Ignoro si era poco o nada conocido en España o en América, aunque seguro que sí entre los ilustrados, afrancesados o simplemente francófilos, que algunos hay. El personaje, con su mirada pícara por encima de los lentes, su flequillo caracoleando sobre sus cejas espesas de lord inglés, mordisqueando la patilla de las gafas, cruzando las piernas como un dandi, inspiraba tanta simpatía que obtuvo, incluso en vida, el respeto de sus detractores y el halago sincero de sus colegas. Era Bernard su nombre de bautismo pero todos lo conocían por “el de Apostrophes”.
Fue Bernard una figura dominante del paisaje mediático cultural francés durante más de 25 años, el hombre que dio a los franceses el gusto por la lectura, el amor a los libros, trascendiendo las fronteras, en todo el planeta de la Francofonía. Los obituarios de su país no escatiman estos días los elogios y muchos hablan de “fenómeno sociológico”. Es natural y merecido, ¿Cómo, si no, explicar que un programa dedicado a la cultura llegara a alcanzar ante el televisor picos de hasta tres millones de telespectadores los viernes por la noche, en hora de gran audiencia, durante tantos años? Y algunas fuentes hablan de hasta cinco millones en 1983. ¿Sería posible hoy un éxito análogo? Seguramente no. Sabemos que hoy el programa de televisión más visto en Francia sobre libros y autores gira en torno a los 350 mil televidentes solamente.
Su retirada de la televisión en 2005, a los 70 años, dejó un gran vacío que hoy se ha hecho aún mayor. Murió el lunes 6 de mayo a los 89 años, un duelo nacional. Si a la par que el Señor de los Cielos o el Señor de las Tinieblas hubiera que nombrar al Señor de los libros, ya tenemos candidato.
Al niño Bernard le gustaba el diccionario Petit Larousse y las Fábulas de La Fontaine, y saltaba de uno a otro cuando, entre los diálogos de animales, encontraba una palabra desconocida. También hojeaba un libro gordo con imágenes de la Gran Guerra, la primera, porque de la Segunda todavía no existían libros, su padre estaba prisionero en Alemania, y él no llegaba a los diez años. A la lectura se lanzó más tarde, pasados los veinte. Estudio periodismo y con 22 años obtenía el diploma.
Trabajó en Le Figaro littéraire, hizo un poco de todo, radio y prensa, creó y dirigió la revista LIRE (Leer) y empezó en televisión presentando su propio programa llamado “Abrir comillas”, el cual le sirve de trampolín para lanzar, en 1975, la emisión literaria que hará historia, Apostrophes, con la que se mantuvo catorce años en antena. Fiel a la cita con los amantes de la literatura, pero no solo con ellos, Pivot abrió de par en par las puertas a un público que no estaba interesado a primera vista por ese tema y que gracias a él empezó a pensar que los libros eran importantes. Él mismo desveló la fórmula en 1976: “Yo concibo Apostrophes como un magacín de ideas a partir de los libros”, dando a entender que lo que cuenta realmente es el debate de ideas que pueda suscitar la obra escrita, sobrepasando los límites de la crítica estrictamente literaria.
Pivot era un presentador y un divulgador cultural, un apasionado de la palabra, del idioma, de los libros y de la literatura, en ese orden, un periodista que, curiosamente, no se consideraba a sí mismo, modestamente, como un crítico literario.
Como gran profesional sabía despertar el interés por los escritores y su obra, animando un diálogo amistoso, proponiendo una semblanza afable en un ambiente distendido, situándose como un mediador autorizado y eficaz entre unos y otros. Yo apreciaba su deferencia con el traductor, al que siempre citaba con nombre y apellidos cuando se trataba de una obra traducida, una muestra de respeto por la profesión, inhabitual en la época. Pivot fue una figura querida y popular en el sentido más noble de la palabra, alguien que supo escapar conscientemente de un ecosistema elitista, estirado y vanidoso del mundo parisino de las letras. Fue capaz de convertir un programa “cultural”, un adjetivo que aleja a tantos espectadores de la pequeña pantalla, en una cita semanal de la que teníamos la impresión de salir más cultos. El formato era el de una reunión informal de amigos. Tenía el don de encontrar el tono natural, sin pedantería ni artificio, que no excluía mi menospreciaba al espectador, desacralizando el arte literario y sus vedettes, compartiendo, en emisiones en directo, a modo de una tertulia, diferentes temáticas junto a sus cuatro o seis invitados por programa, contrastando opiniones, zigzagueando entre lo culto y lo cotidiano, lo divino y lo profano, en torno a una mesa baja donde se apilaban los libros recientemente publicados, … y a veces algunas bebidas, porque como en las tertulias de verdad, los invitados fumaban, y algunos bebían, y no agua precisamente, nadie se escandalizaba. Tirando de videoteca, resulta curioso observar lo extendido de tan primitivas costumbres, y sin embargo fumar en todas partes era entonces lo normal en nuestras vidas, se fumaba en el restaurante, en el autobús, en las clases de filosofía de dona Encarnita, yo en mis propias clases, pero el lugar más chusco y paradójico que recuerdo es el humo del cigarro en las salas de espera del Ambulatorio de Ciudad Real, que debiera ser un santuario de la salud.
