La maldición del hombre mono

Ésta es una entrevista al paleoneurólogo y divulgador científico Emiliano Bruner a propósito de la publicación de su último libro, La Maldición del Hombre Mono (Crítica, 2025). Emiliano Bruner es investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, e investigador afiliado de la Fundación Centro de investigación en Enfermedades Neurológicas de Madrid y es autor de cientos de publicaciones científicas y de varios libros como La Evolución del cerebro humano: un viaje entre fósiles y primates (Shackleton Books, 2023) Antropológica Mente (Shackleton Books, 2024).

1. Existen miles de millones de libros en el mundo y tú mismo has escrito otros libros antes, ¿por qué sentiste la necesidad de escribir este libro? ¿Qué es lo que nos enseña tu libro acerca del ser humano que tú crees que no estaba dicho antes?

EB: Este libro resume e integra dos ciclos: un ciclo personal de estudio y de investigación sobre la evolución de la percepción somática y de la atención, y un ciclo de crecimiento personal, sobre todo enfocado a la meditación y al yoga. Descubrí el mindfulness gracias a mis líneas de investigación en ciencias cognitivas, y así se formaron dos caminos paralelos, que poco a poco han fusionado sus fronteras. Llegó un momento en que necesitaba hacer una síntesis, ordenar ideas, integrar elementos. Escribir un libro como este desde luego sirve en primer lugar al autor. Pero además no viene mal compartir el camino, por si alguien estuviera buscando sendas parecidas. Tal vez este es el libro que me hubiera gustado encontrar cuando empecé a practicar meditación, aunque no cabe duda de que haber tenido que pisar cada paso poco a poco haya sido increíblemente más efectivo. En este libro hay un planteamiento general bastante novedoso: interpretar el sufrimiento humano a la luz de la programación evolutiva. Unos cuantos han presentado esta misma perspectiva, pero sin ahondar en la antropología evolutiva. En este caso, el marco evolutivo, sin embargo, es central, y está basado en mi propia visión, caracterizada por la paleontología humana y la arqueología cognitiva, las teorías sobre extensión cognitiva y la importancia del sistema atencional. Luego hay una segunda parte más orientada al crecimiento personal. Aquí integro y elaboro temas clave (y bien conocidos) de la filosofía oriental y de las prácticas meditativas, pero lo hago según mi forma de razonar, que es bastante cuadriculada y lógica. Entonces este es probablemente un valor de este libro: habla de evolución, mente y desarrollo personal en un contexto bien preciso, y con una aproximación racional. Puede que sean unos cuantos los que estén buscando este tipo de perspectiva, o incluso solamente este tipo de información.

2. Si he entendido bien lo que planteas en el libro, la evolución nos ha dado una serie de capacidades y mecanismos psicológicos que nos han hecho muy exitosos (dominamos el planeta) pero también muy infelices. Sé que es difícil, pero ¿podrías resumirnos un poco las cosas que la selección natural nos ha ido haciendo a los seres humanos (cómo nos ha ido moldeando) hasta llegar a tener estas capacidades? ¿Cuál es la maldición del hombre mono?

