Mario Vargas Llosa en la gloria

En una ocasión me cruce con Mario Vargas Llosa en una calle que descendía de la plaza de Callao -muy oportuno el topónimo, lo sé. Iba alto y elegante ataviado de gris marengo y charlando con una señora que no sé por qué imaginé inmediatamente como su editora, y recuerdo que pensé: “este es ya más de Madrid que los churros…” Sin embargo, ha muerto en Lima, donde se localizan sus novelas más alegres y distendidas, como La tía Julia y el escribidor (que ignoro si es confesional o no, creo que sí, pero en la que Don Mario hacía de Lolito, creo recordar, o sea, de chico que termina “en brazos de la mujer madura”, como el avispado chaval del Kung-Fu Master de Agnès Varda). Porque a Don Mario no le iba mucho el drama, aunque lo haya cultivado frecuentemente y muy bien, como en El sueño del celta Historia de Mayta. Él era, sin duda, un hedonista, y este es el dato fundamental que explica tanto su teoría literaria, aquello de “la verdad de las mentiras”, como sus ideas políticas, un liberalismo campechanote de tío guapo y afortunado. Muy afortunado, sin duda, porque, aunque no consiguió ser presidente su propio país, cuando obtuvo el premio Nobel él mismo declaró que no se podía tener ya más gloria en vida…

Desde luego, siempre se puede hacer una lectura política de los Nobel, especialmente en literatura. En el presente caso estaba cantada: Mario Vargas Llosa, en el año 2010, era el latino ejemplar a ojos del resto del mundo. No sólo era blanco (y no indígena como Evo), con buena presencia (no un gorila como decían de Chávez), y simpático (y no arrogante, como Castro), sino que, además, como digo, era un liberal convencido que se había pasado los años anteriores denunciando el populismo bolivariano. Muy sinceramente, claro está, puesto que desde muy pronto se dio cuenta de que el marxismo estético que practicó en su juventud junto a sus compañeros del boom no era más que esnobismo intelectual. Creo que es en Lituma en los andes donde Vargas Llosa describe cómo actuaba Sendero luminoso en los pueblos perdidos de las montañas del Perú, y realmente pocas cosas cabe hacer más inhumanas y antisociales en nombre de unas ideas de presunta redención política de la humanidad que aquellas que él nos cuenta allí. Realmente, ponían los pelos de punta…

Julio Cortazar y Mario Vargas Llosa

Vargas Llosa fue un niño bien, y cuando se metió en política lo hizo de buena fe, para crear riqueza para su país. Mas lo cierto es que Vargas Llosa comenzó, como tantos, imitando las formas narrativas e intuiciones poéticas de William Faulkner (eso fue el boom: la fórmula de encontrar lo universal en lo provinciano que inventó Faulkner aplicada no únicamente al sur de los EE.UU., sino a todo el Sur, o, si se quiere, al sur del Sur…). La ciudad y los perros es La paga de los soldados de Bill, por ejemplo, aunque Don Mario era mucho más aficionado al tema de la prostitución (La casa verdePantaleón y las visitadoras…) que Faulkner. Después, agotada esa veta, se dedicó en cierto modo a la narración de sí mismo y de sus placeres, ahora en un estilo directo, lineal y claro. Y, por último, menudean las novelas melodramáticas con mucho sexo, mucha política y mucha violencia, al estilo de La Guerra del Fin del Mundo -con esta nunca me he atrevido, debo confesar- y La fiesta del chivo -la crónica del dictador Trujillo ya la había tratado también, indirectamente, Manolo Vázquez Moltalbán en su escalofriante Galíndez. Su teoría de la novela, ya lo he mencionado, se basaba primero en Gabriel García Márquez y Gustave Flaubert fungiendo de dioses omnipotentes, y después en la idea de estirpe nabokoviana de que la ficción sólo es ficción, no se le dé más vueltas, aunque se practique el realismo (lo cual, no obstante, discrepa un tanto con tratar de exponer al lector, en Conversación en La Catedral, cómo y “cuándo se jodió el Perú”…)

Mario Vargas Llosa, en fin, ha mantenido hasta el final ese perfil de hombre ganador que siempre lo ha caracterizado, pese a la derrota frente a Fujimori. Esperemos que el Más Allá sea para él una orgía perpetua…

Para seguir disfrutando de Óscar Sánchez Vadillo
Jesús Quintero y el amor al prójimo
Yo no aprecio demasiado la obra de Freud, aunque le debo reconocer...
Leer más
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.