Diane Keaton: el éxito de una vida en sus manos

Casualidades de la vida, este verano volví a ver, después de muchos años “Annie Hall”. Me había quedado solo en casa, buscaba una película que me creara un estado de ánimo amable y me acordé de lo bien que me sentí cuando la vi en el momento del estreno, cuando yo tenía 20 años y Diane Keaton tenía 31 (me doy cuenta de eso ahora, no entonces). Tampoco sabía que cuando se rodó ya no era la pareja de Woody y, quizá por eso, en la historia existe siempre una nostalgia latente pero también la lucidez distanciada de quien ha aprendido ya algunas cosas sobre la condición humana en su primera juventud y quiere reflejarlas, eso que ocurre cuando creemos estar muy seguros de que se pueden cambiar algunas cosas que no nos gustan o que querríamos que fueran de otra manera, desde luego distintas a la generación anterior a la que tenemos como referencia de lo convencional, de todo lo que creemos que no nos gusta, de todo lo que estamos seguros que no vamos a repetir.

Creo recordar que fue Otto Rank (ese psicoanalista al que Anaïs Nin intentaba enseñar a bailar) el que decía que las personas con carácter neurótico eran buenas, trataban de verdad de mejorar el mundo y las relaciones con los otros con la mejor intención, pero enseguida se daban cuenta de que no era tan fácil y claudicaban y terminaban anegadas por la angustia de la que trataban de salir una y otra vez. Un poco eso es lo que refleja la película que, al parecer, era algo autobiográfica de la relación que los dos tuvieron, en el aire social del Nueva York de esos años 70, que parece optimista y maravilloso comparado con el que probablemente existe ahora. La pareja protagonista parece proceder de esas clases medias que pudieron acceder a la universidad con las políticas de bienestar social que comenzaron en la era Kennedy y que generaron miles de universitarios liberales que desafiaban la forma de vida convencional de sus padres de la era Eisenhower. Empujados por las turbulencias del deseo querían hacer muchas cosas a la vez que, a veces, eran contradictorias, como esos malabaristas de los circos que tratan de mantener demasiadas bolas en el aire: separar el sexo del afecto y vivirlo con libertad y sin culpa; amar de verdad y sentirlo continuamente como el norte de una brújula, sin las hipocresías de esos matrimonios que siguen juntos cuando ya no se quieren demasiado; vivir sin compromisos pero deseando comprometerse y seguir sintiéndose libres; ser racionales pero a la vez buscar la autenticidad de sus conductas en la intensidad unas emociones que enseguida se dieron cuenta que fluctuaban como el humo de los cigarrillos que todavía fumaban con alegría; vivir la igualdad de hombres y mujeres que luego no resultaban tan iguales, ni percibían la realidad emocional, ni las caricias, exactamente de la misma manera. 

Diane Keaton bordó ese papel de mujer insegura pero libre, culta y valiente que se atrevía a vestirse a su manera, con ropa de hombre que sin embargo la hacía sexy, graciosa y tierna. Parecía buscar algo que se le escapaba de las manos pero no dejaba de buscarlo y reía y lloraba y se atrevía a romper con quien no estaba segura de haber dejado de amar pero sin acritud pudiendo, pasado el tiempo, tomarse un café entre sonrisas y buenos recuerdos. Justo lo que le pasó con Woody del que siempre fue una íntima amiga pero no con Al Pacino, otra de su parejas, con el que pasó 17 años (1973-1990) no sabiendo si estaba o no estaba con él hasta que le dio un ultimatum que que él rechazó. Lo conoció en “El Padrino” donde su personaje como Kay Adams representa, de alguna manera, la belleza y la fragilidad del bien, de la vida fresca y honesta siempre amenazada por las lógicas envenenadas de la supervivencia y el poder. 