EB: Somos seres que tenemos una asombrosa capacidad de imaginación visual, y el gran poder del lenguaje. Estos dos elementos generan proyecciones en el tiempo, recordar y prever, imaginar cosas que ya no son, que todavía no han sido, e incluso que nunca serán. Mundos imaginados, monólogos internos infinitos. La biblioteca de Babel, donde buscando la verdad (y todas sus alternativas) uno se vuelve seguramente loco. Esta capacidad ha permitido el desarrollo de nuestra complejidad social y tecnológica, las bases de nuestro éxito evolutivo. Pero generan una insatisfacción crónica, miedos, incertidumbres, infinitas historias que agotan, que generan inestabilidad emocional y frustración. Siempre estamos pensando en una realidad mejor o peor de la que efectivamente tenemos. La evolución, cuyo único criterio de criba es el éxito reproductivo, aplaude esta capacidad de proyección, a pesar de que se transforme en angustia continua. Incluso podría ser que trajera un beneficio de ello: al fin y al cabo, un mono repleto de deseos y anhelos, de ambición y de compulsiones, se esmerará aún más para intentar saciar su sed a través de todas sus pulsiones, incluso las más profundas como el sexo y la reproducción. Ahí está la maldición más específica: superpoderes mentales que generan efectos secundarios. Aunque luego hay un hechizo todavía más poderoso: para que funcione este condicionamiento, el sujeto … ¡no tiene que ser consciente de ello! Y este es el problema principal: no saber que hay un problema. La inestabilidad emocional, la insatisfacción, el sufrimiento, la compulsión… son cosas que se suelen asociar a condiciones patológicas, donde está claro que se ha pasado un umbral de tolerancia ya muy grave. Sin embargo, todo aquello atañe también (y sobre todo) a la vida cotidiana de todos los Homo sapiens, seres emocionales que todos los días sufrimos altibajos anímicos, reaccionando automáticamente según una programación evolutiva que, si es que aumenta el éxito de la especie, deteriora sensiblemente la calidad de vida del individuo. Reconocer estos factores es el primer paso para empezar a tantear alternativas más sanas.

3. En el libro, defines o diferencias entre muchos conceptos, pero hay uno en concreto que me gustaría tratar: la distinción entre Yo y Ego. ¿Qué nos puedes decir sobre ello?

EB: En el libro hago dos propuestas. La primera: que por favor cuando se habla de yo, ego, consciencia, o incluso de alma o espíritu, se empiece dando una definición. No “la” definición, la verdad, sino una, la del autor, funcional, operativa, para ayudar a interpretar el mensaje, el contenido, las informaciones. La mayoría de las veces se habla de estos conceptos sin haberlos definido, y por ende cada uno interpretará las conclusiones de forma distinta. La segunda propuesta es no usar “ego” y “yo” como sinónimos. Mi propuesta, que se nutre de la teoría de redes y de la ecología, es interpretar el yo como una unidad cognitiva consciente, fruto de la relación con el resto del sistema. Un nodo que procesa materia y energía, que genera un flujo cognitivo, y que es consciente de ello. Como nodo, existe solo gracias a ser parte de una red más grande, y está en constante transformación. En esto probablemente me alejo de muchas doctrinas orientales que afirman que si algo no es un sistema cerrado (con fronteras precisas) e inmutable (que no cambia), entonces no existe, no es reconocible como unidad funcional. El ego, sin embargo, es el protagonista de esta película que es “la historia de mi vida”, un personaje que, sin que nos demos cuenta, forjamos nosotros mismos, poco a poco, con sus deseos y sus rechazos, sus anhelos y sus fobias. El ego es el monigote que criba la selección natural, es el que desarrolla compulsiones y reacciones automáticas, y es el que, antes o después, cuando más y cuando menos, llega a dar problemas. Cuando esto pasa (o, mejor, antes de que pase), lo suyo sería empezar a tomar las riendas de la situación, y entrenar el yo, suplantado por este ego acaparador, a volver a salir a la luz. Que el ego y el yo se vuelvan amigos, obrando juntos para una calidad de vida más digna.

4. Todo buen libro tiene que tener un malo. Yo diría que en este libro un malo bastante claro es la Red Neuronal por Defecto, a la que tú llamas, entiendo, Radio Sapiens. ¿Qué nos puedes decir sobre este torturador que traemos de fábrica?

EB: En absoluto. No es ni malo ni torturador. Gracias a la red por defecto, imaginamos y planeamos, le debemos (casi) todo. Es la base de la creatividad. El problema es que es una herramienta potente y nadie nos ha enseñado a utilizarla. Cuanto más poderosa un arma, más peligrosa. La evolución no está interesada en que tú llegues a controlar esta arma, y prefiere que dispares a lo loco sin preguntarte nada, sin demasiada habilidad en controlar tus pulsiones. La sociedad tampoco te va a formar, en este sentido: la política, la religión o el sistema económico prefieren sujetos esclavos de sus pasiones, para poderlos manejar con deseos y miedos ancestrales. Así que no van a mover un dedo para que tú te vuelvas más hábil con tu red por defecto. Pues entonces, si quieres ser menos esclavo de tu programación natural, de tus vivencias psicológicas o de tu sistema social, no te queda otra que implicarte personalmente, desarrollando aquellas habilidades mentales que la selección y la sociedad han procurado tener al mínimo suficiente, a los valores “de fábrica” o sea … ¡por defecto!

