Insisten los obituarios de Alberto Oliart Saussol (Mérida, 1928-Madrid, 2021) sobre todo en su dimensión pública. Así la pieza de El País alude a él como “el ministro de Defensa que afrontó el juicio del 23-F”, cosa que ciertamente fue. Incluso una búsqueda de datos sobre su pasado, en base de datos diversas, nos proporcionan la certeza de su perdida, de la pérdida de ese pasado por la que él batalló en el primero de sus trabajos memorialísticos: Contra el olvido (1997).
Toda la información destacada y reseñada sobre el Oliart político, y todas las imágenes disponibles están referidas a esos momentos en los que Alberto Oliart desempeña puestos públicos en diferentes posiciones, como si no hubiera habido un tiempo anterior, ese tiempo que se olvida y por ello nos esforzamos en capturarlo a través de la escritura y de la congelación de la memoria. Y ese tiempo anterior, habla del traslado familiar a Barcelona, ante el temor de revanchas en tiempo de guerra civilismo sobre la figura paterna –Antonio Oliart Ruiz, rico hacendado extremeño– para recalar, tras algunos sobresaltos en la Barcelona de posguerra agitada y polvorienta. Donde llega Alberto Oliart, tras muchas vicisitudes y equívocos casi irónicos. Estudia en el colegio de los Escolapios y luego en el Instituto Balmes, donde coincide con Manuel Sacristán y con José María Castellet. Más tarde Alberto cursa derecho –por indicación familiar– y se gradúa finalmente en 1950.
Ya en 1945, hace amistad, al llegar a la Universidad, con Carlos Barral –un referente continuo en la vida de Oliart, como en la vida de tantos otros coetáneos y una herida en su recuerdo–, Juan Raventós, Antonio Senillosa y Jorge Folch. Más tarde irán apareciendo Alfonso Costafreda y Jaime Gil de Biedma, en otros momentos vitales de esos años de formación, que serían –en palabras de Carlos Barral en sus ejercicios de memorialismo– Años de penitencia y Años sin excusas. Luego en Ronda, en las milicias universitarias, vuelve a coincidir con Carlos Barral en 1949. Lo que si parece cierto, es que en esos años, nace en Alberto Oliart una ineludible afición por la cultura y por las letras, que dejará su huella ineludible en años posteriores y en su moralidad pública. Por más que alguno lo haya considerado una suerte de ágrafo del Grupo de Barcelona –a la manera que Pepín Bello, lo fuera con el grupo de amigos de la generación del 27– y ello a pesar de los dos tomos de memorias. Como puede observarse a través de la lectura de Contra el olvido (1998), que obtuvo el premio X Comillas de 1997. Donde la portada muestra un excelente retrato de Oliart de 1959, realizado por Josep Roca Sastre. Un retrato a lápiz, sólo acabado en rostro y cuello, mientras que el resto del cuerpo y brazos aparecen esbozados levemente con la sutileza del lápiz. Como si mediara un olvido querido o una suerte de brevedad imperiosa.
En esas memorias leía fascinado los vericuetos de esa experiencia anterior de alguien, esencialmente conocido como –dice el obituario de El País– el Ministro de Defensa que se enfrentó al juicio del 23-F. Cuando descubrí –ya al final del texto–, la llegada de Oliart a Ciudad Real en tren julio de 1953, como Abogado del Estado. Y esa llegada en tren, posiblemente de noche, prolongaba otra llegada del memorialismo de esos años, como fuera la Castilla del Pino a Córdoba, y completaba cierto memorialismo de los años cincuenta que nos permiten conocer mejor esos años de formación y de cuestas vitales. Años hondos y duros, pero que fundamentan todo lo que vino después. Por más que Luís Martín Santos, habiendo estado brevemente en Ciudad Real, como Director del Hospital Psiquiátrico no hubiera dejado rastro alguno de su estancia en una breve nota o en un apunte menor. Oliart lo anota sin embargo, y lo refleja en esos años que van desde 1953 a 1958. Y opta por Ciudad Real, como dice por la equidistancia entre Madrid –donde vive su futura mujer Carmen Delgado de Torres– y Mérida–donde se asientan las raíces familiares y las tierras y fincas de la memoria–. Y dice Oliart de ello, de esa estadía: “Ciudad Real era entonces más un poblachón manchego que la ciudad que por su nombre y su rango de capital de provincia podría esperarse. En Ciudad Real nos nacieron dos hijos, Antonio e Isabel. Y conocí toda la provincia, llanuras de la Mancha, heladas en invierno, abrasadas en verano; campos de La Solana y Montiel; lagunas de Ruidera; campos volcánicos de Alcolea; pueblos y sierras de los montes de Toledo, Picón, Alcoba, Luciana, Puebla de don Rodrigo. En el recuerdo tantos paisajes, tantos días, tantas horas en el sosiego de mi primera casa, con los llantos y las risas de un niño llenándolo todo. Por aquel tiempo, más o menos en 19544, conocí en casa de Vicente Girbau a Juan Benet, de quien fui amigo hasta su muerte, un regalo de amistad de risa y de ingenio”.
Puede que todo ello, la vida íntima y familiar, los cuadros provincianos y los paisajes quedos, la vida de formación y cultura, los años barceloneses de amigos y universidad, los encuentros madrileños en la noche se omitan ahora en esos obituarios finales y trazados con rapidez y precipitación. Como si el esfuerzo de Oliart plasmado en Contra el olvido, cediera su lugar a la segunda pieza memorialística: Los años que todo lo cambiaron, que subtitula Memoria política de la transición (2019).
Es posible que el retrato final y dominante de Oliart sea el de Director administrativo de Renfe (1967), de Abogado del Estado en el Tribunal Supremo (1968), de director general del Banco Hispano americano (1973) y ya en 1977 –iniciada la Transición, nombrado por Suárez como breve Ministro de Industria, Ministro de Sanidad en 1980 y Ministro de Defensa –ya con Calvo Sotelo– en 1981. Y ya, como último servicio público, Director de Radio televisión española entre 2009 y 2011. Pero pese a todo, me seguiré quedando con la distancia larga del retrato inacabado de esos años cincuenta abiertos en canal