Quintero de mis entretelas

Jesús Quintero (San Juan del Puerto, Huelva, 1940- Ubrique, Cádiz, 2020), nos jugó, en agosto de 2020 una mala pasada. Al dar crédito de un extendido rumor sobre su muerte por COVID. Por lo que, fuimos víctimas del rumor y avanzamos ya unas notas fúnebres en las que hacíamos constar que: “el próximo día 18 cumplirá 80 años, en un año viejo, complejo y raro, que a punto ha estado de ser el último de su contabilidad personal, según nos han contado tras un largo internamiento hospitalario coincidente con la pandemia de la COVID 19”. Dos años después el rumor de la muerte de Quintero ha sido verdadero, y ha desaparecido del mundo real mientras dormía la siesta –forma liviana de despedirse– en la residencia Nuestra Señora del Socorro de Ubrique, donde firmaba coplas en el viento.

Lo que, si parece cierto en este devaneo biográfico, es el carácter de Jesús Quintero –más conocido y querido como El loco de la colina, en referencia al tema musical reconocido de Lennon y McCartney The fool on the Hill, con que dio forma a su programa radiofónico nocturno entre 1981 y 1986– como un comunicador de época, que se abría paso en los filos de las madrugadas de esos años abiertos en canal. Bastaría retomar la letra de la canción para situar a Quintero en su guarida nocturna.

Día tras día, solo en una colina

El hombre de ridícula sonrisa permanece perfectamente inmóvil

Pero nadie quiere conocerle

Piensan que está loco

Y él nunca responde

Pero el loco de la colina

Ve ponerse el sol

Y los ojos en su cabeza

Ven el mundo girando

Las razones que llevaron a Jesús Quintero a adoptar como nombre del equipaje radiofónico en curso, el segundo de los títulos de esas letras tan precisas como exactas –casi como un anticipo de sus procedimientos compositivos y narrativos– procedentes de la grabación del Magical mistery tour de The Beatles (1967) no han sido desveladas nunca. Hay que hacer constar que MMT junto al Sargent’s Peppers Lonely Hearts club band concentran el trabajo de un periodo de The Beatles de creatividad excepcional. Incluso de notable auto referencialidad, como ocurre con dos canciones semiautobiográficas completamente diferentes: Strawberry fields forever, de Lennon; y Penny Lane, de McCartney. Y todo eso ocurre en los primeros años sevillanos de Quintero, entre 1966 y 1968.

Hay quien sostiene, en tono nacional y ombliguista, el paralelismo del programa Tótem de estos años, El loco de la colina, con la película de Garci de 1978, Solos en la madrugada. Donde la coincidencia de cometidos del protagonista como hombre de la radio, hizo a algunos ver un anticipo de Quintero en la cara de José Sacristán y en el guion de José Luís Garci y José María González Sinde. Por más que la diferencias saltaran a la vista entre unos y otros. Aquí más compromiso político, allí más compromiso con la vida suelta y desflecada. Pero todo ello no elude el carácter central de Quintero como un Comunicador de época.

Bastante avanzado, la cabeza en las nubes

El hombre de las mil voces habla perfectamente alto

Pero nadie le oye/Ni siquiera el sonido que parece hacer

Y él nunca parece darse cuenta/Pero el loco de la colina

Ve ponerse el sol/Y los ojos en su cabeza/Ven el mundo girando

Y a nadie parece gustarle/Pueden adivinar sus intenciones

Y él nunca muestra sus sentimientos

Y ¿qué es eso de Comunicador de época, me preguntarán ustedes? Pues un extraño azar de tiempo y espacio, con un cruce personal. Como ha ocurrido con otros presentadores que han sido capaces de unir ese tiempo anómalo en un espacio privilegiado. Así Jesús Hermida, Matías Prats padre, Joaquín Soler Serrano, José Luís Balbín, Luís del Olmo, Iñaki Gabilondo, Fernando García Tola, y Bernard Pivot, son algunos de los ejemplos posibles en campos diversos: desde el deporte al periodismo político y desde las crónicas viajeras a los programas culturales.