Su poder fue real y legítimo, Apostrophes fue el check point del éxito comercial de un libro. Todos querían pasar por allí, autores y editores, que veían en esa ventana una posibilidad de propulsar las ventas. Pivot podía sacar a un escritor de talento de la sombra en los 75 minutos que duraba el programa y catapultarlo al estrellato.
Mi primer recuerdo de Bernard Pivot está asociados a la ciudad belga de Lieja, a la casa de la madre de mi novia. La mujer, responsable de la Biblioteca Pública, sentada ante la televisión, tomaba notas de las novedades literarias que luego iba a encargar para sus fondos. Corría el año ‘85, y aunque mi nivel de francés no era lo bastante bueno para seguirlo al cien por cien, escuchaba el programa con deleite.
La bibliotecaria de Lieja no era la única que anotaba la lista de los libros para sus estantes, todos lo hacían, libreros, escuelas, universidades…, y el mundo francófono no se limita a Francia sino que cuenta con millones de hablantes, es decir millones de lectores y clientes potenciales de las editoriales. Ahí residía el poder de Pivot.
Muchas veces el éxito de un libro dependía de lo bien o lo mal que lo había defendido su autor más que de sus cualidades literarias intrínsecas del mismo. Así se observaba con frecuencia que, al poco de su paso por antena, las ventas aumentaban repentinamente. Las editoriales, conocedoras lógicamente del impacto, también preparaban el terreno y desde una semana antes se venía anunciando en la prensa o se escribía en la faja del libro la frase “de próxima aparición en Apostrophes”. Después se retomaban las frases elogiosas que Pivot había dedicado al libro y se utilizaban en los anuncios. En las librerías solía haber un expositor con el epígrafe “visto en Apostrophes”, como un marchamo inequívoco de prestigio. Pasar bajo ese foco era un verdadero rito iniciático para los autores noveles, era como pasar un examen, pero algunos no lo aprobaban y las ventas se resentían. Pivot lo explicó muy bien: A veces hay autores que son excelentes escritores, pero malos conversadores y mediocres tertulianos.
En aquel ano ‘85 Pivot buscaba ideas para dar publicidad a la revista Lire. Una lingüista le habló de unos concursos de ortografía que se celebraban en Bélgica y a partir de esa idea inspiradora creó un concurso de ortografía, sus famosos “dictados”. Contra todo pronóstico, en un periodo donde los dictados en el aula eran considerados por la nueva pedagogía una tortura infantil, “Los dictados de Pivot” triunfaron como una estrategia original de marketing. A partir de entonces, durante veinte años, Pivot realizo la proeza de leer un dictado ante aplicados estudiantes, o gentes de todas las edades, provenientes de todas las ciudades de Francia que habían llegado a la final. Ese campeonato de ortografía, llamado Le Dico d’or (el Diccionario de oro), era retransmitido en directo por televisión. Bernard Pivot escribía el texto de la prueba final. Textos tan ingeniosos como temidos por su dificultad. Así, empezaron los Championnats de France d’orthographe, que dos años más tarde, al traspasar el concurso las fronteras, pasaron a ser los Championnats du monde d’orthographe, de 1988 a 1992.
En Apostrophes no había distorsiones ni adoctrinamiento sino sólidos argumentos de uno u otro invitado. Pivot era el juez de silla, no era dirigista, no trataba de retorcer intenciones, ni atribuir medallas o fustigar al invitado pavoneándose de su propia inteligencia como hacen otros en los debates franceses. Pero también, en algunas ocasiones, Pivot debió arbitrar en ese ring televisivo discusiones acaloradas y venenosas, debates de ideas y de egos contrapuestos, como en la que se enfrentaron los Nuevos Filósofos con sus críticos más feroces.
