La cultura es hija del boludeo.
José Múgica a Martín Caparrós
Según ha explicado Rocío Blanco, Consejera de Empleo, Empresa y Trabajo de la Junta de Andalucía, durante la LXXXVI Conferencia sectorial de Empleo, celebrada en Madrid el pasado 22 de mayo, la ministra de Trabajo y Vicepresidenta Segunda del Gobierno, Yolanda Diaz, “mostró un mapa de España con todas las comunidades autónomas sombreadas, según la tasa de desempleo, y entonces señaló Madrid y dijo, de aquí para arriba es Europa, de aquí para abajo no es Europa”. Abriendo de nuevo una teoría geográfico-política de las Dos Españas. Aunque ahora solo sea –que no es poco– la confrontación del Norte y el Sur, por efectos sociolaborales y datos de empleo. Dando con ello, la Ministra de Trabajo y Vicepresidenta Segunda, una visión folklorizada de las diferencias territoriales y socioeconómicas que alberga La cuestión meridional, sin haber leído a Antonio Gramsci y su trabajo homónimo sobre el Sur italiano. Y sin saber, a ciencia cierta, donde está el verdadero Norte, que tanto preocupara a los falangistas joseantonianos, cuando citaban –cual marineros de altura–: La polar es lo que importa.
Por su parte, el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, ha criticado que, “una vez más”, la vicepresidenta segunda del Gobierno, que “desconoce completamente lo que es Andalucía, habla de comunidades de primera y de segunda”, y que “los andaluces no somos europeos”. “Eso ya lo hemos escuchado desde hace décadas por parte de mucha gente, que decía que Europa acaba en Despeñaperros”, ha continuado criticando Juanma Moreno, que ha lamentado que “ahora una vicepresidenta del Gobierno de España viene a incidir en ese mismo cliché”.
Todo ello trae causa del reciente número 528 de Revista de Occidente, que se denomina como Nueva Teoría de Andalucía, con diversas aportaciones que viajan desde la pieza de Antonio Mármol, El nudo meridional. Elogio y refutación (argumentada) de la Teoría de Andalucía casi un siglo después. Y que parte, en buena medida como no podía ser de otra forma, de los textos de Ortega y Gasset, publicados en 1927 en el diario El Sol, bajo el título exagerado de Teoría de Andalucía, que navega entre el Ideal andaluz de Blas Infante (1915) y el texto de Eugenio Noel, Andalucía: anverso, reverso exergo y canto. Pero poco, o muy poco, de las crónicas de Azorín que compusieron en 1905, La Andalucía trágica, que publicó en El Imparcial durante el mes de abril en cinco entregas. Y en donde las visiones del Casino de Lebrija dejan encima de la mesa diversas cuestiones como “las grandes extensiones de terrenos incultos”, “la falta de crédito agrícola” y el secular problema del hambre campesina.

Tan controvertido texto el de Ortega, que se construía en el supuesto Ideal vegetativo, como aspiración al Edén de buena parte de los andaluces merced a la bondad climática que produce cierta indolencia práctica y cierta relajación vital. Centrando Ortega, su lectura teórica de Andalucía, más en la psicología de grupo que en los análisis históricos de las formaciones y transformaciones sociales. Oponiendo, para ello, la cultura guerrera de Castilla, frente a la sociedad campesina del Sur: La conquista frente a la relajación. Algo parecido a la conformación histórica de las dos Castillas: la del Norte, tierra de guerra y conquista; y la del Sur, tierra de paso y trashumancia. De igual forma que en esa tipificación de ‘lo andaluz’ –y, por tanto, de Andalucía entera– habría que contar con las aportaciones del Ideal romántico, que ve en el Sur andaluz y español, la excepción luminosa de la normalización productiva abierta en el XIX por la revolución industrial: el amor por el orientalismo residual o la gesta del bandolerismo como tipo genuino e incluso heroico del rebelde social. Y esos ideales, el vegetativo y el romántico, acabarían ahormando el llamado, por Carlos Mármol, Nudo meridional de difícil resolución, a la manera del nudo gordiano. Un nudo sobre el cual se han producido diversas aportaciones entre la reforma agraria –Malefakis– y el latifundismo– Pascual Carrión– como forma de tenencia improductiva de tierras; entre el tipismo del folklore flamenco-moruno y la hondura melancólica de sus poetas.