El caso de Quintero, con esos inicios netamente musicales, explicitan sus orígenes en el Centro regional del Sur de Radio Nacional, donde llega Quintero en los primeros sesenta tras ganar unas oposiciones. Una Sevilla adelantada musicalmente, por una razón tan simple como que las bases americanas de Morón de la Frontera y de Rota, emitían sus programas (American Forces radio off) musicalmente excepcionales, que se capturaban con normalidad en buena parte de las provincias de Sevilla y Cádiz. Programas que más allá de las informaciones de rigor, contaban con un panel musical tan excelente como desconocido para el resto de los radioescuchas españoles. Y esa fue la razón del anticipo musical sevillano.

Y esa es, también, la razón de ser de la buena programación radiofónica local en esos años finales de los sesenta, principios de los setenta. Programación radiofónica donde van a apareciendo hombres como Alfonso Eduardo, Gonzalo García Pelayo, Luis Baquero o Ricardo Pachón. Hombres que serían más tarde responsables de todo el flamenco-rock y –del bautizado por la revista barcelonesa CAU– rock progresivo, que, comenzando con Smash y Goma, llegaría a Lole y Manuel y acabaría en el rock sureño de Triana y Ketama. Y esa es la razón fundamental del primer interés musical de Quintero en ese tramo de programación de El loco de la colina: El contexto de unos años de formación con una fuerte presencia de las músicas transformadoras y renovadoras, que poco a poco llegarían a España entera.

“Pero el loco de la colina/Ve ponerse el sol/Y los ojos en su cabeza/Ven el mundo girando/Girando y girando y girando/El nunca les escucha/Sabe que los locos son ellos/Y a ellos no les gusta/Pero el loco de la colina/Ve ponerse el sol/Y los ojos en su cabeza/Ven el mundo girando

El salto posterior de Quintero es el paso del mundo radiofónico al mundo de la televisión, donde desde 1988, con programas fundacionales como El perro verde, inaugura un nuevo formato de entrevistas. Que llegan a hacerse famosas por los personajes atrabiliarios y sorprendentes que desfilan por el estudio; por los silencios matizados y masticables, con cigarrillos incluidos, de Quintero ante el entrevistado entregado y vacilante; por sus miradas al vacío del set de grabación que descolocaban al ya descolocado entrevistado y por su estudiado aparataje de vestimentas y fulares, como si ejerciera de actor en acción. Y en largo silencio que suspendía el discurso de la noche. Algo que acabaría consiguiendo con el reabierto Teatro Quintero –no confundir con el próximo teatro Álvarez Quintero–, como base de su propia productora de programas, sobre las huellas del sevillano Cine Pathé, en la calle Cuna. Productora que le acabaría constando su propia continuidad, en la medida en que Quintero había pasado de presentador a productor de sus propios programas. Esa línea de entrevistas personales y personalistas –como si Quintero tuviera un especial sacacorchos para que sus personajes respondieran a sus preguntas difíciles y matizaran los secretos confesados a medias–, fue extendiéndose al paso que mostraba las dificultades de la fórmula. Y al tiempo que hacía gravitar la formula más sobre Jesús Quintero que sobre el personaje entrevistado; razón que llevó a alguien a afirmar que Quintero se comía a sus personajes y los canibalizaba.

A ese formato de la rareza recogida por el dicho andaluz: “eres más raro que un perro verde”, le fueron siguiendo otros programas más, de sonoros nombres que daban cuenta de la obsesión por la marca y por su sonoridad. Por más que se apreciara la dificultad de seguir inventando aciertos y desplantes. Y eso fue Que sabe nadie en Canal Sur en 1991, El lobo estepario en Onda cero en 1992, La boca del lobo en Antena 3 entre 1992 y 1993. O ya, en los años últimos con Cuerda de presos (Antena 3 entre 1995 y 1996) y nuevamente en Canal Sur con Ratones coloraos entre 2007 y 2009. Y así del perro raro y verde, se pasó a la listeza de los ratoncitos colorados, en un trayecto de dificultades empresariales que le llevaron a las puertas de la quiebra.

Lo que no le quita nadie a Quintero es su fenomenal recorrido. Se ha cifrado en 100.000 horas de programación televisiva y en 5.000 entrevistas. Entre otras, las de 30 Premios Nóbel. Pese a todo ello, seguimos añorando al primer Quintero, seguimos echando en falta a El loco de la colina.

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