Susan Fenimore: los diarios de una naturalista impertérrita

«A menos de dos kilómetros del pueblo corre un riachuelo cuyas aguas son de color más oscuro que otras de la zona, y es por eso que se le ha dado el nombre del color rojo: se trata del arroyo Red, el primer humilde afluente de un río que seguramente luzca muchos ramales anchos y de gran caudal antes de llegar al océano. El arroyo Red va hacia la carretera por un barranco estrecho, a la profusa sombra de los árboles del bosque, y luego pasa por debajo de un puente y serpentea por unos prados abiertos hasta que se une al río».

El tiempo cosecha su siembra. Los seres vivos se enrocan en el presente, manifestando el rutilante despliegue de su ánimo por vivir. Mientras la miríada de entidades desfilamos por un paisaje que también muta, hay un detalle que, por universal, se mantiene intacto: el pensamiento, la observación, el reflexivo linaje del deseo de conocer aquello de lo que no se sabe nada.

Susan Fenimore Cooper

Susan Fenimore Cooper fue muchas cosas en su vida. Mujer de gran humanidad que erigió distintos centros de auxilio y amadrinamiento de huérfanos, pero también una intelectual como pocas hubo en el Estados Unidos de su época. Hija de escritor, dedicó buena parte de su vida a su gran pasión, el naturalismo. Una tarea que no le resultó nada fácil, pues si bien el estudio de la naturaleza era en su época, el siglo XIX, tan apasionante y colmada de posibilidades como lo es hoy, el rol impreso sobre las mujeres que imperaba en su momento histórico distaba de los designios bajo los que iría construyendo su existencia. No se casó, se dedicó a la ciencia y a la literatura, no dudó en marcar su propio ritmo fuese a favor o en contra de la sociedad.

De la obra de la autora neoyorquina reluce su famoso Diario rural, una serie de escritos que, recorriendo el perenne eterno retorno del devenir, quedaron recopilados en función de las estaciones del año. Y es que Fenimore no se limitó a observar la naturaleza asépticamente ni tampoco a convertirla en un acervo de exclusiva creación literaria, sino que empleó su habilidad con las letras y su pulcra capacidad de observación científica para construir un trabajo casi sin precedentes, a medio camino entre el diario íntimo y los libros de viajes, los cuadriculados cuadernos naturalistas y las anotaciones empíricas. Diario rural posee el magnífico don de atrapar al lector mediante el uso continuo de la confidencia como estilo retórico. Esta poderosa capacidad se sostiene, quizá, en que estos cuadernos no fueron escritos pensando tanto en su publicación como en dejar constancia, para la propia autora primero, de cuanto observaba y apreciaba de la flora y fauna de Nueva Inglaterra. El sonido de los riachuelos, el refinado jolgorio de las aves, el zumbido de los perezosos insectos y el bamboleo de las inmutables plantas acompañarán al lector en su viaje a través de unas páginas que resaltan su atemporalidad. Cualquier paseo por el campo revivirá en el caminante las percepciones atesoradas tras la lectura de estos cuadernos.

El valor de Diario rural se multiplica además al trascender su interés literario y científico para convertirse en el testimonio de una pionera, no sólo entre y para las mujeres, sino también para sus coetáneos varones. Se sabe, gracias al legado de su correspondencia, que Charles Darwin devoró los libros de Fenimore y se nutrió de su trabajo previo de cara a sus posteriores expediciones allende los mares, y escritores como Henri David Thoreau, de conocida importancia histórica para la fijación de ideas como la desobediencia civil, emularon el estilo y la manera de experimentar la percepción de libertad ataráxica que favorece la conexión de la persona con la naturaleza, desde la plena conexión a través de nuestros sentidos físicos, sin que importe nada más que el recorrido y la vivencia.

El sello riojano Pepitas de Calabaza publica en español una renovada edición de Diario rural dividida en dos delicados volúmenes, uno dedicado a la primavera y el verano, y otro para el otoño y el invierno. Contando con la traducción del inglés de Esther Cruz, cada uno de los libros incluye una serie de reproducciones de las láminas originales que la autora dibujó y pintó sobre diversas especies animales y vegetales que dota de aún mayor belleza a la propuesta. Si quieren tener un formidable tesoro entre las manos, Diario rural satisfará su intelecto y su ánimo lector. Les recomiendo esta apasionante lectura que, a buen seguro, les enamorará.

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