Por sus programas desfilaron todos los grandes autores, Vladimir Nabokov, Marguerite Yourcenar, Marguerite Duras, Françoise Sagan, Hergé, creador de Tintin, Jorge Luis Borges, Solzhenitsyn, Simenon, Milan Kundera, Bukowski, John le Carré, también otras figuras como François Mitterrand, Claude Lévi-Strauss, y hasta Felipe González, que leyó unos versos de poetas españoles. Pivot fue sin duda el único capaz de reunir, por ejemplo, tres personajes de excepción en el mismo plató en un mismo programa en directo, Salman Rushdie, Mario Vargas Llosa y Umberto Eco, o invitar un día al boxeador Mohamed Ali, otro día a Brigitte Lahai, actriz porno de la época, y al siguiente al Dalai Lama.
Pivot fue lo que hoy llamaríamos un influenciador en el sentido de que prefigura un fenómeno moderno como el gusto por los crash, tan de moda en los vídeos ultraideologizados que pululan por nuestras redes sociales, por eso surgieron también algunas voces críticas, como la de Régis Debray, consejero de Mitterrand, quien le acusa de “ejercer una autentica dictadura sobre el mercado del libro” (1982), o de Gilles Deleuze, el filósofo que, con un dardo cruel, le recrimina el convertir la literatura en un show: “Apostrophes es el estado cero de la crítica literaria, la literatura convertida en espectáculo de varietés”. Bueno, hay que decir que este hombre criticaba a todo lo vivo.
También hubo a lo largo de su larga historia, algunos resbalones vergonzosos, como el tratamiento dado a la pedofilia en más de una ocasión por ciertos invitados, un error reconocido, a toro pasado, por Pivot, entonando el mea culpa por la manera ligera de tratar el tema en aquellos años en que se envolvía en un discurso ambiguo perfumado de literatura para blanquear lo que era un abuso de poder. Declaraciones de ese tipo, hoy inaceptables, eran adoptadas con desenvoltura por cierta elite intelectual que consideraba la pedofilia, en los setenta, como una forma de liberación y emancipación, aunque no fuera en realidad más que una coartada para mantener una relación amorosa o sexual con menores, pensamos en el caso Matzneff o cuando Daniel Cohn-Bendit, apóstol del mayo del 68, intentó convencer a un ensayista defensor de la moral tradicional del placer que supone ser “desnudado por una niña de cinco años y medio”.
Una entrevista famosa fue la que hizo a Vladimir Nabokov, cuya obra Lolita (1955) había sido acusada acusada de promocionar una hipersexualización perversa de las niñas. La obra estuvo prohibida en Francia hasta 1958 y desde entonces ha venido sufriendo la crítica del revisionismo feminista. Sin embargo, en la entrevista, el propio Nabokov dijo que los medios y la versión cinematográfica de su novela habían desfigurado el personaje de Lolita, cuando en realidad la niña era una víctima. En un tema tan delicado, el punto de vista de Pivot sobre el revisionismo y la corrección política (lo woke de hoy) que se ceba en algunas obras artísticas o literarias es que es injusto en el sentido que se confunde el tema con el autor. En el caso de Lolita, la obra no es una apología de la pedofilia sino las confesiones de un pedófilo, aunque la historia esté narrada en primera persona: “Si Nabokov publicara hoy Lolita lo meterían a la cárcel directamente. Pero el arte y la literatura están muy por encima de revisionismos y por encima de las leyes. De lo contrario tendríamos que prohibir al marqués de Sade y a muchos otros escritores que nos muestran facetas diferentes de la condición humana”. (Entrevista a Pivot, Wmagazin n 7, 2018).
Surfeando por todas las aguas, calmas o turbulentas, «Apostrophes» tuvo una larga vida de 724 programas. La totalidad de ellos pueden verse en los archivos del INA (Instituto Nacional Audiovisual), al final del artículo.
La acción cultural de Pivot no se termina con Apostrophes. En 2004 a pesar de no ser un escritor confirmado, Pivot es elegido miembro de la Academia Goncourt, una academia creada a mediados del siglo XIX por dos hermanos, escritores bien conocidos en su época que, conscientes de que no pasarían a la posteridad a pesar de su ambición, decidieron crear una sociedad, a imitación de la Academia Francesa, que llevara su nombre y concedería un premio literario anual. Hoy el premio Goncourt es sinónimo de excelencia literaria en todo el mundo, a la vez que el más codiciado puesto que proporciona a la editorial del ganador unos beneficios calculados en tres millones de euros en los dos meses que siguen a su entrega.
