El texto de William J. R. Curtis publicado en Babelia en 2007, el 14 de abril, daba cuenta de la concesión del premio Pritzker de ese año, a Richard Rogers (Florencia, 1933-Londres, 2021) al tiempo que trataba de abocetar una suerte de retrato cruel del arquitecto premiado Puede que expresando las pocas simpatías que sentía el crítico con el galardonado. Lo que le permitía a William J.R. Curtis la confesión de algunas debilidades y de algunas crueldades, junto a algunas consideraciones sobre su trayectoria que denominaba como de un “dramático expresionismo estructural”. Dramático y expresionismo, con claro sentido peyorativo, lo de estructural ya era lo de menos. Todo ello como aperitivo de lo que vendría de
spués, el texto de Curtis daba diversos mandobles y capones y se centraba en algunas reflexiones generales en la época del esplendor de la arquitectura manierizada, fruto –dice el mismo– del Manierismo moderno heredero de las vanguardias legítimas del Movimiento Moderno.
Obviamente Curtis no parecía muy conforme con el reconocimiento en favor de Richard Rogers, ni con las derivas de los últimos Premios Pritzker que a su juicio estaban conformando una “suerte de marca de lujo de producciones cada vez más rápidas y superficiales”. Incluso concluía con una afirmación dura tal como que: “Puede que 31 años sean mucho en la historia de un premio, pero es un periodo muy corto en la historia de la Arquitectura, por lo que lo mejor es mantener las cosas en perspectiva”. ¡Ay! La perspectiva en tiempos convulsos.
Y estas son las coordenadas en las que la ha tocado actuar a Richard Rogers, nacido en Italia y trasladado en 1939 a Inglaterra, donde realiza estudios en el Architectural Association School of Architecture. Concluye su graduación en Yale en 1962, donde conoce a Norman Foster, con el que organiza el Team Four, junto a sus esposas, practicando con algunos proyectos de alta tecnología, que les darían a conocer en un momento singular del Reino Unido. Unas coordenadas históricas del Reino Unido que viajan entre las políticas sociales del Laborismo –Rogers llegará a ser posteriormente, asesor de Tony Blair y del alcalde de Londres Ken Linvingstone, de la misma manera que será miembro de la Cámara de los Lores desde 1996–, las indagaciones de la tecnología en la solución de ciertos problemas –desde su formación final en Yale, junto a Foster y con la batuta de Buckminster Fuller al fondo– y el nacimiento del movimiento Pop – Zabalbescoa denominó en 2007 su entrevista con Rogers en El País del 31 de mayo, como El lord hippy; de igual forma que Curtis detecta alguna matriz en esos años de “los proyectos de papel de la época de los Beatles”. Y de todo ello puede rastrearse algo en Richard Rogers: viento de los coloridos sesenta, cual portada del Sargente Peper’s y cierta ambición por la tradicional tecnología británica.
En 1967, se disuelve el Team Four y Rogers se asocia con el arquitecto italiano Renzo Piano, para el concurso del Pompidou que acabarían ganando. Dando salida de forma definitiva a un expresionismo estructural dentro de un movimiento que se encabalga con el High-Tech, donde se le ubica recurrentemente con el citado Norman Foster. Por más que Curtis quiera diferenciarlos: “El High-Tech es un término que no ayuda mucho a comprender la obra de cada uno ni las diferencias considerables que existen entre ambos. Al menos en sus primeras obras (o lo que es lo mismo, antes de que cediese a la tentación de realizar gestos icónicos triviales, como el rascacielos Gherkin de Londres), Foster mostraba más interés por las formas rigurosas que Rogers, que parecía disfrutar con los efectos vistosos y de masas casi pintorescos, como en el edificio Lloyd`s de Londres de 1978-1986”.
Tampoco Curtis comparte ciertas posiciones proyectuales y teóricas de Richard Rogers, al que acusa de cierta ambigüedad entre los dobles discursos en los temas de urbanismo y vivienda social, y ciertos principios procedentes del valor moral de la Arquitectura moderna, que Rogers trató de ejercer. Quizá fuera la proximidad desplegada por Rogers junto a ciertos escenarios del poder político, lo que inquiete a Curtis, que ve en ello un doble juego del dandi comprometido. Como dejaba ver en algunos párrafos incisivos. “En la mención [del Pritzker] se hablaba largo y tendido de su supuesto compromiso con la transparencia social, la sostenibilidad (la palabra mágica hoy en día, aunque no hay dos personas que estén de acuerdo con lo que quiere decir), con las aplicaciones humanitarias de la tecnología y con el urbanismo responsable. Pero estos sentimientos altisonantes son menos visibles que el dramático expresionismo estructural de sus proyectos, desde el centro Pompidou de Paris (diseñado en 1971 junto a Renzo Piano), hasta la Cúpula del Milenio de Londres (1996-1999), pasando por la recientemente inaugurada terminal T4 del aeropuerto de Barajas en Madrid. A lo largo de los años Roger ha establecido un repertorio formal que encarna una especie de tecnorromanticismo…Recicla las imágenes maquinistas de los principios del movimiento moderno, pero sin su desafiante visión utópica. Se trata de una especie revival futurista para la sociedad moderna de consumo de masas a través de edificios que a veces parecen artilugios colosales”.
Más allá de todo ello y del debate recurrente sobre el final de los Grandes Maestros y sobre la banalización de cierta arquitectura del Star-System, aquí recordaremos –como ya lo hicimos con la Rogers house en Wimbledon– la escala menor y el gesto colorista de Rogers.