5. ¿Te ha cambiado de alguna manera escribir este libro o ya habías cambiado antes de escribirlo? ¿Has aprendido algo en el proceso de escribirlo?

EB: Desde luego. Escribir te sirve para reunir las ideas, ordenarlas, integrarlas. De paso, descubres relaciones que no habías notado. Además, para explicarlo bien, tienes que entenderlo bien, lo cual requiere un esfuerzo de limpieza y de simplificación importante. Y mientras tanto surgen nuevas ideas, descubres un nuevo hilo, o al por el contrario, descubres un callejón sin salida, que te parecía prometedor y no lo era. En el libro hablo mucho de las teorías sobre extensión cognitiva, donde el proceso cognitivo se interpreta como un flujo de información entre cerebro, cuerpo y ambiente. La escritura es un ejemplo excelente. Delegar funciones mentales a elementos periféricos, externos al cuerpo, y gracias a ello ampliar las fronteras del proceso mental. Si como autor solo “produces” libros, para venderlos, para afirmarte o para sacar algún tipo de provecho (¡el ego!), no es necesario pasar por todo ello, y de hecho hoy en día lo puede hacer incluso un modelo de lenguaje. Muchos autores de relleno a estas alturas ya no son necesarios. Sin embargo, si el libro lo “escribes”, entonces sabes que el proceso de escritura es parte de tu camino. Y donde tú llegas, otros empezarán.

6. ¿Qué es lo más controvertido o provocador que han encontrado o van a encontrar los lectores en tu libro?

EB: Muchos se sorprenden al descubrir que el único criterio de valoración de la evolución es la reproducción. Tal vez para no levantar ampollas, o sencillamente por no haber estudiado bien la biología evolutiva, se suele presentar como criterio de criba algo más general como la fuerza, la inteligencia, la supervivencia. Pero no, el criterio único es la reproducción: quien más hijos tiene, más genes transfiere a la ronda siguiente. De nada sirve, en una perspectiva evolutiva, ser fuerte o inteligente, o vivir muchos años, si no te reproduces. De hecho, la mayoría de las veces en el reino animal una elevada tasa de reproducción no se asocia a fuerza, inteligencia o tiempo de supervivencia, sino a valores contingentes que dependen de la ecología del momento. Una vez asentada la sorpresa sobre la importancia evolutiva de la reproducción, a menudo sigue una reacción emocional, porque la reproducción es la más sagrada de las pulsiones. De hecho, es la base: si no fuese una obsesión, la especie se acabaría. La reproducción es tan “obsesión” que ni siquiera se vive o se percibe como tal. Se percibe como normal, y eso es porque, efectivamente, lo es. Una obsesión programada, tan profunda que es intocable. Tan intocable que hablar de ello toca nervios descubiertos, muy sensibles. Ya sabemos que las reacciones emocionales son automáticas y, sobre todo, extremas, no muy racionales, y así es fácil pensar que señalar con el dedo hacia la reproducción suena a antinatalismo. Desde luego, no es este el punto. Interpretar la evolución como una programación (o, mejor dicho, una criba) orientada al éxito reproductivo quiere solo recordar que lo que se ha valorado y por ende seleccionado no es el bienestar del individuo, sino su éxito como reproductor, y que las dos cosas no van necesariamente de la mano. Al revés, muchas veces una baja capacidad de control emocional se asocia a un gran éxito reproductivo y a un escaso nivel de bienestar personal. De aquí el mensaje: cuando se interpreta algo como el fruto de la selección natural, o como “natural” en general, recordad que esto solo se está refiriendo a un cierto tipo de cualidades. El bienestar individual es otra cosa. Desde luego, reflexionar sobre este punto puede también aportar a considerar nuestras pulsiones reproductivas bajo otro prisma. Estando en alerta: en cuanto se toque el tema, nuestro ego nos impulsará a una reacción automática y probablemente … ¡algo agresiva!