Pero en ciertos momentos de su historia centenaria se le ha reprochado al concurso cerrar los ojos ante verdaderos talentos por razones no estrictamente literarias. Por ejemplo el Goncourt le fue negado a Marguerite Duras por su obra “Un dique contra el Pacífico” porque pertenecía al Partido Comunista. La Academia Goncourt arrastraba la reputación de ser demasiado conservadora, de tener un jurado inamovible, compuesto por diez escritores que son miembros permanentes hasta los 80 años, “les Dix” (Jorge Semprún fue uno de ellos hasta su muerte), de ser partidista y premiar casi exclusivamente a hombres, o de favorecer a unas editoriales (Gallimard, Grasset) en detrimento de otras, simplemente porque sus miembros eran a la vez asalariados de alguna de ellas.
Diez años después de su aceptación como miembro, Pivot es nombrado Presidente de la Academia Goncourt (2014). Su labor ha sido unánimemente aplaudida. Todos sus compañeros de gremio le han reconocido su independencia de las grandes editoriales, su impronta ética al defender una política de transparencia en la concesión de los premios que estuviera libre de toda sospecha. Con él en la presidencia del premio, los miembros del jurado que tuvieran alguna vinculación pecuniaria con las editoriales fueron excluidos. Durante décadas solo había habido cuatro lectores que designaban el libro premiado, hoy todos los integrantes pasan el verano leyendo los manuscritos recibidos, después de que Pivot repartiera el poder decisional y las responsabilidades inherentes entre todos los miembros. A su frente estuvo hasta 2019, y abandona el cargo coincidiendo con la difusión del vídeo del programa Apostrophes en que el escritor Gabriel Matzneff, ya citado, habla de sus prácticas pedófilas (1990).
Pivot, en paralelo a su cargo de presidente del Goncourt, ejerció igualmente como intermediario cultural, con una pizca de filosofía y sentido común, cuando llegó el pajarito a las redes sociales. Sus tuits, píldoras condensadas del idioma, trataban a diario con estilo humorístico, lírico, mordaz, a veces incluso agitador, todos los temas de la actualidad, muchos de ellos relacionados con la lengua, sus paradojas, sus excepciones y su uso. Comentó con agudeza la vida política y sus ministros, y habló de sus pasiones personales, como la enología, la gastronomía y el fútbol. Disfrutaba inventando palabras, como un lexicógrafo, en el ecosistema conversacional de Twitter. Sus pequeñas frases atrajeron a un millón de seguidores, y como todo quisque con sentido de la ironía sufrió la persecución furibunda de la bienpensancia (si es un palabro inventado), en su caso por un mensajito humorístico en 2019: “En mi generación, los chicos buscaban ligar con chicas suecas, que tenían fama de ser menos estrechas que las francesas. Puedo imaginar nuestro asombro o nuestro miedo si nos hubiéramos acercado a una como Greta Thunberg”. Pivot tuvo el coraje de mantener su tuit a pesar de las presiones.
Y después, el silencio. En 2022 el venerable Bernard explicó la razón: “He preferido el silencio porque el mal me golpeó en la cabeza, el asiento del cerebro y del habla. En esos casos es mejor permanecer así, a la espera de que la memoria se recargue y el pensamiento vuelva a florecer”.
Aparte de por su enfermedad, Bernard Pivot explicaba también su alejamiento de los medios de comunicación por su deseo de descansar, y de darse tiempo para sí mismo: “Dejé la televisión para anticiparme a lo que habría sucedido inexorablemente: el cansancio del público, y porque quería tomarme un tiempo para escribir algunos libros (…) A los 84 años, renuncié al Goncourt para dejar paso a un escritor más joven. Por último, muy a mi pesar, renuncié a mi columna en el JDD (Journal du dimanche) porque estaba enfermo, discapacitado, y no podía escribir como lo había hecho durante más de un cuarto de siglo”.
El tuit que escribió a los 81 años, adquiere hoy toda la actualidad: “La radio tiene tan enraizada la costumbre de llamarme cuando muere un escritor que cuando yo muera, también me llamaran”.
