Ambivalencia ante el Austerlitz de Sebald…

Es una suerte, para mí, que la citada novela se publicase hace diecinueve años, porque se habrán escrito tantas reseñas positivas ya que mi ambigüedad hacia ella pasará desapercibida. Me alegro, porque, como decía Auden -la verdad es que no sé si fue Auden o Pound-, es imposible hablar mal de un libro sin pavonearse, y yo carezco de cresta… Y no es que quiera hablar mal de la que se considera obra máxima del infortunado Sebald, que sin duda es un gran texto, pero no encuentro que constituya o represente un cambio de paradigma en la narrativa ni nada parecido, ya le gustaría a los herederos del autor o a sus editores. Amontonar un centón de observaciones principalmente sobre fenómenos europeos, sean fauna, como las mariposas, edificios u ornamentos, sobre los que posa su interés Jacques Austerlitz, o problemas políticos, como el apatridismo de los judíos, no es narrar gran cosa, por magníficamente que esté escrito. Que tampoco lo es tanto, a mi juicio, porque Sebald, que es un gran artífice de la hipotaxis descriptiva, ya no da más de sí que eso, y en este libro, sin ir más lejos, es incapaz de una imagen brillante, y cuando es capaz, es que no es suya. Pongo un ejemplo muy notorio, para que no se piense que acuso desde el vacío, pero sin afán alguno de pavonearme. Sebald, en efecto, escribe lo siguiente:

Se puede considerar al idioma como una antigua ciudad, como un laberinto de calles y plazas, con distritos que se remontan muy atrás en el tiempo, con barrios demolidos, saneados y reconstruidos, y con suburbios que se extienden cada vez más hacia el campo, yo parecía alguien que, por la larga ausencia, no se orienta ya en esa aglomeración, que no sabe ya para qué sirve una parada de autobús, qué es un patio trasero, un cruce de calles, un bulevar o un puente.” Anagrama, pág. 126.

Lo cual no es más que una paráfrasis, ampliada, bonita, pero erróneamente empleada, a mi modo de ver, de Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, un libro en ningún sentido narrativo:

Se puede considerar nuestro lenguaje como a una vieja ciudad: un laberinto de callejas y de plazuelas, casas nuevas y viejas, y casas ampliadas en épocas recientes, y eso rodeado de bastantes barrios nuevos de calles rectilíneas bordeadas de casas uniformes.

Está erróneamente empleada porque Wittgenstein se refería al Lenguaje, todo lenguaje, no a un idioma determinado, como anota Sebald (o, tal vez, su traductor), y porque de esa reflexión, verdaderamente bella y puesta en razón, no se puede deducir una tribulación como la que afecta a Austerlitz en esta frase. Si el lenguaje es realmente como una vieja ciudad, a la que se le van sumando anexos, ningún usuario de tal ciudad podría perderse en ella, puesto que sería como extraviarse en el significado mismo de los juegos del lenguaje que su comunidad comparte, y eso es volverse completamente loco, a la manera de Syd Barret de los Pink Floyd. Nadie puede dejar de saber para qué sirve un puente, cuando basta con atravesarlo para saberlo, pero menos todavía alguien podría distanciarse del lenguaje que da forma a su experiencia de la realidad. Austerlitz tendría que haber caído en un autismo profundo, pero Sebald solo está hablando del bloqueo del escritor. No es muy decoroso para alguien de la erudición, buen gusto y elegancia en el estilo de Sebald apropiarse de un pensamiento de Wittgenstein sin citarlo para encima tergiversar su esencia, con lo fácil que hubiera sido mencionar al austriaco y jugar explícitamente con su metáfora. Es decir, que creo de verdad que no había necesidad ninguna, Winfried…

