Escribes poemas porque necesitas un lugar en donde sea lo que no es.
Alejandra Pizarnik
Las ideologías sólo sirven para perder votos.
Javier Cámara en la serie “Vamos Juan”
Muerte quinceañera, muerte niña, como le gustaba tanto adjetivar a Umbral, Pacumbral, que no en vano tenía una reputación seguramente merecida de menorero (peores son, si cabe, las primeras páginas de La belleza convulsa, cuando finge que se ha beneficiado a una disminuida psíquica a la que prácticamente animaliza en su descripción, mucho más pobre líricamente que el resto del libro, por cierto, y que le vamos a hacer el favor de no creernos). Lo peor de morirse, aunque sea de viejo y en la relativa gloria en que lo hizo Umbral, es que te vas sin haber resuelto ni media esquinita torpe del enigma de la existencia. O sea, uno se muere sin haber comprendido en profundidad nada, quiero decir: habiendo vivido mucho, sin duda, pero sin saber a cuento de qué y respondiendo a qué. Ni siquiera el filósofo o teólogo más serio o visionario del mundo sería capaz de contestar a las preguntas más directas y sinceras de un niño, como cuando Kant reconoce que, después de todo (en un paréntesis a la conclusión a la Crítica de la razón práctica), no tenemos ni idea de cómo es que somos un pedazo de materia que se ve “provista por breve tiempo de energía vital”. O cuando Heráclito afirma, en famoso fragmento, que “a los hombres que mueren les esperan cosas que ni esperan ni imaginan”, o, en otro, “muerte es cuanto vemos estando despiertos, y cuando vemos estando dormidos, vida”, y se queda tan ancho. A no ser que la muerte misma, como experiencia nulificadora, sea la respuesta a todo en tanto que respuesta sentida de alguna manera y no intelectualmente asimilable, que es como parecen verlo desde siempre las religiones orientales…
Sea como fuere, en estos quince años que hemos pasado desumbralizados vivos, en este desdichoso -yo también quiero inventarme palabras como hacía Paco- país han sucedido cosas, o sea eventos que acontecen en la rua, que hubiera sido estupendo haberle leído comentar en plan maldito al maestro. Se ha perdido, Paco, el ascenso de Podemos, el descalabro de Ciudadanos, el esperpento de Vox, la desvergüenza del pujolismo y hasta a la Pantoja en el trullo. Hubo un momento en España en que Umbral ponía su cuñita en todas las revistas que podías encontrar expuestas en un kiosco, como una hidra de la escritura hispánico/parnasiana, y hubo un tiempo, no mucho después, en que si tu nombre salía subrayado con negritas en la columna de la última página de El Mundo estabas bien jodido, pero si no salías nunca es que no eras nadie. Nunca entendía yo cómo es que los vips de todos los colores políticos (Umbral intuía, aunque sin decirlo, que las ideologías sólo sirven para perder lectores) se prestaban un martes a acudir a una fiesta a la que acudía también Paco con el guisky de importación en la mano a sabiendas de que iban a recibir lo suyo y parte lo ajeno el miércoles a primera hora, pero el hecho mismo de que siga sin entenderlo explica cabalmente por qué nunca llegaré a jet-set people, ni aún casándome con Eugenia Martínez de Irujo -¡¡casarse con un pedante de izquierdas, como ya hiciera su madre!! Sin embargo, ese no era el verdadero núcleo pulsante y maligno de Umbral, toda aquella farándula triste y alegre a la vez no era más que su pasatiempo, su venganza personal hacia España por ser tan cateta de haber dejado colarse en la pomada a un provinciano pelado como él. Lo que de verdad constituía su reducto vital era la poesía, y toda su torrencial obra no es más que poesía puesta al alcance del lector medio. Él lo llamaba “prosa”, porque le sonaba más a algo que empieza pero no termina, a una especie de cadena de montaje sin fin en la que iba él engarzando texto tras texto sin solución de continuidad y con ínfulas de duración infinita. No obstante, fue enteramente consciente de lo que ese tipo de vida exigía de alguien como él, y así lo confesó explícitamente en más de una ocasión, pero sobre todo en Los cuadernos de Luis Vives, de 1996:
¿Vivía para acumular prosa o es que todo se me convertía en literatura, como a los personajes de los cuentos se les convierte en oro? Siempre tuve, en todo caso, esta sensación de falsedad, esta conciencia de monedero falso, de estar acuñando otra cosa, secreta y mía, en lugar de vivir libremente, abiertamente, desnudamente, en contacto violento con la realidad, como mis amigos. Hoy, reflexionando sobre los cuadernos de Luis Vives, comprendo que el escritor es un falsario nato, un ser que busca el oro alquímico en los sótanos de sí mismo. La literatura, esa cosa aún poco conocida, se interponía entre la vida y yo. Se ha interpuesto siempre, lo cual equivale a no haber vivido.
Nunca lo hubiera creído, pero resulta que la versión en cómic que le hizo a Umbral un tal Roberto Montatore en Astiberri (la editorial del gransioso Asterios Polip del aun más grandioso Mazzuccelli) no sólo es muy buena, es también bella y conmovedora….
Termino de leer el Diccionario cheli (1983) que es un diccionario de circunstancias y de combate y eso que lleva prologo de Lázaro Carreter. F.U acababa de acometer un proyecto de crónicas en Triunfo como aquella equívoca de ‘Cenando a tope/topless con la derecha de la izquierda’. Pura imaginería del momento. Sobre todo eso de la derecha de la izquierda, que igual no es la izquierda de la derecha. O, sí, según el menudeo y el menoreo que era pedofilia quinceañera. En el que una de las voces es, justamente, Umbral. El autor. Tenía un buen recuerdo de Museo español del mal gusto (1974). Por eso y a tu pesar, La muerte quinceañera, muerte adolescente, muerte tierna, podría ser uno más de los registros de eso que hoy–lo Cheli y sus circunstancias– ya nadie recuerda.
Y es que es tan corto el amor, y tan largo el olvido…
https://youtu.be/t2f5HVSbT4k