Ritos nupciales, galantería y seducción: 5. El Romanticismo

"El cerrojo" Jean Honoré Fragonard
Ritos nupciales, galantería y seducción: una perspectiva histórica

Coautor: Carlos Álvarez San Miguel. Psicólogo Clínico. Centro de Salud Mental Majadahonda. Hospital Universitario Puerta de Hierro, Madrid

Llega el Romanticismo, dando lugar a una libertad de expresión de los sentimientos, que siempre conducía al amor, que aunque fuera satisfecho, hacía desgraciados a los amantes. Fue una reacción, una sublevación contra las imposiciones del arte oficial imperante, el rígido Neoclasicismo, contra la desmesura en el orden sin expresividad, típico del siglo XVIII. Es la época de las sociedades secretas, del baile en los salones en los que se mezclaban casi todas las clases sociales sin distinción, para bailar la polka y el vals, que fue el primer baile en el que las parejas se sujetaban y se agarraban, cosa que levantó muchas protestas, sobre todo entre los que miraban y no bailaban. Pero lo más característico de la mujer de esta época es su sentido exaltado de la pasión, por ser lo más importante de esta vida, y dicha pasión estaba por encima de los convencionalismos, de los prejuicios familiares o sociales o de cualquier prohibición o tabú. Los hombres tenían que seguir fielmente la ortodoxia de la táctica amatoria, y para ello debían repetir tres veces el calificativo de bellas a las mujeres que se lo parecían: ellas, la primera vez daban las gracias, la segunda se lo creían y a la tercera los recompensaban.

“La odalisca” Francois Boucher

Como en todos los órdenes de la vida, ya sea el teatro o la música, los sentimientos, etc., el romanticismo exageraba, tendiendo a idealizar su realidad frustrante. Las mujeres hicieron lo propio con su indumentaria y su tocado: sedas, lazos, encajes, detalles, adornos y joyas que permitían, favoreciendo un ambiente y un comportamiento romántico, que todas quisieran ser protagonistas de aventuras y amores novelescos. En un periódico de moda “La gaceta del bello sexo” se escribe: “Al saltar de la cama una elegante coloca su lindo pie en un cendrillón o zapatilla chinesca, poniéndose enseguida un peinador de fina chacona blanco, cuyo cuerpo adornan cuatro órdenes de pecheras bordadas, separadas por sus entredós correspondientes… Sobre este peinador coloca la doncella una ancha y cómoda casaca de cachemir negro bordada de arabescos de oro; una falda de tafetán de color completa este traje al que sirve de cofia una graciosa toquilla de encaje con lazos de raso y terciopelo.” Fue la época del miriñaque, “un invento infernal que- al decir de un cronista de la época- se ha apoderado de nuestras mujeres y está destinado a formar una revolución en la sociedad”. Pañuelos, chales, sombreros y mantillas con sus peinetas y flores que hacían que las mujeres pudieran aumentar su capacidad de seducción, ya que, según decía Teófilo Gautier en 1843, “con una mantilla tiene una mujer que ser más fea que las tres virtudes teologales para no resultar bonita”.

De los muchos grandes amores que se vivieron en este tiempo, el más famoso fue el de Chopin y George Sand, rodeado de misterio y cierta dosis de fatalidad, pero tenemos noticias de otros muchos gracias a las producciones literarias de los escritores y poetas románticos que fueron los protagonistas de los mismos y escribieron sobre ellos, como Larra, Espronceda, Byron, etc. y como muestra destacaré la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer a su amada Julia Espín y Colbrand: “Hoy la tierra y los cielos me sonríen/ Hoy llega al fondo de mi alma el sol/ Hoy la he visto, la he visto y me ha mirado/ Hoy creo en Dios”.Obras de teatro románticas reflejan la forma de vivir estos amores desgraciados como es el caso de “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla, que nos ha dejado un arquetipo de la inocencia y el amor de la mujer, en el personaje de Inés de Ulloa, y del galanteador impenitente y descarado de esta época en el de Don Juan Tenorio.