Pivot fue igualmente escritor de éxito. Incluso hizo una incursión en el teatro para presentar sus propios monólogos. Sus libros tratan sobre el idioma, como 100 mots à sauver (2004) (100 palabras que salvar) y la continuación, 100 expressions à sauver (2008) (100 expresiones que salvar), o aun Les Mots de ma vie (2011), (Las palabras de mi vida), diccionario personal que presentaba así: “Nuestra memoria está llena de palabras. Lo único que tenemos que hacer es aprovecharla. En este diccionario personal encontrará palabras que me han acompañado en mi vida profesional: apóstrofo, ortografía, escritor, lectura, biblioteca, comillas… A ellas se añaden un sinfín de otras palabras de mi vida privada, de mis recuerdos íntimos, de mi manera de ser, de mi psicología de niño y de adulto, de mis cosas, de mis ensoñaciones, de mis alegrías, de mis penas, de las aventuras del hombre que se hizo famoso gracias a una sucesión de casualidades de la vida… pero las palabras de mi vida son también mi vida con las palabras. Antes de leer novelas las palabras ya me fascinaban. Vagué por el vocabulario antes de vagar por la literatura”.
Con su hija Cécile Pivot fue coautor de Lire! (2018), escribirlo sirvió de bálsamo para unir padre e hija en una empresa común, pero durante muchos años los libros se habían levantado como un muro entre ella y el afecto de su padre: “Mi padre estaba presente en casa físicamente, pero ausente de hecho. No se le podía molestar. Nunca nos leía cuentos por la noche, nunca nos guiaba en nuestras decisiones, ni nos ayudó a vivir con el peso de su fama. Ahora entiendo por qué dedicó su vida a un trabajo tan apasionante, pero tardé mucho tiempo en aceptarlo”. Pivot lo reconoce, las horas incontables de lectura lo habían alejado demasiado de su familia.
Joven octogenario, publica varias obras, Amis, chers amis (2021), un elogio de la amistad, y el último “…mais la vie continue” (2022), suerte de testamento intelectual y de agradecimiento a todos aquellos amigos de viaje que le acompañaron hasta el final.
El cuestionario Proust
Al programa de Apostrophes siguieron otros, como Bouillon de culture (Sopa de cultura), donde abría el abanico temático para tratar temas de amplio espectro social, la actualidad cultural, del espectáculo y de la política, por el que desfilaron no solo literatos sino gente del mundo del espectáculo, del cine, de la música, con más invitados en torno a la mesa, un programa que a pesar de su menor audiencia, ya que fue relegado a un horario menos favorable, se mantuvo durante toda una década (1991 – 2001). De él destacaremos aquí el Cuestionario de Proust, un cuestionario para sus invitados con la idea de perfilar aspectos de su personalidad con el que realizaba siempre el cierre del programa. El origen se encuentra en un juego inglés de mediados del XIX llamado Confesiones, del que se conservan, manuscritas, las respuestas dadas por Marcel Proust durante su juventud. Debido a su extensión, Pivot lo redujo a diez preguntas, cambio casi todas y lo llamó “El cuestionario de Proust”. Todos sus invitados se prestaron al juego, entre ellos Marcelo Mastroianni, Umberto Eco, Salman Rushdie, Robert Badinter, Sor Emmanuelle, unos respondieron con gracia, con ironía, con inteligencia, con originalidad, con entusiasmo (Sor Emmanuel) y otros con desgana (Jean-Luc Godard). He aquí algunas respuestas seleccionadas:
- ¿Cuál es su palabra preferida? -Metamorfosis, -luz,
- ¿Cuál es la palabra que detesta? -Ministro del Interior, -stop, -el fisco, -racismo,
- ¿Cuál es su palabrota preferida?: –
- ¿Cuál es su droga preferida? (en sentido figurado): -el trabajo, -la aspirina, la prensa
- ¿Qué oficio no le hubiera gustado hacer? -verdugo, -político, -contable, -camionero, -guardián de prisión,
- ¿Cuál es el sonido o el ruido que prefiere? – el Salve Regina, -el paso de la página de un libro, la risa de un niño,
- ¿Cuál es el sonido que más detesta? -El ruido del fax, -el ruido de la moto, -el teléfono,
- ¿Un personaje para ilustrar un nuevo billete de banco? -Woddy Allen, -mi padre,
- ¿En qué planta árbol o animal le gustaría reencarnarse?: -en un lobo, -en un zorro, en un roble, -en una esponja porque no tienen enemigos,
- Si Dios existe, ¿qué le gustaría que le dijera después de su muerte? -Ya era hora póngase ahí. -Has hecho lo que has podido, anda entra. -Hola artista, ¿qué!, ¿ sube o baja? -Despierte hombre, que solo era una broma.
Epílogo e invitación a participar en los Comentarios. ¿Cuál cree el lector que habrá sido la respuesta de Bernard Pivot a la última pregunta del Cuestionario de Proust?
Videografía