nos quedaría el consuelo de ser el objeto de una gran nostalgia histórica (o ni siquiera eso, porque todo se puede convertir hábilmente en sociología y envidia)
Antes de ponerme a escribir esto, he visto en una marquesina el anuncio de una gala holográfica de Whitney Houston, como ya la hubo de María Callas. He sumado tal profanación y monetización de cadáveres a una lista que llevo hace dos semanas, porque soy un chalado, y a la que titulé “¡Oswald Spengler, llévame pronto!”, a propósito de Oswald Spengler, el historiador prenazi que publicó la célebre y voluminosa monografía (llegó a mis manos y creo que se la regalé a mi amigo Álvaro: me disculpo desde aquí públicamente…) La decadencia de Occidente, hace más o menos cien años. Parece que no, pero ese tocho, magistralmente concebido y escrito, sedujo a toda la intelectualidad posterior a la Gran Guerra, y hasta el proceloso cerebrito de Wittgenstein le rezaba de cuando en cuando. Os cuento lo que he apuntado hasta hoy. Primero: parece ciertamente decadente esa troupe de neomilagreros que han brotado como malas hierbas en Youtube desde el primer confinamiento, queriendo convencer a los desesperados de que su trabajo es un asco, pero que con un sencillo curso gratuito on line (lo he investigado: son 5000 euros como media a cambio de una semana de ver vídeos oligofrénicos) que ellos imparten vas a acceder a las enormes ventajas que ofrece el mundo digital pero que nadie más que ellos conoce, y gracias a las cuales ganarás mazo de pasta mirándote una pantalla medio rato al día desde Las Bahamas. El capitalismo estaría entonces pasando por su mejor momento, lo que te falta es el cicerone, el Virgilio adecuado; lástima que sea un timo o una secta para bobos que merecen que les timen o abduzcan. Segundo: otra marquesina con unas medias de la marca Calzedonia donde han bordado las palabras “te quiero” en varios idiomas. Pues ya está, eso es lo que era después de todo el amor, romántico, filial o divino: marketing barato de unas medias cutres. En parecido sentido, Bankia, sí, Bankia, la descomunal estafa que fue Bankia, vuelve al mercado lavándose la cara bajo el lema de “humanismo digital”, que es como si el nieto que Hitler nunca tuvo se presentase a las elecciones alemanas con el lema “vota a tu partido más inclusivo”. La noble palabra “humanismo”, en fin, y todo lo que ella pudo significar, prostituida para siempre jamás en idioma castellano; ya podían, al menos, haber escogido “humanitarismo”… Cuarto: ese engendro comercial de Miley Cyrus va a versionear temitas de Metallica. Los miembros de Metallica, que hace tiempo habían colaborado con Lou Reed, se prestan a ello, no tengo más que comentar. Y quinto: hace una semana, cambiando de canal como un vulgar pichiruchi, me encontré una película de Nicolás Cage teñido de rubio en que el altote actor mataba a tiros a unos tipejos que entraban en su habitación de motel al tiempo que remataba la faena con una rubia recauchutada, fumaba un puro y con la mano libre de la pistola daba tragos a una botella de bourbon. Lo de Metallica me duele mucho más, pero esto último es sin duda lo más trumpiano de todo lo dicho…
Así que creo que Spengler, que me cae fatal, tenía razón, pero con un siglo de demora. Trump nos deja mañana, no sin antes dar la nota y armar el pollo un poquito más, en el intento de repetir la jugada de 2016 (recuérdese que Hilary le sacó 3 millones de votos), ahora el asunto reside en averiguar cuánto de él nos ha dejado estos aciagos cuatro años. ¿Volverá, por ejemplo, EEUU al Tratado de París? ¿Cuántos Rambos llevarán entrenando a escondidas en los bosques de aquel gran país? ¿A partir de ahora todos los manicomios estarán a cargo del más loco? ¿Cuál será la recompensa para Melania de todos estos años de paciencia y abnegación? Y, sobre todo… ¿Sueñan los robots usamericanos con ovejas 5G? Ya sabéis que en USA no se “usa” la jornada de reflexión, algo que hacemos incluso en España, el Atleti de Europa. Mal, muy mal, pero es que si no lo tienen claro a estas alturas lo mejor será que se muden a la Rusia de Putin. Sarna con gusto no pica, pero mortifica. Recuerdo