7. ¿Cuál es la solución que propones para salir de la trampa en la que nos ha metido la evolución?

EB: No sé si hay solución, y probablemente depende del nivel con que pensamos trabajar. A nivel evolutivo (o incluso social) no estoy seguro de que se pueda hacer mucho. Es nuestro deber intentar mejorar las cosas, pero sabiendo que las especies o las sociedades están profundamente enraizadas en programas que son intocables. A nivel evolutivo es realmente absurdo pensar que podemos (o que tenemos la responsabilidad de) influir sobre el destino filogenético de nuestra especie. Con que no nos empecinemos en extinguir a las otras, ya valdría. A nivel social podemos desde luego aportar cambios que, aunque locales y muy transitorios, pueden mejorar sensiblemente la calidad de vida de todos nosotros. Así que es imprescindible comprometerse, en este sentido. Aun así, y como en todo, mejor no apegarse al resultado, porque cabe la posibilidad de que el ser humano tenga límites naturales intrínsecos. Que la motivación esté en la acción, y no en su éxito, en su resultado. Pero está claro que lo único que podemos realmente hacer es trabajar sobre nosotros mismo. Desarrollo personal. Ahí es donde sí que tenemos mucho margen, cada uno según sus límites y sus posibilidades. Estoy convencido de que la práctica meditativa y la perspectiva de la filosofía oriental son, en este sentido, una clave importante. Además, el desarrollo personal es propedéutico a todo el resto: si uno no alcanza una cierta estabilidad, un cierto sosiego, es improbable que pueda realmente aportar a la colectividad, tanto a pequeña como a gran escala.

8. Meditar y vivir el momento va precisamente contra todo ese trabajo que la selección natural ha hecho con nosotros, contra la forma en que nos ha ido moldeando durante millones de años, ¿no es una tarea hercúlea pretender que unas criaturas que no están diseñadas para vivir el momento intenten desandar el camino?

EB: Desde luego. De hecho no se pretende: ¡se aconseja! También la ciencia o la medicina son tareas aparentemente imposibles, pero no por eso dejamos de investigar o de buscar remedios. Y, lejos de poderlo controlar todo, los avances han sido increíbles, y se ha mejorado la vida de mucha gente. Hay que ser conscientes de que el ser humano, como todas las especies, tiene sus potencialidades y sus limitaciones. Conocerlas es necesario para poder plantear una gestión asequible y pragmática, de nuestros recursos mentales y sociales. Hemos aprendido a hacer muchas cosas para las cuales nuestros antepasados no habían sido adaptados oportunamente. Tenemos una plasticidad increíble. Pero es cierto, es probable que la especie en sí, en su globalidad, no podrá descarrilar mucho de su perfil filogenético. Por ello es necesario no hablar tanto de especies o de grupos, sino de individuos. Apostar por el individuo. Y, aunque hoy en día se vea como una ofensa, responsabilizar al individuo. Hay muchas cosas que el individuo no puede controlar. Pero hay muchas otras que sí, y si no emprende un camino de desarrollo personal es por los límites de su propia voluntad. Pero, como hemos dicho, es la responsabilidad de responder a una situación, de activarse, no de tener éxito, no de lograr un resultado. Nuestra cultura valora más la meta que el camino, y esto quita valor a la vida, que es un proceso, no un fin. Implicarse en la acción, en los valores, pero desapegándose del resultado, que ya no depende solo de nosotros. Y mucho menos cuando se habla del destino de una especie.