Su carrera ha sido larga y continuada lo que le ha permitido estar siempre presente para el publico. No solo las de la época de Allen (“Sueños de un seductor”, “Manhattan”, “Dias de radio”, “Interiores” o “Misteriosos asesinato en Manhattan”) sino también “Rojos” con Warren Beatty (otra de sus parejas) o “Cuando menos te lo esperas” con Nicholson o “La joya de la familia” películas en las que me gustó verla y donde mantenía esa frescura enriquecida por la experiencia de la edad que resultaba encantadora. Fue también productora (de la serie “Pasadena” o de “Elephant“, sobre el tiroteo en una escuela), le gustaba la fotografía (“Salvado: mi mundo en imágenes“), escribir (“Entonces otra vez“, sus memorias o “Digamos simplemente que no fue bonito” unos ensayos sobre la belleza, la vejez y las relaciones amorosas que voy a buscar ahora mismo) y también la arquitectura, donde se dedicó a comprar mansiones, rediseñarlas y a venderlas de nuevo, por ejemplo a Madonna. 

Lo pienso ahora y para mi siempre fue una chica un poco mayor que yo pero muy atractiva, porque trasmitía que con ella se podía conversar con gozo y, además, se tomaba algunas cosas en serio. Como no hacerse nunca la cirugía estética y seguir siendo agnóstica a pesar de su formación metodista. Tengo la sensación de que ha reído y ha llorado pero, en general, ha sabido disfrutar de la vida, quizá porque siempre fue consciente de aquella frase que Woody decía al final de “Annie Hall” ([…] y recordé aquel viejo chiste, aquel del tipo que va al psiquiatra y le dice: Doctor, mi hermano está loco cree que es una gallina.Y el doctor responde: ¿Pues por qué no lo mete en un manicomio? Y el tipo le dice: Lo haría, pero necesito los huevos. Pues, eso más o menos es lo que pienso sobre las relaciones humanas, saben, son totalmente irracionales y locas y absurdas, pero supongo que continuamos manteniéndolas porque la mayoría necesitamos los huevos) que me da la impresión que siempre le ha procurado una suerte de lucidez y, por tanto, un buen talante. En fin: una mujer inolvidable. 

“A propósito de nada”, Woody Allen 2020

“De modo que aquí estoy, soltero, a punto de escoger el elenco para Play It Again, Sam, la obra de teatro, con Tony Roberts como coprotagonista. Lo único que nos hace falta es encontrar a la chica adecuada para el papel de Linda, la protagonista femenina. El director es Joe Hardy, un buen profesional que sabe lo que hace. Él y yo nos sentamos en las últimas filas del teatro viendo las audiciones de una buena actriz tras otra. Hay mucho talento disponible y pocos papeles buenos. Sandy Meisner era una profesora de actuación famosa y muy respetada de Nueva York que dirigía el Neighborhood Playhouse, de donde surgieron muchos actores excelentes. En determinado momento arrinconó a David Merrick y le habló maravillas de una chica de su clase que le parecía sensacional. Se llamaba Diane Keaton. Su verdadero nombre era Diane Hall, pero ya había una actriz que se llamaba así y el sindicato no permite que alguien utilice un nombre que ya está en uso.

Entonces, después de todos esos elogios desatados, nos quedamos en el teatro esperando que Keaton se presente a la audición. Entra una joven desgarbada. Dejadme expresarlo así: si Huckleberry Finn hubiera sido una mujer muy hermosa, sería ella quien habría aparecido en el escenario en ese momento. Keaton, que pide disculpas por todo, incluso por haberse despertado, una pueblerina de Orange County, frecuentadora de mercadillos de trueque y bocadillos de atún, una inmigrante en Manhattan que atiende un guardarropa, que antes trabajó en la tienda de golosinas de un cine de su pueblo de donde la despidieron por comerse todo el género y que intenta saludarnos a todos con la menor cantidad posible de palabras. De pronto estamos ante una provinciana que nos habla de su abuelita Hall y de George, un inquilino que vivía con ellos y a quien los de su sindicato le regalaban un pavo para las Navidades, y que responde a nuestros cumplidos con «Honest, injun?», una frase anticuada y provinciana que significa «¿Lo decís en serio, tíos?». Pero qué puedo decir, era fabulosa. Fabulosa en todos los sentidos. Como cuando se habla de una personalidad que ilumina una sala; ella iluminaba todo un bulevar. Adorable, graciosa, con un estilo totalmente original, natural, fresca. Cuando se marchó, y aunque sabíamos que teníamos que recibir al resto de las actrices que figuraban en la lista, mentalmente ya le habíamos asignado el papel.”



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