420 años de la hoguera de Giordano Bruno

El aniversario no es muy redondo que digamos, pero en cambio la fecha es certera como un dardo en la diana de una taberna irlandesa: hoy, 17 de febrero de 2020, es el día sagrado en que la Iglesia Católica quemó a Giordano Bruno a los 52 años convirtiendo en cenizas también (La cena de las cenizas es el bello título de un tratado de Bruno) la mitad de su credibilidad mundial desde entonces hasta hoy. Bruno era un genio loco, un místico informado y un exaltado con fundamento, de eso no cabe ninguna duda, y de hecho ya había sido excomulgado previamente por el credo protestante. Pero la Iglesia llegó demasiado lejos, encerrándole durante ocho largos años para terminar matándole cruelmente, puesto que el protocolo habitual de la Inquisición prescribía ejecutar al reo y luego abrasar sus restos mortales. A Bruno no, a Bruno le quemaron vivo, seguramente por su gran testarudez al negarse a la retractación de sus muchas herejías durante todo ese tiempo de amargo y oscuro calabozo.

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Giordano Bruno fue, probablemente, el hombre más independiente del que tengamos memoria, y de cada asunto intelectual de su época tenía una opinión elaborada y diametralmente opuesta a la oficial, para su final desgracia. Bruno recorrió toda Europa, expulsado de todas partes pero sin nunca escarmentar, defendiendo lo indefendible y, tal como yo le imagino, siendo más feliz que un halcón surcando los cielos un día de verano. No sólo tomó al pie de la letra a Copérnico, el fraile polaco que murió tranquilamente en la cama tras haber plantado la semilla de la discordia, sino que fue heterodoxo en matemáticas, en poesía, en mnemotecnia, en teología y hasta en lógica, proponiendo una especie de lógica de la fantasía. Concibió, antes que Galileo, la idea de los sistemas inerciales, que más que una idea es una bomba desde el punto de vista ontológico y no sólo físico; postuló el principio de transformación de la energía, con palabras muy distintas y más propias de la magia; y fue capaz incluso de intuir la actual teoría Gaia de Lovelock a partir de las ideas más peregrinas de Platón y del Renacimiento –fue más platónico que aristotélico, como todos los visionarios y soñadores científicos que en el mundo han sido, y hasta escribió un diálogo al estilo del maestro legendario, de una gran fuerza poética también en su título, Los furores heroicos.

Dicen los historiadores que Bruno no fue quemado únicamente por la afirmación del heliocentrismo del sistema solar y la infinitud del universo (infinitamente poblado: Bruno es también el antecesor de Carl Sagan y el SETI), sino por el conjunto de toda su obra, que ya le había merecido acusaciones de herejía serias casi desde su mocedad. No dudo de que sea así, pero creo que la gota que colmó el vaso fue el panteísmo. La religión cristiana tiene relaciones tóxicas, como diríamos hoy, con muchas actitudes y muchas doctrinas, pero sobre todo y ante todo con el panteísmo. Si hasta no hace mucho tiempo, ibas por el mundo proclamando que el universo en su totalidad era equivalente a la divinidad (Deus sive natura sive substantia, en el latín de Spinoza), ya te podías ir vistiendo el traje de amianto. Porque eso significaba que podemos atribuir a Dios también lo que entendemos como mal o imperfección en los sucesos del mundo, o, como Spinoza, negar directamente que el mal sea nada distinto de una percepción errónea nuestra. Eso, que embriagaría como un elixir filosófico a los románticos -vale decir: Schelling- tiene un aspecto todavía más peligroso si te percatas de que si Dios es el Todo, entonces para qué nos sirven los intermediarios. El sentido de la Iglesia, pues, a la que Bruno comenzó perteneciendo, puesto radicalmente en cuestión. Un romántico se da un una caminata por un bosque y ya tiene todo el acercamiento a Dios que pueda necesitar, y de ahí, por ejemplo, las loas al senderismo de Rousseau, Goethe, Hazlitt, Wordsworth, Stevenson y tantos otros (hasta hoy mismo, en que la gente beata de la naturaleza consagra el domingo, Día del Señor, a sus devociones). La Inquisición mató a Bruno por hereje, pero sobre todo por testarudo y por panteísta. Cuarenta años más tarde ya no se atrevieron a hacer lo mismo con Galileo, en parte por la lección aprendida con Bruno -hay que tratar de  no hacer mártires de la nuova scientia, o nos desbaratarán el tenderete-, y en parte porque Galileo no parecía profesar el panteísmo –era platónico también, pero no un místico ni un mago desbocado…

En cualquier caso, lo que sucedió a continuación de esa barbacoa vergonzante fue un milagro de aceleración histórica. Descartes, Huygens, Tycho Brahe, Kepler, Leibniz y finalmente Newton. En 87 años justos desde la muerte de Giordano Bruno no sólo el universo era ya enteramente heliocéntrico e infinito, sino que la física matemática más potente de todos los tiempos era capaz de explicarlo todo de un modo bastante sencillo. Fue lo que Bruno dijo a sus verdugos antes de acceder al martirio laico:

“Tembláis acaso más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”

Ver Giordano Bruno parte 2

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