De aquí, que la feracidad de las tierras y lo oblicuo de su historia produzca miradas alucinadas, como forma de interpretación y captura del enigma andaluz, Ortega incluso. Y esa sería también, la posición, basilical y falangista, de Ernesto Giménez Caballero en su obra Amor a Andalucía de 1944, que es un eslabón más del rosario enamorado, a Cataluña primero, y luego a Madrid. Que se abre con una sorprendente primera parte, denominada Andalucía en guerra. Y subtitula Un romance fronterizo de 1937, para dar el salto prodigioso de la segunda parte Andalucía en la paz (Una misión falangista, por 1942). Una prueba demostrativa de que el amor –y el amo, en definitiva– del verbo floreal y caudillal(sic) de EGC no es Andalucía, sino el rubicundo y floreado Caudillo (“Yo veía a Franco vestido de brial de lino. Con aljuba albají. Ceñida por balteo áureo”). Donde se encuentran perlas de valor, como las que cito. “En el siglo XIX mucho del bandolerismo andaluz y de las guerras civiles tiene su raíz en sangre africana sin asimilar, sin normalizar, agitanada y anarquista. Sangre que por sexta vez fue puesta en erupción, desde la Segunda República, desde 1931 –por el Damasco moscovita– para intentar cuajar una Andalucía soviética que preparase una nueva y tremenda irrupción del Orienta sobre Europa, una nueva africanización de nuestro continente”.

No hay más cuestiones sobre el latifundismo, ni sobre la reforma agraria, ni sobre los pueblos oteados y vistos ya por Azorín al asomarse el siglo XX. Grupo generacional, los del 98 que ridiculiza EGC, por persona interpuesta de El Quijote, como aviso a navegantes. “Y pobre don Quijote. Hidalgo con noble alma de Cid, pero ya con armas del 98: cartón y palo”. Hay una pretensión de codificar lo andaluz, en el prolegómeno cordobés, capitulo que denomina Córdoba y el destino andaluz. “¿Y qué es lo andaluz? Hay quien dice que el único hecho diferencial de España no es lo catalán, sino lo andaluz. Entendiendo por Andalucía lo civilizado. Y por resto de España –según los andaluces–, la barbarie, lo celtibérico. ¿Qué es lo andaluz? ¿No será una cultura abierta por el Sur-Litoral-Marruecos?, pero cerrada por el Norte. ¿No será un auténtico hecho diferencial del resto celtibérico de España?”. Practicando EGC una inversión de las tesis orteguianas.
Ya escribí en estas páginas de Hypérbole (Juan Marsé: La hora del Sur, 27 septiembre 2020) sobre la obra de Marsé Viaje al Sur concebida casi en paralelo a otros trabajos que indagan en esa matriz de búsqueda del nudo meridional, como fuera la Noticia de Andalucía de Alfonso Carlos Comín, publicada en 1970 y de diversas implicaciones en la formación del incipiente Partido Andalucista. Pieza la de Comín, que tendría la muestra previa en el trabajo España del Sur de 1965, y las posteriores anotaciones periodísticas en el semanario Triunfo, en 1967, con la serie de artículos del mes de julio, que comenzaban con un sentido Réquiem por la teoría de Andalucía. En alusión velada a la Teoría de Andalucía de Ortega, incapaz para producir interpretaciones alternativas a los conflictos sociopolíticos del momento. La aparición del trabajo inédito de Juan Marsé Viaje al Sur (Lumen, 2020), concebido y escrito entre 1962 y 1963, y publicado solo meses después de la muerte del escritor barcelonés, tiene a mi juicio varias consideraciones de interés, sobre el texto y sus circunstancias. Pero también sobre las vicisitudes del cuerpo literario en una década tan compleja como la de los sesenta, que se inicia en 1960 con Encerrados con un solo juguete, avanza en 1962 con Tiempo de silencio de Martín Santos, se extiende hasta 1966 con Últimas tardes con Teresa y se prolonga en 1967 con Volverás a Región de Juan Benet. Década que vería la aparición del llamado Boom sudamericano (La ciudad y los perros de Vargas Llosa en 1962 y Cien años de soledad de García Márquez en 1967). Experiencias todas ellas, que daban el finiquito formal y expresivo a la experiencia literaria conocida como Realismo social. Aunque José Carlos Mainer en su colaboración de La breve historia de la literatura española (1997), llegue a fijar la década con otros límites temporales. “Los años de 1955 a 1965 se afianzan cada vez más como un momento de cambio fundamental en el largo periodo franquista. En ellos se produjeron cambios fundamentales en la vida social”, cambios que como vemos tuvieron su prolongación cultural y literaria.