que hace veinte años tuvieron la amabilidad de traerme en coche desde Navarra hasta Madrid unos chavalillos de mi edad a la sazón que soltaron la sarta más inmunda de trumpadas que haya oído yo en mi vida, antes y después de Trump. Formaban parte de una de las familias más ricas de España, cuya fortuna se había hecho con las gasolineras del franquismo. La trumpada más gorda, y que nunca olvidaré, porque juro que me clavó en el asiento de atrás como un frenazo y me asustó hasta el punto de no volver a abrir la boca en todo el viaje, fue “aquí lo que hace falta es hacer una montería de rojos y maricones”. Tremendo. Tiene que haber mucha gente por ahí así, de esa catadura, pagando campañas y dorando la píldora a muñecos de guiñol sin experiencia como Trump. La decadencia de Occidente debe ser eso: comenzar con Solón y Pericles y terminar con Donald Trump y Viktor Orbán. Eso y Whitney Houston ofreciendo una gira desde el nicho, jetas engañando a la gente con mucha menos gracia que Tony Leblanc, unas medias de nylon que te aman, un puto banco rescatado públicamente disfrazándose de Erasmo de Róterdam, rock duro interpretado por una niñata, y Nicolás Cage agarrando, como Trump, a las mujeres por el coño. Farewell, Mr. Trump!! Que te mejores de lo tuyo, tú que sólo puedes mejorar… A ver si conseguimos convertir tu categoría en anécdota, al revés de lo que pedía Eugeni D´Ors, haciendo con ello Occidente great again. Porque, bien mirado, y por desgracia, el otro lado del mundo tampoco augura nada bueno…
https://elpais.com/ideas/2020-10-31/el-presidente-en-llamas.html
En el anterior enlace la periodista dice que no los asesores directos del presidente acaban por entender qué le guía, cuáles son son sus principios, si los tuviera. Yo creo que está claro: Trump se mueve con un único criterio, que es el de no ser jamás y en ninguna circunstancia el perdedor. El loser sentido como un intocable, en sentido hindú, un untermesch, en lenguaje nazi, un boluuuuuudo en argentino y un parguelas en castellano. Lo primero parece lo más determinante en el sistema.nervioso trumpiano, ese instinto de limpieza que diría Nietzsche: el perdedor es sucio, es miasma, nadie se le acerca, está condenado. Trump, un triunfador, sería capaz de cualquier trampa, subterfugio o chalaneo repugnante con tal de que no se le pegue el tufo del perdedor que solo existe en su cabeza. Ninguna treta es lo suficientemente baja como para evitar como sea la inmundicia: Trump como anatomía del magnate, un tipo humano paranoico y paradójico….
Pues puede que la derrota se confirme, patalee lo que patalee Bebé Jefazo. Y antes de los votos por correo, que es lo esperanzador. A mi juicio, no tiene razón los varios periódicos de hoy donde los columnistas opinan que, en cualquier caso, Trump “no fue un accidente”, sino que 70 millones de votos acreditan que había arraigado profundamente en algo así como el alma o la frustración del trabajador norteamericano medio. La explicación, tal como lo veo, es mucho más sencilla, y consiste en que todo presidente por sólo serlo ya cuenta con una enorme campaña de imagen de la que carece su rival, puesto que ya la gente le ha visto durante años ocupando esa función por la televisión. Es decir, que no es que esta semana demuestre que lo de 2016 no fue una gamberrada de los votantes, que desde luego que lo fue, sino que esa cantidad de votos corrobora que más vale parecer que ser, y que si pones a una caricatura en un puesto de responsabilidad sus súbditos terminan acostumbrándose y naturalizándolo. Como el Waldo del episodio de Black Mirror, o como Aznar en España en su segundo mandato, el de la mayoría absoluta, o como yo, que mis hijos aun se tragan que soy el adulto de la casa. Lo que importa -a mi, que no soy politólogo ni deseo mucho serlo- es que si las elecciones de EEUU son algo así el termómetro de la racionalidad del planeta, más vale que las declaraciones de Biden de hace un momento no se equivoquen. Porque, en caso contrario, habría que diagnosticar psicosis global. En cuanto a Trump ahora, pues lo que decían aquellos…
https://www.youtube.com/watch?v=XKqsNoo-8k4