Me produce indignación la consideración que tiene del ciudadano el político de hoy, una consideración cruel que le lleva a actuar como un pastor de ganado. Cada una de las reses [nosotros] está determinada por un pasado, por un presente y por un egoísmo [podría haberlo llamado futuro, pero cuadra mucho mejor el término “egoísmo”], y el político sintetiza y aúna corrientes de opinión que rocen [arañen] de una forma común al rebaño que pastorea. Así, trabaja con ideas simples [absolutamente contradictoras con el complejo armatoste que es la sociedad], con agresiones directas, con proposiciones maniqueas y con símbolos reconocibles y muy marcados [banderas comunes, himnos, lazos…]. Tal rol de simplezas, que por sí solas producen sonrisa lánguida, encierran una terrible realidad de perversión y mentira que es capaz de enfrentar a familias, amigos y compañeros de trabajo.
A ello [a esta perversión] se une la poca o nula capacidad que viene siendo norma en las últimas camadas de hombres públicos: tipos mediocres que jamás han vibrado en la cuerda de la producción, sino que han hecho carrera del favor y la prebenda, del saqueo y de la comisión, del pisar al cercano para ocupar un puesto de poder… Tipos de los conocemos con detalle su ascenso patrimonial, sus inversiones magras, su bolsillo lleno, sus fraudes… Todo ganado [robado] en política… Pero cegados por sus simplezas y por sus zafios discursos dejamos en el oscuro olvido todas las faltas y los hurtos sociales que adornan sus currículos.

Parece mentira que para medio país un autentico sinvergüenza con una bandera en la mano deje de serlo, un ladrón a manos llenas fingiendo emoción ante el sonido de un himno deje de serlo, un auténtico tonto de baba con un lazo en el pecho deje de serlo.
¿Democracia? …
Me encantaría conocer los mecanismos que llevan a colocar esa simplista venda en los ojos de tanta gente a la vez.
Es preclaro que el alma del sistema, que deberían ser los partidos políticos justo detrás del ciudadano, está podrida desde sus bases [aquí no se salva nadie], pues no se nos niega a ninguno, ya que no se puede negar la mayor, que las elecciones internas en los partidos [tanto para sus ejecutivas como para sus candidaturas] responden a un proceso arbitrario en el que priman promesas [de cargos, sueldos, trabajos, liberaciones, ascensos…] cuando no amenazas. Luego todo se viste de votación y consenso, de valor democrático y risas públicas. Se vende al ciudadano la realización de concienzudas comisiones de listas [a veces, la mayoría, los elegidos son juez y parte], de duros debates internos de carácter ideológico [algo que ya no existe porque la ideología se ha extinguido… La han extinguido ellos] y se arbitra, eso sí, un sistema de agresión al contrario basado en la antedicha utilización de símbolos y mensajes llenos de simpleza, presuponiendo la nula capacidad del ciudadano.

Y nosotros, los hombres de la calle, tenemos que jugárnosla por narices a darles el poder para que lo abusen y nos abusen, porque negarse a dárselo es dárselo también.
En tal estado de las cosas, solo nos queda gritarles en público que no somos imbéciles, que no somos ganado, que sabemos exactamente de qué van y lo que buscan, que conocemos sus pagas mensuales, sus turbios negocios, sus crasas jubilaciones… Es cierto que a unos más que a otros, mucho más.
¿Por qué no hacen un gesto para llegarnos mejor? ¿Por qué no renuncian a todo lo que sobrepase los ingresos y posesiones de un ciudadano medio [no de clase media, que esa es otra puñetera historia]? ¿Por qué no arbitran y normalizan que la política no es un trabajo y que de ella no se puede salir rico, alto pensionista ni bien colocado? ¿Por qué no explican lo que se debe hacer y se va a intentar hacer en vez de cómo hacer mejor sangre y daño al de enfrente?
Servir a la sociedad es noble, pero parece que ese tipo de servicio está perdido en algún estrato del Pleistoceno, porque hacer política hoy es sinónimo de servirse de la sociedad [y bien servidos].
¿Qué gana un eurodiputado, un diputado del Congreso, un senador, un representante autonómico, un diputado provincial, un alcalde, un concejal liberado [o pseudoliberado]…? ¿Qué derechos pasivos adquieren con su representación pública? ¿Cuál es el trabajo productivo de cada uno de ellos? ¿Quién paga cuando se equivocan sin querer o queriendo? ¿Cómo se controla su actividad privada [si es que se controla]? ¿Por qué no se les obliga a devolver lo que por valoración exceda a las ganancias estimadas en su periodo de representación pública? ¿Por qué muchos cargos políticos cobran su paga política [con gastos de representación, dietas y kilometraje] y también los correspondientes sueldos de sus trabajos [sean de la Administración Pública o de la empresa privada] si sólo la representación política ya les agota su tiempo “productivo”?