Twenty years after: del 11-S como sorpresa letal

Veinte años del 11 S

En 2003, el filósofo francés Jean Baudrillard quiso en gran medida repetir el sortilegio que ya había realizado sobre la Guerra del Golfo y que tanta notoriedad le había reportado: comenzar declarando que tal suceso de envergadura planetaria no había sucedido, para a continuación enredar al desprevenido lector en una no larga, pero si especiosa consideración acerca de lo que sí, pero no, o no, pero sí, es real en el mundo globalizado del espectáculo total. Puesto que ya de suyo el término “real” es sumamente complejo -si es que la Realidad no es eso mismo: la complejidad máxima como tal- en cuanto empiezas a mirarlo un poco por dentro, imaginaos lo que implica un filósofo francés sacándole punta en la era de la apropiación completa del significado de los acontecimientos por los llamados medios de comunicación de masas. Esa repetición, pero aplicada esta vez al atentado terrorista y posterior derrumbe de las Twin Towers de Nueva York, resultó un regalo de oro para Baudrillard, ya que ahora podía prolongar sus confundentes disquisiciones ontoteológicas en base a un material mucho más sabroso, nada menos que una secuencia de imágenes de corta duración enormemente más impactantes que una simple guerra -creemos haber visto muchas guerras en el cine- y enteramente acotables y bidimensionales. Quiero decir que la dimensión de una guerra es difícil de ubicar y roturar en la especie de un docudrama propagandístico, mientras que la catástrofe de las Torres Gemelas… bueno, eso es la píldora mediática perfecta: absolutamente centrado en dos figuras perfectamente delineadas sobre el cielo monocromo, un evento inequívoco, el fuego como resultado inmediato y las pobres víctimas lanzándose al vacío después. Ni Riefenstahl ni Warhol ni Kubrick ni los publicistas de la Coca-Cola lo podrían haber soñado mejor. Es, sin duda, el videoarte más conseguido de la historia de la humanidad, y lo es también, diga lo que diga Baudrillard, porque la desgracia es radicalmente cierta, y mucha gente murió absurdamente allí… 

No obstante hay algunos tramos del artículo de Baudrillard, titulado La violencia del mundo, que merecen comentario, sobre todo al final. Naturalmente, Baudrillard viene a decir lo mismo que diría cualquier intelectual en su lugar, sólo que otros lo harían de modo menos enigmático, es a saber: que nos los hemos ganado a pulso. Este es el pasaje en cuestión, más previsible que la conducta de Homer Simpson votando en las últimas elecciones presidenciales de EEUU: “Pero es el sistema mismo el que ha creado las condiciones objetivas de esta reacción brutal: recogiendo para sí todas las cartas, termina por forzar al Otro a cambiar el juego y a cambiar las reglas de ese juego. Estas nuevas reglas son feroces, porque apuesta es feroz. A un sistema al que el exceso de potencia le plantea un desafío insoluble, los terroristas responden con un acto del que el intercambio mismo es insoluble e imposible. Se trata, por ende de terror contra terror.” (pág. 29, Baudrillard/Morín, Libros del zorzal). 

Pues eso, que Occidente, en su hegemonía absoluta sobre las redes de transmisión de sentido del mundo (ya sea ese sentido vehiculado por imágenes de autoafirmación civilizatoria, o por flujos de estimulación del deseo, ante todo y sobre todo sexual, o por el tejido material mismo de la producción y el consumo de mercancías, imágenes y deseos) tras la caída del imperio soviético, ha forzado tanto la máquina que no solamente se ha creado enemigos irreconciliables en los bordes mismos de su dominios, sino que, según Baudrillard, hasta busca ya su propia autodestrucción -es como el gigante que ha obtenido un triunfo tan colosal en el plano de la humana historia que se ha quedado completamente solo y ya sólo anhela morir… Hay, aquí, un poco de Freud encubierto, por aquello de la pulsión tanática, y un poco de teología también, puesto que si imaginamos, en una pirueta dialéctica, al Satán de John Milton ganándole la partida a Dios, el único paso lógico siguiente para él sería el suicido y con ello la instauración irrevocable de la Nada… Vale, lo aceptamos. Pero en la frase siguiente viene lo que pretendía yo comentar, pues es entonces cuando Baudrillard añade que “Ahora bien, el terror no es la violencia. No es una violencia real, determinada, histórica, aquella que tiene una causa y un fin. El terror no posee un fin, es un fenómeno extremo, es decir, que está más allá de su finalidad, de alguna manera: es más violento que la violencia. Cualquier violencia tradicional, hoy, regenera el sistema, siempre y cuando ésta tenga un sentido. Sólo amenaza realmente al sistema la violencia simbólica, aquella que no tiene sentido y no conlleva ninguna alternativa ideológica. Ahora, el terrorismo no implica, esto es evidente, ninguna alternativa ideológica o política. Es en este punto precisamente que construye acontecimiento y que es objeto de un júbilo particular: en el pasaje al acto simbólico, disfrute que no encontramos jamás en lo real o en el orden real de las cosas”. (pág. 30, casi al final del texto, Ibidem).

