Marcos Ana y sus chistes

marcos ana

 

Por pura casualidad, tuve el honor de comer un día con el poeta Marcos Ana en una terraza veraniega del paseo marítimo del Puerto de Santa María. “Tuve el honor” es una expresión exagerada en este caso, porque fue una reunión muy familiar, cerca de la Fundación Alberti, en la que sólo hablamos de banalidades de andar por casa. Supongo que eso es lo bueno, que los poetas sean gente sencilla y tranquila, aunque hayan pasado las de Caín en un juventud. Y la juventud de Marcos Ana se prolongó hasta que se hizo viejo, sin vivir madurez intermedia alguna, porque entró bisoño en la cárcel y se perdió el mundo (y las mujeres…) hasta que salió ya bastante mayor, tal que si fuera una especie de coma inducido políticamente con el que franquismo se ensañó como pocas veces. Allí pasó exactamente 23 años, por rojo. Al menos conoció a personajes como Miguel Hernández o Antonio Buero Vallejo, que tal vez fueron los que lo inclinaron hacia la poesía. Lo extraño, lo excepcional de Marcos Ana (Marcos y Ana eran los nombres de sus padres…) es que en vez de hacerse un resentido salió a la calle sin dejar de ser un idealista, como si el encierro hubiese reservado para él una doble lección de inocencia.

 

 

Después de la comida, y una vez se había ido, me contaron algo terrible a la vez que curioso de su vida (seguramente lo relate él en sus Memorias, pero aún no las he leído): resulta que durante cierta temporada en el patio de la cárcel rifaban de buena mañana quiénes iban a ser fusilados ese día, y para pasar el miedo, un miedo de muerte, los presos se contaban chistes unos a otros, por lo visto los chistes más bestias que conseguían recordar. Un ensayo de anestesia por humor negro o por humor verde. Así que el poeta además de versos sabía un enorme montón de chistes más bien extremos, como si el tremendo dolor de la posguerra mereciera tapiarse con emoticonos salvajes o algo así. Su único desquite de tanta infamia parece haber sido su larga vida, 96 años hasta ayer. Pero qué país el nuestro, cuando se destapan estas cosas, y descubrimos que seguían viviendo entre nosotros…

El restaurante en el que comimos, por cierto, era una humilde pizzería.

 

MI CORAZÓN ES PATIO

(Marcos Ana)

A María Teresa León

La tierra no es redonda:
es un patio cuadrado
donde los hombres giran
bajo un cielo de estaño.

Soñé que el mundo era
un redondo espectáculo
envuelto por el cielo,
con ciudades y campos
en paz, con trigo y besos,
con ríos, montes y anchos
mares donde navegan
corazones y barcos.

Pero el mundo es un patio
(Un patio donde giran
los hombres sin espacio)

A veces, cuando subo
a mi ventana, palpo
con mis ojos la vida
de luz que voy soñando.
y entonces, digo: “El mundo
es algo más que el patio
y estas losas terribles
donde me voy gastando”.

Y oigo colinas libres,
voces entre los álamos,
la charla azul del río
que ciñe mi cadalso.

“Es la vida”, me dicen
los aromas, el canto
rojo de los jilgueros,
la música en el vaso
blanco y azul del día,
la risa de un muchacho…

Pero soñar es despierto
(mi reja es el costado
de un sueño
que da al campo)

Amanezco, y ya todo
-fuera del sueño- es patio:
un patio donde giran
los hombres sin espacio.

¡Hace ya tantos siglos
que nací emparedado,
que me olvidé del mundo,
de cómo canta el árbol,
de la pasión que enciende
el amor en los labios,
de si hay puertas sin llaves
y otras manos sin clavos!

Yo ya creo que todo
-fuera del sueño- es patio.
(Un patio bajo un cielo
de fosa, desgarrado,
que acuchillan y acotan
muros y pararrayos).

Ya ni el sueño me lleva
hacia mis libres años.
Ya todo, todo, todo,
-hasta en el sueño- es patio.

Un patio donde gira
mi corazón, clavado;
mi corazón, desnudo;
mi corazón, clamando;
mi corazón, que tiene
la forma gris de un patio.
(Un patio donde giran
los hombres sin descanso)

 

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