Si marchas junto a reyes con tu paso y con tu luz,
(…) Serás un Hombre, hijo mío.
Rudyard Kipling
Vi esa gran y lacónica frase, “Viva Franco Muerto”, hace muchos años desde un coche. Estaba pintada en el muro de algún lugar despoblado del País Vasco, esa región que en tiempos del aludido era conocida por el nombre oficial de “provincias vancongadas”. Me pareció el retruécano perfecto, acaso un oxímoron, tal vez una paradoja, en todo caso elocuente. Que viva Franco, sí, pero en tanto que muerto. Hoy, un día después de la famosa exhumación, ya no me hace tanta gracia. No porque Pedro Sánchez saque claro partido de ello, que me resbala (que se haga por el motivo sucio que se quiera, pero que se haga), sino porque parece que, incluso muerto y remuerto, el “viva” a Franco sigue sonando más que nunca en estos días presuntamente históricos. Es completamente increíble, aunque seguramente habitual en la historia de la humanidad, esa extraña dependencia que seguimos mostrando los españoles respecto a la figura que aquel hombre bajito y con cara de testículo con bigote que encabezó una guerra fraticida y luego clavó una pica con su nombre sobre la pila de un millón de muertos. Franco no era un hombre en absoluto excepcional, en mi opinión, no era Mussolini, por ejemplo, era un señor cauto, no muy resuelto y más bien unidimensional, de tal manera que le costaba tomar una decisión, pero cuando lo hacía la llevaba a cabo con una determinación rocosa.
Pero algo tenía él, Francisco Franco, un general africanista que decidió prolongar la guerra tres años para dejar al enemigo aplastado y bien aplastado y sin posibilidad alguna de recuperación, que sin duda fascina sobremanera al pueblo ibérico, sobre todo a su sección masculina. Tantos varones hispanos que admiran esa supuesta manera de echarle dos cojones a todo con intransigencia y mala leche, aunque implique la muerte del opositor -y más, me atrevería a decir, si la implica…. “Esto con Franco no pasaba”, dicen tantos, con orgullo, que es como decir “esto con la gripe española no pasaba”, refiriéndose, no sé, a gente sana acudiendo al Orgullo Gay. Desde luego, no pasaba, ojalá hubiera pasado… Siempre se tiene la sensación de que los españoles entrados en años echan de menos a Franco como quien ha sido adoptado por padres de mentira, en este caso la monarquía y la democracia, y quisiera recuperar a su padre verdadero, biológico. Lo malo es que ahora empiezan a echarle de menos también los adolescentes, y no sólo me encuentro a alumnos míos silbando distraídamente el Cara el sol (la razón, me dicen otros, es que han sacado un remix de discoteca: en serio) o gritando “¡Arriba España!”, sino que me cuentan que Vox es el partido más votado entre los jóvenes con diferencia. O sea, “juventudes abascalianas”, por decirlo así, pese a que, curiosamente, todos siguen proclamando el “Viva Franco” (Muerto), y todavía da como corte arrancarse con un “¡Arriba Abascal!” (Vivo)… Ese curioso pudor, si dura, tal vez nos salve a la larga…
Pero sí, el franquismo consistía en muchas cosas, pero la principal me parece ahora una que no se menciona, y que explica la añoranza. Con Franco en la cúspide, todo macho nacido en la piel de toro formaba parte de una especie de cadena de mando virtual que le autorizaba, cuanto poco, para ser un pequeño déspota con su familia y acaso con sus empleados. Nunca he visto la serie Cuéntame, pero imagino que sale algo de esto, y que esa jerarquía piramidal imaginaria pero efectiva explica el éxito de la serie. Un hombre era un hombre con Franco, es decir, era alguien, gracias a él, y sin Franco los pobres varones hispanos se han quedado como en pelotas. Franco, por supuesto, pese a su aspecto de poquita cosa, era el hombre supremo, el protohombre (Franco: ese hombre, era justamente el título de la famosa película o documental…), a partir del cual emanaba graciosamente virilidad y galones a partes iguales. La condición masculina era un galón, una medalla, de por sí, y un galón y una medalla infundían virilidad, auctoritas y potestas. ¿No es natural, visto así, que el recuerdo del régimen atraiga tanto? Un solo sueldo alimentaba a toda la familia, podía uno burlarse de los vicios de los extranjeros, existían burdeles para la gente VIP, las vascongadas y Cataluña estaban calladas, y encima cada individuo ostentaba un cierto rango dentro de organigrama nacional. Como en los versos de Kipling, una persona podía ser un humilde sereno, un torturador policial como Billy el Niño, o limpiar letrinas en el servicio militar obligatorio, pero siempre con el sentimiento de andar “marchando junto a reyes con tu paso y con tu luz”. En otros países de nuestro entorno parece que no hace falta, pero aquí, por motivos que se me escapan -pero que ya estaban vigentes en la Guerra de Independencia contra Napoleón, tan bien narrada por Galdós en la primera serie de sus Episodios Nacionales– la democracia o cuasidemocracia que defendemos hoy tiene que ser capaz de ofrecer algo mejor o por lo menos igual a esa emoción vital…
Aparte de estas impresiones vanas de alguien que solo ha conocido aquella viruela por sus marcas, una cosa es segura. Puedo alterar a Monterroso y contarles a mis hijos de diez y ocho años su famoso microcuento (plagio tonto, por cierto) del revés:
“Y cuando os despertasteis, el dinosaurio ya no estaba allí…”
Exactamente Óscar. Y de aquellos polvos vinieron estos lodos. Espero que esas “juventudes abascalianas” de las que hablas excluyan de su catálogo todos los francomachismos heredados, aunque parece que Vox se está encargando interesadamente de posicionarse en este aspecto, como indican sus recientes declaraciones respecto a la prostitución como única forma de mantener sexo seguro o su deliberada determinación para convertir la Ley contra la Violencia de Genero en un espantajo del que todo macho hispánico tuviera que protegerse.
En aquella estructura piramidal estaba Franco, la Guardia Civil, ante la cual los hombres de bien se cuadraban aunque estuvieran en sus momentos de ocio y alcoholismo legalizado, el cura, que justificaba ante las mujeres lo injustificable, recetando paciencia y resignación cristiana y, un padre en cada casa que practicaba un autoritarismo, que no una autoridad, en muchos casos silente, como era el modelo de Franco.
El modelo que yo percibo de la época estaba compuesto por el miedo (sustituyendo al respeto) y la resignación (que anulaba cualquier posibilidad de cambio de la estructura familiar o social).
Delegar la educación en la iglesia fue otro gran acierto para el franquismo, pues así evitaron que en las casas se hiciera una crítica y se desarrollara una conciencia moral. El rebaño parecía en orden, pastado, alimentado y diariamente ordeñado, y a la oveja negra se la apartaba del grupo de inmediato. En fin, todo una animalada.
No puedo mejorar eso que dices, así que sólo puedo recordarte un temita de la época:
https://youtu.be/n9kHJvWHzdI