El imposible liberalismo de Luis Racionero

Si hubiera que clasificar al ingeniero, economista, urbanista y escritor Luis Racionero (La Seo de Urgel, 1940-Barcelona 2020) de alguna forma, tendríamos que recurrir a la de su liberalismo imposible y a su liberalismo de rara ubicación. Y ello en la medida en que el mismo Racionero en su trabajo memorialístico de 2011, así se autodenominó y así se denominaba: Memorias de un liberal psicodélico. Pues eso era, un liberal psicodélico y de rara elegancia en el vestuario. Un trabajo éste, por demás, que retoma parte de las experiencias ya contadas y narradas en su trabajo anterior de 1988 Memorias de California, que supusieron tanto un anticipo de excursiones venideras, como una captura de imposible digestión hispana, por muchas y variadas razones. De la misma forma que tomaba prestado el tono festivo de su otro bloque memorialístico, como fuera el de Sobrevivir a un gran amor, seis veces (2009), que definió como un trabajo de rememoración para conseguir una “terapia irónica”, y donde desgranaba su concurrida vida sentimental retratando a varias de sus ex parejas, entre ellas la doctora Elena Ochoa, posteriormente lady Foster.

Las razones apuntadas para advertir de las dificultades de recepción del primer memorialismo californiano son entre otras, las apuntadas por el mismo Racionero en su apertura textual que denomina, no casualmente, Droga, Sexo y rock and roll, a la manera de un disco de los Rollings Stones. Un programa inteligible cabalmente en la California de finales de los sesenta y principios de los setenta (la del movimiento hippie, las drogas, el rock y el influjo de Marcuse y Angela Davis), pero de difícil digestión en la España del Realismo Social y de los cantautores comprometidos y monocordes musicalmente. Por eso, tras el título-manifiesto, Racionero abre la puerta y deja caer la andanada. “Veo con estupor cómo mis contemporáneos, puestos a escribir memorias, dan con títulos tan sorprendentes en escritores que se declaran poetas, agnósticos, escépticos, o todas esas cosas juntas, como Años de penitencia, Penúltimos castigos, Oficio de Semana Santa, Primer testamento. Yo, que no fui a los jesuitas, estoy tentado de titular esta crónica Droga, Sexo y Rock&Roll, para no comulgar con ellos”. Señalando, a las claras, con esas memorias nombradas, a toda una generación de intelectuales barceloneses que habían copado el trayecto de la oposición política al franquismo y habían constituido desde ella, el mandarinato intelectual de la Barcelona de los años setenta: Barral, Gil de Biedma, Castellet o Goytisolo, eran los protagonistas aludidos sin ambages. Algunos de los cuales pasarían a engrosar las filas de ese raro, por imprevisto e insólito, movimiento de la Gauche Divine. De ello da cuenta en el apartado El retorno del Jedy de las citadas Memorias de California. “Me fui a dar clases a Económicas y Arquitectura. Y a trabajar con Solans en el Plan General de Barcelona. También comencé mis veleidades de escritor. Artículos en Triunfo y otros. Como en 1970 la diferencia entre los libros que se leían en Berkeley y los que se veían publicados aquí eran considerable, visité a Carlos Barral para comunicarle una lista de libros que me parecían de interés para iniciar una colección. Al cabo de quince días me devolvió la lista–recuerdo que aguantándola entre dos dedos– diciendo: ‘No he entendido absolutamente nada”.

Pepe Ribas y Luis Racionero

Y es que Racionero, tras su estancia californiana y su posterior regreso a Barcelona, percibe el decalaje de la intelectualidad orgánica y burguesa al tiempo que percibe los desajustes ideológicos e intelectuales de la vieja Europa y de la más vieja Barcelona. El proceso formativo sostenido, en lo que Racionero denominó como revelación intelectual lo tuvo en Berkeley, California, donde vivió con su primera esposa, María José Ragué Arias, colaboradores ambos del semanario Triunfo, donde envían crónicas que pasaron desapercibidas para muchos, más pendientes de París que de los USA. Allí, por recomendación del economista amigo, José Ramón Lassuen, estudió urbanismo y se empapó de raros materiales. Psicodelia, freudo-marxismo, orientalismo, Aldoux Huxley, Allan Watts, Arthur Koestler. Allí conoció y trató a Marcuse, Allen Ginsberg y Angela Davis.

De regreso a la Barcelona de la Transición y del retorno de Tarradellas, conecta con el espíritu de la revista ácrata Ajoblanco, que dirigen Pepe Ribas y Toni Riera, y que era un reflejo de las aspiraciones de cierta juventud descontenta con los tradicionales partidos políticos y deseosa de cambiar el mundo. Esta mirada sobre los nuevos movimientos culturales barceloneses, lejos de los citados antes, como Años de penitencia y Penúltimos castigos, junto al aprendizaje americano van a introducir la mirada que se advierte ya en 1977, en su ensayo temprano Filosofías del underground. Donde analizaba, desde la primicia de la novedad underground en España post-Franco, tres escuelas de pensamiento: las individualistas, de carácter romántico o anarquista; las orientales “que han propuesto una visión alternativa del mundo”, y las psicodélicas vinculadas a la droga. Por ello y, desde esas influencias orientalistas, en más de una ocasión, Racionero manifestó que en su opinión “la única revolución cultural del siglo XX ha sido la hippy”.