“La fuente del amor” Jean Honoré Fragonard

Se alzaron muchas voces en contra de ideas y tópicos que habían regido los comportamientos de la gente durante muchos años, por ejemplo, de los absurdos matrimonios que se contraían a diario creyendo tener claro que era suficiente amar una vez intensamente en la vida y que luego la pasión dejaría paso a esa cálida amistad y tierna intimidad que constituyen la esencia del matrimonio, (la escritora que dijo esto, María Wollstonegraft, abandonó a su marido para fugarse con un apuesto capitán americano que posteriormente la abandonaría). Stendhal (1783-1842) en su obra “Sobre el amor”, hace una descripción de los usos amorosos en varios países de Europa y cuenta que en Francia los hombres solo pedían que las mujeres fueran de carácter suave y dócil, como unas corderitas, “pues nada produce tanto efecto a los imbéciles que buscan compañera”; también critica el grado de ridiculez en la forma de comportarse los enamorados ante sus queridas en la Alemania protestante, que intentaban con una actitud afectada y ceremoniosa ante las damas que su figura fuera idealizada por ellas; tras el matrimonio se producía un cambio en su comportamiento, naturalmente a peor, un brusco choque con la realidad que ocasionaba una enorme decepción de la esposa y una vida condenada a la soledad y al aburrimiento. También nos da noticia de la existencia de una costumbre muy extendida en Berna, que él había podido comprobar: las jóvenes pasaban la noche del sábado en la cama en compañía de sus enamorados, con la aquiescencia e incluso la ayuda de los padres, y tras la experiencia decidían si seguían adelante en la relación. No se podía saber si en aquellos encuentros se “respetaban las enaguas” como era preceptivo, a no ser que sobreviniera un embarazo, que certificaba que no se habían respetado en absoluto y ésto provocaba la boda fulminante de la pareja.

En cuanto a la moda, tras el miriñaque, a finales del siglo XIX, aparece el polisón que fue aceptado por las mujeres de todas las clases sociales y su éxito tiene mucho que ver con la difusión de las revistas parisinas de la moda femenina. Pérez Galdós en su novela “Fortunata y Jacinta”, hace decir a una mujer que llevaba el polisón: “Señá Mariana, ¿ha visto que nos hemos traído el sofá en la rabadilla?”. El manguito, la boa y la manteleta son las otras tres prendas características de este periodo usadas por las elegantes, que después eran imitadas por las demás mujeres. La moda empezó a imponer un talle cada vez más estrecho, la cintura de avispa, lo que trajo consigo un invento nuevo, el corsé, prenda ajustadísima también de origen francés, que estrangulaba la cintura de las mujeres dificultándolas seriamente la respiración.

“El columpio” Jean Honoré Fragonard

El crecimiento económico que se da en este tiempo lleva a la aparición y al crecimiento de una burguesía adinerada, que busca la seguridad y el acrecentamiento de sus fortunas por medio de los matrimonios entre sus componentes, produciéndose una endogamia que va haciendo perder alicientes a la vida afectiva y sentimental de los jóvenes, ya que el único objetivo de una boda era el aumentar el capital ya adquirido. En este ambiente la esposa es concebida en función del capital que aportaba y de su maternidad con vistas a nuevas fusiones de fortunas, y el marido, satisfecha esta necesidad, se permitía aventuras extramatrimoniales que la sociedad disimulaba y toleraba. La mujer sin embargo fue conquistando algunas actividades y derechos que antes estaban reservados solamente a los hombres, surgieron escritoras, pintoras y representantes femeninas en todo tipo de actividades profesionales; naturalmente no perdían su idiosincrasia femenina y ésta, a la vez que matizaba dichas actividades profesionales siempre mantuvo viva, su necesidad de ser halagada y galanteada por los hombres, sobre todo porque el marido no solía hacerlo. El movimiento feminista que arrancaba de la propia revolución francesa fue, a base de trabajo de muchas personas, dando sus frutos con logros impensables en su inicio. En la sociedad de entonces, sobre el tema del feminismo, había división de opiniones: unos estaban a favor de este movimiento como el escritor Gregorio Martinez Sierra (1881-1947) y otros, como los hermanos Serafín (1871-1938) y Joaquín (1872-1944) Álvarez Quintero, a pesar de su proverbial galantería con las damas, siempre se declararon totalmente antifeministas.

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