Piénsese que el mismo Alfonso Grosso, es el encargado de recibir a Marsé y a sus acompañantes –estos eran el fotógrafo Albert Ripoll Guspí y el coautor, luego fallido y retirado, Antonio Pérez, colaborador con Martínez en la editorial parisina Ruedo Ibérico–, en la sevillana estación de Plaza de Armas el 29 de septiembre de 1962. Autor, Alfonso Grosso, que venía de publicar la novela social La zanja, y que en 1959 había realizado el trabajo –sólo publicado tan tardíamente como en 1990– A poniente desde el Estrecho, como prueba de la transitividad de los textos sociales y de los textos de viaje. Años más tarde de la estancia andaluza de Juan Marsé, Grosso junto a López Salinas, daría salida al extraordinario trabajo Por el río abajo (1966), publicado en París por Ediciones Ebro, esto es publicado desde una plataforma del Partido Comunista. Haciendo mucho más evidente la conexión de esos mundos de la literatura social y de la literatura de viajes.
Los precedentes viajeros que podrían servir para situar el empeño de Juan Marsé por descifrar la realidad meridional pueden ubicarse entre los textos remotos El manual del viajero por España y lectores en casa (1845) de Richard Ford, y el coetáneo a éste, La biblia en España (1843) de George Borrow. Manuales ubicados en el punto de la mirada romántica de los extranjeros, pero que cuenta –más allá de la constatación del exotismo arabizante y medieval– con un indudable tono de denuncia de realidades atrasadas y sorprendentes para un observador británico. Ambos trabajos son deudores, a mi juicio, del anterior texto de William Bowles, la soberbia Introducción a la Historia natural de España y a la Geografía física (1775), cuya finalidad siendo más descriptiva del medio físico no limita sus observaciones a ese medio, prolongándola al medio humano y social. Mas cerca aún de la mirada viajera de mediados del siglo XX, habría que situar los cinco artículos de Azorín de 1905 [ya citados antes], denominados La Andalucía trágica, que compone una aproximación pavorosa a la hambruna de ese año entre Trebujena y Lebrija y otros pueblos de la campiña sevillana. De otro tenor distinto y. en muchos sentidos en las antípodas de Marsé, habría que contar con la pieza de Ernesto Giménez Caballero Amor a Andalucía (1944) [igualmente anotado ya], donde la curiosidad es que Marsé en algún momento pensó en denominar su trabajo como Andalucía mon amour.
La secuencia abierta por Juan Marsé en su viaje andaluz tendría las prolongaciones significativas –pese al desconocimiento de la obra marsiana, por lo ya citado antes– en otros trabajos y caladeros muy sintomáticos y representativos de la escritura y del reportaje literario. Como ocurriera con la Andalucía de Antonio Carlos Comín, que aparecería en el semanario Triunfo en el verano de 1967, durante cuatro semanas y con unas fotos extraordinarias de Gigi Corbeta. Y ya más tardíamente con la pieza de Luís Carandell y Eduardo Barrenechea La Andalucía de la Sierra, en 1973. Trabajo este del Viaje al Sur que funciona como un campo de experimentaciones y anticipaciones que hoy vemos sorprendidos. Como consecuencia de la desaparición de ese trabajo, que anduvo errante, olvidado y desdibujado. Como el Sur mismo, tanto tiempo. Como Andalucía.