9. Dada tu experiencia personal con la meditación, ¿qué consejos darías a las personas que quieran iniciar ese camino?

EB: Primero, vagabundear y perderse entre las diferentes escuelas, fuentes, prácticas, teorías, maestros, libros. Las prácticas meditativas y las tradiciones filosóficas asociadas son cientos y cientos. La forma de enseñarlas es ampliamente subjetiva. Ahí fuera hay gente capaz y embusteros, profesionales e improvisados. Así que hay que picar de flor en flor, para poder poco a poco llegar a forjar tu propia receta. La meditación, como práctica formal y como forma de desarrollo personal, es un camino individual: cada cual tiene que diseñar su propia combinación, sus herramientas, sus tiempos y sus formatos. Segundo, informarse, estudiar, indagar. La meditación se basa en prácticas y ejercicios, que por sí mismos representan un entrenamiento. En muchos casos, este entrenamiento es suficiente para inducir una respuesta, un cambio. Pero hoy en día las prácticas meditativas tienen detrás conceptos y principios que, en un animal sesudo como los humanos, pueden aportar mucho a la hora de forjar un camino de desarrollo. Antes era difícil encontrar material, pero ahora hay miles de fuentes, libros, cursos, donde los conceptos que sustentan la práctica meditativa se analizan y se explican con rigor lógico. Ya tenemos además medio siglo de evidencias científicas sobre muchas prácticas meditativas, evidencias que no está mal conocer. Así que, en mayor o menor medida, no está mal integrar las prácticas con algo de estudio sobre los principios que intentan describir, con nuestras herramientas conceptuales, los mecanismos de la mente humana. Tercero, que es lo más importante: practicar. La meditación es empírica, experimental. Si no se practica, no se activa el camino de desarrollo. Está bien documentarse y profundizar, pero lo más importante es la práctica. Más allá de las palabras, sencillamente, practicar. Nada más. Practicar, sin expectativas o razonamientos. Practicar. Y ver qué pasa.

10. Para acabar, ¿qué es lo más importante que un lector medio va a aprender de tu libro? ¿Cuál es el mensaje o la moraleja que te gustaría que los lectores del libro se llevaran para casa?

EB: Espero que el lector… ¡se dé por aludido! Como hemos dicho, generalmente se asocia sufrimiento, ansiedad o insatisfacción a casos extremos, donde la situación ya ha pasado un umbral clínico y precisa ayuda. Y es cierto que todo lo dicho se puede aplicar a estos casos, para entender qué ha pasado, qué está pasando, y tal vez para empezar a planear una recuperación. Pero en realidad “la maldición” se refiere a todos nosotros. A los que viven una insatisfacción o una inestabilidad emocional leve pero crónica, una gota china que poco a poco desgasta la motivación de la vida, o genera conflictos a pequeña o a gran escala. A los que tienen niveles de sufrimiento elevados, pero son capaces de aguantar, y por ende no pasan el umbral de alarma. A los que piensan que no va con ellos, pero que necesitan continuamente un apoyo de sustitución (alcohol, deporte, trabajo…) para rellenar la existencia o desahogar las tensiones. A los que piensan que es natural enfadarse, enojarse, apenarse, agobiarse, preocuparse o apretar la vida detrás de un sinfín de prisas y de tensiones. Sí, es cierto, es normal, pero no por ello es sano, y desde luego no es la única alternativa. A los que creen que todo el mundo lo hace mal, y de ello procede el sentido de absurdo y de frustración que inevitablemente acompaña esta existencia. Independientemente de cómo cada uno haga las cosas, sabemos que nadie quiere sufrir, y todos estamos haciendo lo mejor que podemos. Aunque sea poco, y a menudo insuficiente. Y entonces no queda otra que desarrollar la capacidad de desanclar nuestra satisfacción, en la medida de lo posible, de lo que no podemos controlar, de lo que no depende de nosotros, del éxito o del fracaso de otras lógicas que no sean las nuestras. E incluso del éxito o del fracaso de nuestra misma lógica. En el grado en que logramos hacer todo esto, mejoraremos la calidad de nuestra vida. Y, por ende, la calidad de vida de los demás.

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