Pero es que, además, los personajes de Austerlitz y el propio Sebald, que suponemos su interlocutor, tienen una magra identidad propia, y por eso, y sólo por eso, el único hilo conductor de las digresiones del libro (me sigo resistiendo a llamarlo novela, puesto que lo es únicamente en el sentido de “nuevo”) es la búsqueda de su lugar en el mundo por parte de Austerlitz. Los filósofos de la OOO, es decir, de la Ontología Orientada a Objetos, han puesto su mirada más en otros escritores, como Harman en Lovecraft, pero en realidad tenían a Sebald mucho más a mano. Austerlitz es el libro de la loa al objeto, lo inanimado adquiere una relevancia histórica y humana profunda que es a la que se consagran sus dos personajes. Se trata de eso, de reparar en todo, de hacer una autopsia calmada de la vieja Europa, de registrar cada moldura, cada cuadro, cada cáliz y cada pendiente escarpada. Lo natural y lo artificial no se diferencian, no hay solución de continuidad para Sebald en el rico entorno geográfico e histórico que le rodea, todo es Europa, sus tierras, sus árboles, sus fortificaciones medievales y sus construcciones urbanas. Austerlitz y Sebald son dos compañeros sin compromiso mutuo que se dedican cada uno por su lado a la gozosa pero solitaria actividad del flâneur baudeleriano y benjaminiano, lo cual sin duda es envidiable, pero liviana materia, en mi opinión, para trescientas páginas sin apenas puntos y apartes. Nietzsche, a eso mismo, lo denominaba ociosidad, entendida a la manera griega como lo mejor de la vida, allí donde se aprende todo aquello que merece aprenderse por oposición al neg-ocio, a la negación del ocio, que consiste en cambio en el tedio de procurarse el sustento. En un poco conocido aforismo, Nietzsche decía que los antiguos se refugiaban en la contemplación para huir de los peligros de la vida, mientras que nosotros, ahora, lo hacemos al revés: nos refugiamos en la vida real, viviente, para huir de los peligros de la reflexión…

Así que Nietzsche, tan vocacionalmente europeo como Sebald, entendía la ociosidad como esa errancia que genera pensamientos, en tanto que Sebald atesora impresiones sensoriales. Entre unas y otras, están las emociones, pero Austerlitz no tiene, u obvia, sus emociones. Sebald le hace decir, en la página 38 de la edición citada que “en medio de las más peligrosas y para él totalmente incomprensibles corrientes de sentimiento”… De manera que Austerlitz, el flâneur de la segunda mitad del s. XX, es un puro ojo, cuyas percepciones pasan directamente al entendimiento sin atravesar los nervios o el corazón, y en esa misma página el narrador continúa hablando por él cuando dice que “cayó sobre mí una mala época, que empañó mi sentido por la vida de otros” -yo hubiese traducido por “interés” en vez de “sentido”, o en todo caso “sentido de”. Resulta, pues, muy difícil, en mi opinión; es muy difícil seguir un texto corrido en el que se cambia constantemente de tema, no se excava nada nuevo u original en ninguno de ellos y el foco está puesto en los objetos sobre los que pone su atención un hombre no sin atributos, desde luego, como el de Musil, pero sí exangüe sentimentalmente. Sin embargo -los “sin embargo” son las clausulas mediante las cuales en la vieja ciudad del lenguaje doblamos una esquina y vemos otro paisaje-, precisamente porque Austerlitz/Sebald nos proporcionan esa técnica tan aséptica de narrar, y porque el objeto de sus quirúrgicos desvelos es nuestra Europa, que está a punto de reabsorberse en sus espléndidas ruinas, el libro se convierte en finalmente estimulante. Hans Magnus Ezenberger, en su brevísimo ensayo El gentil monstruo de Bruselas o Europa bajo tutela ya había alertado, entrados los dosmiles y con no poca socarronería, de que la UE no iba a llegar muy lejos, pese a algunos logros y muchas buenas intenciones. Ezenberger es alemán, como lo fue Sebald, y por tanto en cierto modo le agrada pensar que la Unión Europea es un follón organizativo y burocrático que sirve para poco, aunque homenajée a Monnet; dice, así… (Europa) es, en el doble sentido de la palabra, una quimera: proyecto utópico a la vez que ente mestizo, deseoso de imponer con autoridad incondicional y presión educativa las filantrópicas intenciones que persigue con astucia y paciencia -en Anagrama Compactos.

Austerlitz, artefacto textual y visual (las imágenes son tan pequeñas y borrosas que prestan poco servicio al lector) laureado de W. G. Sebald, es una buena obra literaria, un bello recorrido por las entrañas recónditas pero visibles, como la carta robada de Poe, del continente que ha dominado y adoctrinado al mundo hasta hace cuatro días. Pero gana mucho más vista desde el final del sueño europeo, bajo la perspectiva de que sólo se trata de una componenda económica, como insinuaba Ezenberger en 2012; sin embargo, en el actual trance de pandemia esa componenda se está portando bien, y en el Norte no se han inhibido en lo que toca apoyar las regiones del Sur. Ojalá sea así, y Europa tenga un futuro, para júbilo póstumo de Leibniz, de Hegel, de Hugo, de Manzzini, de Ortega, de Adenauer, de Monnet, de Schumann o de tantos otros -por cierto, que Hitler y sus ideólogos hablaban también de una futura Volkseuropa troquelada a imagen y semejanza del Reich… Austelitz es, al fin y al cabo, el nombre de una victoria, aunque sea de una victoria pretérita. Albert Einstein dijo esto, que parece que no le cuadra puesto que él se dedicaba a otras cosas: si la civilización de Europa se hundiese, como se hundió en Grecia, la desolación intelectual que resultaría de ello sería tan profunda como lo fue entonces; no sé muy bien lo que pensaría Sebald, pero me lo imagino…