Hay que leerlo tres o cuatro veces para creerlo. Es ese tipo de declaraciones que le hacen a una soltar un “perdooonaaaaaaaa…” De modo que lo que a Baudrillard se le habría ocurrido, tras dos años que cavilar en el suceso, es que, primero, no hay nada que entender en la masacre del 11-S; después, que no hay ningún interés concreto que reconstruir tras el telón de la posible mano que comete los atentados; que no hay “cui prodest”, que aquello ni benefició ni dejó de beneficiar a nadie; que el hecho de que la gente muriese de modo horrible aquel infausto día es menos violento que la violencia “simbólica”; y, para rematar, en el colmo ya de la prestidigitación filosófica, que en un acto simbólico tiene lugar un cierto “júbilo” que pone al conjunto del sistema en un peligro mayor que en una acción de enfrentamiento real. Dicho con mis palabras: que Javier Krahe, cuando rodó el video aquel de Cómo cocinar un Cristo, hizo más daño a la Santa Iglesia Católica que todos los templos que ardieron en España el año ´36. En tal caso, si uno es enemigo de la todavía enorme influencia de la Iglesia en nuestro país, lo último que debe hacer es salir a la calle a protestar por la injusta e inconstitucional exención del impuesto del IBI sobre la piadosa institución, siendo harto más preferible quedarte en casa diseñando un meme jocoso sobre los privilegios de la Iglesia. ¿Y quién razonaría de esta original y sutilísima manera? Pues un doctor de la Iglesia, naturalmente. Con el texto de Baudrillard ocurre tres cuartos de lo mismo. ¿A quién le encantaría escuchar que no hay nada que investigar en los terribles acontecimientos del 11-S, que los terroristas no buscaban objetivo político alguno dado que no poseían ideología alguna, y que en el fondo no eran más que finos estetas que mediante su brutalidad legaron al mundo la más incondicional de las obras de arte, la Obra de Arte Total, proporcionándonos un “disfrute que no encontramos jamás en lo real o en el orden real de las cosas”? –a mi esto me recuerda mucho al primero de Black Mirror, Himno nacional…  

Baudrillard consigue, valiéndose de un “de alguna manera” y un “esto es evidente” completamente tramposos, parecer un crítico del sistema y al mismo tiempo ser su más eficiente paladín. De nuevo, mi pregunta: no hay responsables, los responsables si acaso lo son a la manera de artistas, no hay nada que averiguar, quedaos con esos minutos grabados para la eternidad… ¿quién se convencería de esta original y sutilísima manera? Pues Condoleezza Rice, Colin Powell, Dick Cheney y, en general, todo el gabinete presidencial de George W. Bush en aquellos años de plomo. La filosofía, voluntariamente o no, como cortina de humo de la geo-estrategia global. Pero eso no lo peor, lo peor es que como nunca sabremos qué ocurrió en realidad o por qué ocurrió lo que ocurrió y con esa como tan espléndidamente perfilada puesta en escena, pues desde entonces hasta ahora nos hemos acostumbrado ya a no pedir explicación de nada. Las calamidades muy gordas como la caída de Lehman Brothers, la pandemia o el retorno de los talibanes son “singularidades”, como dice Baudrillard, “cosas que pasan” suele decir el católico ciudadano español… Están ahí para combatir la rutina del orden real de las cosas, para servir de significantes aunque sin significado ni referente claro -pero no sin ataúdes o familias destrozadas…-, el devenir de repente se nos ha convertido en algo muy extraño, incontrolable, lábil y escurridizo. Con esto de la pandemia hemos recibido y celebrado un millón de chistes que trataban precisamente de eso, de que toda expectativa de regularidad ha perdido el norte. Hoy es la pandemia, mañana serán los zombis y pasado mañana será Skynet. Sería hasta divertido si no fuera porque detrás de la pandemia están las macrogranjas, detrás de los zombis estará una empresa de comercialización y degustación de cerebros humanos y detrás de Skynet claramente estará Mark Zuckerberg con cincuenta años acariciando a un gato persa. A los 20 años del 11-S, lo que conmemoramos es el fatal precedente de que se nos puede herir hasta lo más hondo (y manipular hasta lo más hondo) sin que pase nada, sin que el horror tenga consecuencia alguna.  Bin Laden, supuestamente, murió, pero al margen de eso, que no es más que un truco muy viejo – de modo ancestral se viene practicando el ritual del chivo expiatorio- “11-S” no es más que un icono pop que connota el miedo al futuro entendido ahora el futuro no como progreso, sino como sorpresa letal…



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