Si yo fuera fontanero me quejaría como hacen los cipreses del cementerio: “Nosotros no somos tristes, ¿qué culpa tenemos de que nos plantéis en unos lugares donde nadie viene con alegrías?”
Hay un cuento árabe sobre un alcantarillero llamado Tajar, que pasaba tanto tiempo en alcantarillas y cloacas que se había acostumbrado al mal olor y ya no percibía ni siquiera el suyo propio cuando salía, por lo que la gente lo aislaba y el sufría mucho. Tajar libraba cada día cruel batalla con los malos olores de los demás. Él era el más limpio de todos.
Algo parecido deberían decir los fontaneros: “Nosotros no somos sucios, ¿qué culpa tenemos de tener que trabajar con vuestros desagües y cañerías? Los fontaneros no son culpables de nuestras aguas sucias, de expulsar de nuestras casas nuestras inmundicias. Es más, los fontaneros son habilidosos en hacer que funcionen bien nuestras cañerías de aguas limpias, para que nosotros, con desmesura y sin duelo, las convirtamos en aguas sucias, que arrumbemos con ellas nuestros excrementos, que nos libremos de nuestras porquerías y devolvamos al agua nuestras lágrimas negras. Aun así, en la pulcra sociedad moderna, conceptos como fontaneros, cloacas, alcantarillas y cipreses, se asocian con cosas malas: olores fétidos, desperdicios repugnantes, aguas peligrosas y tristezas amargas. Más concretamente, los fontaneros deberían sentirse ofendidos cada vez que un periodista usa esa palabra para referirse a políticos hediondos e inmundos.

Por cierto, no sé si se han fijado en que, si inmundo significa sucio es porque mundo significa limpio. En el mundo de la política hay bastantes que convierten el mundo en inmundo, pero no son fontaneros ni fontaneras. Otro, por cierto, se han fijado en que apenas hay fontaneras, seguramente si hubiera más ya se habrían quejado, pues las mujeres siempre son más proactivas en estas cosas que los hombres. Si yo fuera fontanero/a pondría una queja en los medios periodísticos, en el Defensor del Pueblo, en los parlamentos, en los juzgados. Ya está bien de insultarnos, de compararnos con esos políticos que solo hacen que ensuciar nuestro mundo.
Lo dicho, señores periodistas, no usen más la palabra fontanero/a para referirse a esos seres inmundos de la política. Es más, dediquémosle un día al desagravio de su nombre, de su profesión, de su lucha permanente contra la vocación escapista de nuestras aguas limpias y nuestra propensión mostrenca a ensuciarlas sin sentirnos culpables ni malolientes.