La Casa de piedra en Acapulco, obra de Gabriela Carrillo (1978), tiene a mi juicio dos particularidades significativas, al combinar cierta esencialidad tectónica de la piedra con la geometría leve del hormigón moderno. Incluso, al incorporar tradiciones tectónicas originarias del México azteca, con otras cristalizaciones y superposiciones culturales próximas. Pueden rastrearse los casos de la casa de Juan O’ Goorman, provista de una extraña filosofía de lo local agregado a lo universal. También la Casa Canoas, de Óscar Niemeyer –ya vista en Hypérbole– deja ver la relación de naturaleza y cultura con la presencia de un gran roca preexistente que participa de lo previo y de lo transformado. También la Casa del Arroyo o del Arco, de Amancio Williams, daba cuenta del condicionante del medio físico en las soluciones adoptadas. Y casos más recientes de combinación de restos rocosos disponibles con la pretensión organizadora del espacio, como las casas en Palm Desert de California (2019) de Aidlin Darling Design; la Stone house (2020) en Mendoza, de Alberto Tonconogy o la casa Cana en el Líbano (2020) de Carl Gerges, muestran los sutiles equilibrios entre lo existente natural y lo modificado artificial.
Carrillo concluyó su carrera de arquitecta en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), obteniendo mención honorífica en 2001, en el Taller Jorge González Reyna, de dicho centro de estudios. De 2003 hasta ahora es docente de la UNAM, en el mismo taller. Desde 2001 y hasta diciembre del 2011, fue directora de proyectos en el Taller de Arquitectura Mauricio Rocha, asociándose profesionalmente con Rocha a partir del año 2012, cambiando el nombre del despacho a Taller | Mauricio Rocha + Gabriela Carrillo. Como parte de su carrera académica ha impartido talleres y conferencias en licenciatura y posgrado. Durante 2013 colaboró en la Cátedra Extraordinaria Federico E. Mariscal de la UNAM. Desde 2014 forma el colectivo c733 junto a la arquitecta Loreta Castro. En 2015 participó en el Simposio de Arquitectura en la Universidad Autónoma de Yucatán.
Ha participado en exposiciones nacionales e internacionales, entre las cuales destacan Architecture in Mexico, 1900-2010. The Construction of Modernity, en el Museo Amparo de Puebla (México, 2015); Oris House of Architecture, en Zagreb, Croacia y Ciudad y arquitectura Iberoamericana en el Museo de Arte Contemporáneo de Zulia (Venezuela, 2014), la IX Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo en Rosario (Argentina, 2014), entre otras. Su trabajo ha sido publicado en diversas revistas como Código, Summa, Domus, ArquiTK y Architectural Digest.
Después de los terremotos de septiembre de 2017 en México, Gabriela Carrillo se integró en los procesos de rehabilitación de edificios y espacios urbanos como parte de su constante compromiso a incidir en la mejora de la calidad de vida a través de los espacios que se habitan. A ese respecto, Gabriela Carrillo escribió: “Estos meses han sido principalmente un espacio de reconocimiento para entender muchas cosas: cómo habitan las comunidades, cómo se relacionan entre ellas, cuáles son las fantasmas que se acarrean de un legado cultural siempre interesante, pero a veces incómodo”.
Algo así quiere hacernos ver Gabriela Carrillo con su casa en Acapulco, donde las piedras existentes –enorme bolos calizos– han sido capaces de organizar la espacialidad proyectada. En unos casos por su coexistencia con las trazas construidas –al igual que ocurre en ocasiones, al respetar la vegetación que coincide con el área del proyecto– y en otro por su integración constructiva. Josep Quetglas, en sus diversas reflexiones sobre los orígenes de la arquitectura llega a establecer tres posibilidades fundacionales: la cueva el dolmen y el menhir como elemento fundacionales. Incluso llega a reelaborar la idea más fructífera, la del dolmen –en la medida en que la cueva es más un accidente natural que proporciona abrigo y refugio; mientras que el menhir cuenta con características de accidente físico que señala y fija un territorio más que concretar un espacio–. Por el contrario, el dolmen lo considera “el espacio humano por excelencia, porque al levantar un pedazo de la tierra ha generado el espacio arquitectónico. Quizás la primera gran invención del hombre”. Esta idea del dolmen, como piedra levantada que genera un espacio onomástico y celebrativo, coincide con la afirmación de austriaco Adolf Loos, al establecer que “la arquitectura nace para dar culto a los dioses y a los muertos”. El mismo Quetglas indagaba –en una memorable sesión en torno a Le Corbusier, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid– aún en la arquitectura fundacional como el gesto de la piedra lanzada al suelo, por Saturno –ante el engaño del hijo presto a ser devorado y sustituido por un peñasco–. Y esa caída fortuita del perpiaño tiene tanto de azar como de gesto fundacional necesario.
Y ese gesto de combinar el medio preexistente con las decisiones introducidas, se aprecia más y mejor en el estudio de las secciones del proyecto, vivido como un presagio o como un sueño equívoco. Donde se percibe el escalonamiento del terreno natural con las indicaciones aportadas por la autora. Detalles combinados que en Gabriela Carrillo ya contaban con los precedentes de los Juzgados de Pátzcuaro, donde se asumían tradiciones constructivas locales como punto de partida del proyecto. Ahora las tradiciones constructivas proceden de la materialidad misma del terreno.