En 1983 gana el premio Anagrama de Ensayo con el trabajo Del paro al ocio, donde propugna, en la órbita de Laffargue y El derecho a la pereza, que la prosperidad material propia de las sociedad desarrolladas deben articularse con un mayor disfrute de la cotidianidad: “Los nórdicos sirven para inventar y producir, son expertos en medios pero infantiles en los fines; son los mediterráneos, expertos en fines, quienes deben organizar la vida para disfrutar la abundancia”. En una suerte de elogio del Mediterráneo y de su correlato americano, como fuera la California de los setenta. Una filosofía contracultural que ampliaría en su trabajo posterior El Mediterráneo y los bárbaros del Norte, donde Racionero afirmaba situarse en una vía tan aparte del capitalismo y su explotación como del marxismo y su mirada economicista. Finalmente, y dentro de estas reflexiones globales y anti-globalizadas, cabe citar el peculiar texto Oriente y Occidente (1993), donde describe la coexistencia de tres grandes culturas mundiales superpuestas en un orden económico unitario: la rama cristiano-musulmana; la línea hindú de la India y la confuciano-budista de Extremo Oriente.

Para introducir con ese sesgo de la tripartición, su propia definición que denomina como liberalismo psicodélico, y que rompe con las tres convenciones precedentes, aquellas que hablaban de un liberalismo humanista, de un liberalismo colectivista y de un liberalismo evolucionista. Necesitaba, por ello, Luis Racionero una innovación conceptual que le permitiera ubicarse en un territorio diferente del balance izquierda y derecha (como hace, por cierto, Alberto Mira en su necrológica de El País ‘¿Más allá de las izquierdas y las derechas?’) y puede que muy barcelonés y característico de los años setenta, como veremos después. De esos años setenta que fueron revisados por su inseparable compañero Pepe Ribas en su libro de memorias Los ‘70 a destajo. Ajoblanco y libertad (2007), y que dan cuenta del contexto de una Barcelona referida antes y bien distinta de la actual, provista de indentitarismos tribales. De la misma forma que se ha querido ilustrar su proceso formativo bebiendo de tres fuentes, no se si antitéticas, y que van de la psicodelia, al orientalismo y al histórico anarquismo catalán, ya tan desdibujado en los setenta y hoy claramente inexistente.

Políticamente, tras su etapa más ácrata de índole californiana, protagonizó una aproximación rara al nacionalismo, llegando a figurar en las listas de ERC por Girona en 1982, y acercándose después, en la deriva melancólica de las convicciones cuestionadas, al Partido Popular. Y así el gobierno de José María Aznar le nombró director del Colegio de España en París (1996-2001) y posteriormente de la Biblioteca Nacional (2001-2004). De esa errancia, tanto política como vital, da cuenta en su tramo final con trabajos como El arte de vagar, en colaboración con su hijo Alexis, Una espiritualidad para el siglo XXI (2016), y Manual de la buena vida, del 2018. Ambos libros a juicio de Sergio Vila-Sanjuan en La Vanguardia, “completan el testamento de un intelectual complejo que no temió nadar contra corriente, ni creyó que espiritualidad y buena vida fueran incompatibles, sino que siempre los consideró complementarios”.

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Leí Filosofías del underground en la facultad. Tan estimulante como adolescente. Desde entonces concebía a este hombre un poco así, un eterno adolescente, tanto en sus aciertos como en sus descuidos. Que la Contracultura le acompañe…

  2. says: Ramón González Correales

    Ahora que lo pienso nunca he leído un libro entero de Luis Racionero y sin embargo tengo la sensación de que lo conozco desde hace muchos años, casi desde el Madrid de final de los setenta. De vez en cuando he visto cosas de él en los periódicos, entrevistas en televisión, cosas que decían amigos suyos, quizá he ojeado algún libro en alguna librería. Lo tengo asociado a gente como Dragó, Albiac, Escohotado o Salvador Paniker aunque ya sé que hay ciertas diferencias entre ellos. Pero comparten una cierta tendencia a ir contracorriente, a ser difícilmente clasificables; el haber cambiado de piel y de amores muchas veces en la vida; el haber estado en el centro de casi todo lo que pasaba; el seguir jóvenes ya con mucha edad y tener un punto de “bon vivants” y también un grado importante de elocuencia y don de gentes, lo que les ha hecho mantenerse muchos años en el candelero mediático.

    Soy consciente ahora de como me he bamboleado en mi vida con respecto a ellos, según cumplía años y yo también evolucionaba ideológicamente. En general me ponían muy nervioso sus devaneos espiritualistas y, a veces casi esotéricos, pero por otra parte me gustaba escucharlos oír hablar de literatura y de la vida. Me sentía lejos, muchas veces, de sus posiciones políticas pero, por otra parte, admiraba su capacidad de ir por libre, de vivir a su manera. Me irritaba como, a veces, levantaban los pies del suelo pero me fascinaba como luego pensaban o hacían otras cosas aparentemente incompatibles.

    Con el tiempo he llegado a la conclusión de que me gusta que haya gente así aunque no sea más que para hacer guantes o para descubrir perspectivas que a veces me han resultado útiles de alguna manera. Representan un cierto tipo de gente culta de este país, muy marcada también por el tiempo que les tocó vivir, siempre tratando de librarse de alguna religión para entrar en otra, siempre buscando nuevas experiencias que, a menudo, producen efectos no demasiado nuevos pero que no tardan en olvidar para comenzar de nuevo. Un poco raros como perros verdes pero esenciales en sociedades libres, donde actúan como esos canarios que creo que ponían antes en las minas de carbón. Son los diferentes que detectan la falta de oxígeno. Los que es bueno que sigan existiendo aunque a veces solo nos indiquen el camino que no nos gusta seguir. Tipos con los que no nos importaría conversar de vez en cuando con un buen vino entre las manos aunque acabaremos discutiendo.

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