Vi “los Goyas” a ratos, aburriéndome y sintiendo alguna vergüenza ajena con esos agradecimientos tan sentidos, tan “auténticos”, tan histéricos, tan disonantes con los que debería ser capaz de pronunciar un profesional con un mínimo de inteligencia y sentido de la estética, incluso del espectáculo. Contemplé a los nuevos ídolos embutidos en sus trajes de fiesta y vislumbré la melancolía de los que se saben envejecer con un talento probablemente menguante a pesar de la fama de otros tiempos. Y luego lo olvidé todo, como siempre, hasta el año que viene.
Días después apareció el artículo de Cinemanía en que sugería que los guionistas de la película triunfadora no habían sido invitados a la gala y ni siquiera habían sido nombrados por ninguno de sus compañeros que sí habían estado minutos interminables agradeciendo el premio al último gato del estudio. Vale, quizá no fueron invitados porque no estaban nominados a ninguno de los premios al mejor guión y quizá hay pocas butacas para todos, pero no deja de ser curioso que nadie mencione a los guionistas de una película que ha ganado bastantes Goyas y ha sido la que más dinero ha recaudado en este año. Cuando además es una película donde el guión, los diálogos cómicos, por ejemplo, eran fundamentales.
Y eso me recordó algo que había leído de Chandler, sus quejas como escritor respecto al sistema de Hollywood, las intromisiones de los productores y el poder omnímodo de los directores que, en último término, podía cambiarlo todo. Sus reproches y su sensación de falta de reconocimiento, a pesar de que no le fue mal del todo y de que algunos productores fueron benignos y pacientes con sus defectos, como ocurrió con La Dalia azul.
En este sentido, la anécdota sigue siendo significativa. Quizá todo el mundo acepta que los guionistas son importantes, que sin los guionistas no hay historias interesantes y que sin ellos quizá no habría películas. Pero nadie recuerda el nombre de un guionista a no ser que sean además directores o actores. Nunca son estrellas, no tienen demasiado reconocimiento, en general no deben ganar demasiado dinero o desde luego mucho menos que los actores o los directores. Y eso quizá crea una relación de poder en la industria de la que salen perdedores.
RAYMOND CHANDLER “Escritores en Hollywood. 1945” dentro de “A mis mejores amigos no los he visto nunca” Ed. Debolsillo, 2013.