Documental W.H. Sebald

Para seguir disfrutando de Óscar Sánchez Vadillo
Ringo Starr: el de en medio de The Beatles
I’d ask my friends / To come and see An octopus’ garden...
Leer más
Participa en la conversación

5 Comentarios

  1. says: JOSÉ RIVERO

    Tu crítica retrospectiva y poco pertinente de ‘Austerliz’ no acabo de entenderla veinte años más tarde de la publicación de la novela de Sebald (discutible que sea su mejor pieza). Una larga digestión del texto o una larga disgresión que no afectará a los sebaldianos. Eso se llama torear fuera de cacho, salvo que se esté preparando una tesis sobre el discutido teutón, afincado en Inglaterra. Sobre todo cuando tratas de sacar cresta copetuda (aunque trates de desmentirlo) por una cita no revelada de Wittgenstein o por la defectuosa calidad de las fotografías que acompañan el texto, cuando eso es secundario a todas luces.
    Creo que aquí ya hemos discrepado por tu valoración no compartida de ‘Los anillos de Saturno’; igual que lo hemos hecho por la contraposición valorativa y poco coincidente de Benet versus Umbral, comio casos límites de entender la literatura y su ejercicio. Demostrando con ello, que la literatura y sus criterios se vadean desde puntos de vista personales. Puestos a descalificar a escritores ausentes –todos los citados lo son–, me parece infinitamente peor el texto ‘Austerliz, Austeliz’ del laureado y reconocido Rafael Chirbes, que para ser un texto póstumo resulta indigerible y prescindible. Quien por cierto, tampoco cita la posible coincidencia del nombre doblado, sugerido por Sebald y pocos lo recordaron en su momento en el debe chirbeanio. Además Chirbes ya estaba muerto. Más allá de una estación ferroviaria de París o de una batalla de la mitología napoleónica, todos callaron olvidando la pieza referenciada de Sebald.

  2. says: Óscar S.

    No he leído a Chirbes, y es que cada vez que me apetece leo una contraportada y me deja de apetecer. De manera que, a todas luces, la culpa la tienen los fuatores de Anagrama, esos capullos comerciales. A mi me gusta Sebald, que conste, a tal punto que me parece del todo factible que yo me escriba un Sebald algún día de estos, no es en absoluto difícil, lo que ocurre es que para tal empresa estoy poco viajao (la pobreza entra por la puerta, los viajes salen por la ventana…) Un Benet, en cambio, no lo escribiré nunca, para eso hay que tener verdadero talento literario y del otro -la pleitesía a Bill, en cambio, y como ya sabes, ya la tengo, como él, pero sin dejarme bigote, que ya no se lleva. Al fin y al cabo, como le digo siempre a Ramón, yo soy un medio filósofo casi honrado, no un jodido de su puta madre escritor. Por lo demás, amigo José, no necesito enarbolar cresta copetuda, como en realidad te consta, porque me sobra y no tengo por qué disimularla… (ni vos mismo sois tampoco del todo ajeno a ella…)

    ¡Viva la lectura, en cualquier caso! (pero no tanto la pedantería)

  3. says: Óscar S.

    Por cierto, José, sabes que te quiero, pero mi deformación profesional (corrijo cientos de ejercicios a la semana, eso sí, a toda hostia) me obliga a señalar que “digresión” no tiene “s” -para “s”, la de Superman…

    ¿Para cuándo tu meditación sobre las Porn Ruins, oye, tan sebaldianas?

  4. says: José Rivero

    Para tu Porns-ruins.
    1. El mundo fotográfico de Bernd e Hilla Betcher, ya es una muestra del PR de la arqueología industrial.
    2. Gordon Matta-Clark con sus Buildings cuts, ya ofrece otra equivalencia del abandono con sus intervenciones sobre edificios abandonados.
    3. Memo Park en Budapest es un muestrario de cierta decadencia política.
    4. Hay catálogos visuales del abandono político o social. Ciudades post Sovieticas o pos coloniales, gasolineras y bungalós de autopistas son ejemplos posibles.
    5. Ciudades transformadas por el abandono del uso de fábricas e instalaciones cerradas. Desde Detroit a Samo, desde Chernobil a Sagunto.
    6. Mis reflexiones sobre otras tipologias de la discordia las vengo publicando en Hombre de Palo. http://hombredepalo.com/follies-entre-el-capricho-y-la-extravagancia-3-jose-rivero-serrano

Leave a comment
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *