Casa Infinito, Campo Baeza, Tarifa, 2014

En el reciente número de la revista digital italiana Archello, Alberto Campo Baeza (Valladolid, 1946) aparece encabezando la lista de los 25 estudios de arquitectura destacados de Madrid. Lista que, a juicio de algunos, podía tener algunas matizaciones y subrayar algunas ausencias. Pero no se trata ahora de cuestionar los criterios de Archello, sino de tomar una las realizaciones de ACB, recogidas en el listado de proyectos – “la impresionante Casa del Infinito, en Cádiz, una plataforma de travertino romano que parece emerger y flotar sobre el Océano Atlántico”, en palabras de la revista–. Ya hemos visto en estas páginas la Casa Turégano (1986-1988) que se publicaba coincidiendo con el otorgamiento de la Medalla de Oro de la Arquitectura de 2019. Y esta representaba una de las primeras obras reconocidas de ACB, en la que se dio la coincidencia de los promotores –el diseñador Roberto Turégano y la actriz, Alicia Sánchez– para producir una de las primeras obras residenciales significativas en su trayectoria. Un trayecto que se abría con la casa García del Valle (1974) y que avanzaba hasta la casa Cala (2015), en una estela de programas residenciales presididos por la escueta geometría de sus formas y por la tersura blanca de sus paramentos en un empeño de idealización y desmaterialización de la forma bajo el imperio de la luz.

Las diferentes reflexiones residenciales de ACB han ido estrechando el cerco –sobre todo, el cerco marino– con ejemplos como la Casa Gaspar –en la vecina Zahora– o la Casa Rufo (2009). Ahora la propuesta se tensa hasta límites bien visibles donde practicar una especie de abstracción de la residencia en situaciones extremas. Una situación extrema resultante de la elusión de la visibilidad de la construcción, sometida a la disposición de una enorme terraza como único argumento exterior. Incluso ese modelo, que se aporta, descrito como un bloque de arena compacta que apenas se hace visible sobre el playazo, y en donde se procederá a la excavación paciente del interior. Terraza construida como un zócalo o podio gigante a la manera de los altares mitológicos dedicados a los dioses sesteantes y festivos. Un zócalo o podio formal, abierto al mar de fondo –un Atlántico abierto al norte africano y que se aviene a llegar a las aguas cambiantes del estrecho de Gibraltar– que se constituye tanto como una suerte de ‘sirena varada’ como de un ‘cementerio marino’. Y estas ideas motrices comprenden la dinámica del proyecto: entre el Cementerio marino de Valery y la tumba de Le Corbusier en Cap Martin, navegan algunas ideas. A las que el propio ACB añade la idea del plano horizontal de la cubierta y el velaría de la casa Malaparte navegando entre las rocas de Capri.

Las reflexiones de ACB dejan ver algunos de esos factores entrevistos y analizados: “En un lugar maravilloso como un trozo de paraíso terrenal, en Cádiz, hemos construido un plano infinito frente al mar infinito, la casa más radical que jamás hayamos hecho”. El declive natural de la ensenada que se desliza entre el cabo de la Plata y Punta Camarinal, compone un espacio protegido de los vientos laterales del estrecho y del más agresivo procedente del norte, que cierra la sierra de la Plata y el lejano pico del Retín. Por más que esa denominada Playa de los Alemanes, tenga detrás historias sorprendentes. Las ideas de Sirena y Cementerio, cuenta con otras referencias desplegadas por el mismo ACB: “Allí hemos levantado una casa como si fuera un embarcadero frente al mar. Una casa que es un podio coronado por un plano horizontal superior. En este plano rotundamente horizontal, desnudo y despojado, nos asomamos al horizonte lejano que traza el mar donde se pone el sol. Un plano horizontal en alto construido en piedra, travertino romano, como si fuera arena, un plano infinito frente al mar infinito. Nada más y nada menos”. Ideas de navegación – “A veces es como si alguien hubiera abierto la bolsa que contiene los vientos de Eolo. Los mismos vientos que impulsaron el barco en el que Ulises hizo su viaje a casa”, y también: “El edificio se erige como varado en la playa de arena fina, sobresaliendo del paisaje sin llamar la atención. La parte trasera parece desaparecer entre las rocas escarpadas, mientras que la parte delantera se abre al mar”– que se superponen con el cuerpo de una mitología cercana en un labrado de influencias diversas. Y así: “Los romanos estuvieron allí hace un puñado de siglos. Bolonia, las ruinas de las fábricas de pesca romanas donde producían garum y construían templos a sus dioses, está a tiro de piedra. En su honor hemos construido nuestra casa, como una acrópolis en piedra, en travertino romano”.

Los fundamentos de la Arquitectura y de su nacimiento –e incorporación pertinente a la cultura– vienen de la yuxtaposición entre dos principios contrapuestos: la Horizontal y la Vertical. La primera nace tanto de los Altares levantados a los dioses como de las tumbas funerarias –casi a la manera de Adolf Loos–. Mientras que la verticalidad –según Quetglas– da cuenta de la piedra lanzada por Saturno y que, al caer a la tierra, se clava en el suelo y erige el monumento. Aquí en la casa Infinito –para algunos casa del Infinito, con la prevalencia del artículo– la horizontalidad es la conclusión primaria. Mientras que el ritmo de la verticalidad queda oculto y casi disuelto en el programa residencial que carece de relieve ante el peso de la formalización envolvente y que es sólo una excavación sobre el modelo. Una formalización con la plataforma visible –ACB cita no sólo a Adalberto Libera y la casa Malaparte ya vista aquí–, también a Mies van der Rohe y la solemnidad de sus cubiertas cual baldaquinos majestuosos con vocación de extensión infinita; así como la lejana referencia de un grabado de Rembrandt de 1655 ‘Cristo presentado ante el pueblo’, cuya acción tiene lugar en un alto entablado o escenario, como si una representación teatral se tratara. Y esta pretensión de lo teatral, de lo funerario y de lo mitológico construyen ese arco de imágenes y referencias, para acodar y contemplar la mirada que se pierde en otro espacio ilimitado como es el mar oceánico frente a la mole revestida de travertino blancuzco. Por ello, sostiene ACB que: “cuando miremos nuestra casa desde la playa, nos acordaremos de todos ellos. Queríamos que esta casa fuera capaz no sólo de detener el tiempo, sino de permanecer en la mente y el corazón de la humanidad. La casa del infinito”.

Frente a este carácter de lo ilimitado de una casa extrema, podríamos contraponer la propuesta ya analizada en Hypérbole de la Endless house de Frederick Kiesler, fruto de un trabajo continuado entre 1950 y 1960, que acabará denominándose de forma parecida a la casa de Tarifa de Campo Baeza. Endless house indica tanto la Casa sin fin como la Casa Infinita. Y de ese debate en el mundo de Kiesler –atajado por valencias surrealistas– pudimos escribir. “Como si pudiera sostenerse tal concepto infinito en la habitación y morada del hombre; puede haber infinitud sin límites en las moradas de los Dioses y en las Casas de los Muertos, pero rara vez la exploración de las Casas de los Vivos se compaginará con la extensión infinita”. Por lo que siempre nos quedará la duda de qué expresa ese infinito: si la medida inalcanzable del fondo natural o el proceso interminable de construcción de una morada para el hombre.

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