Will McAvoy no estuvo allí

La luna era una naranja muy grande en el horizonte del principio de la noche camino de Manzanares, en Ciudad Real. Acudíamos a la conferencia que Iñaki Gabilondo  iba a dar, dentro de la Escuela de Ciudadanos, en el castillo de Pilas Bonas a las ocho treinta de la tarde del martes 30 de octubre. Íbamos con tiempo porque esperábamos mucha gente y efectivamente la hubo. Al final, unas cuatrocientas personas llenaron la sala y algunos se quedaron de pie, en los pasillos o sentados en el suelo encima de abrigos o carpetas. La mayoría de la gente superaba la mediana edad, había algunos jóvenes y también antiguos y actuales políticos de los que gobernaron la región durante más de veinte años..

Iñaki Gabilondo había  puesto un título a la conferencia, “Rumbo al hombre”, que se prestaba a cierta ambigüedad y, quizá también, creaba algunas expectativas difíciles de cumplir dada la magnitud filosófica del empeño. Recordaba vagamente a Diógenes y su farol buscando al hombre verdadero o al título de una homilía bondadosa de cualquier mediodía de domingo, programada para una parroquia ya convencida de antemano. Seguro que entre el público había todo tipo de expectativas. Pero hypérbole buscaba escuchar a un alter ego de Will McAvoy, el protagonista creado por Aaron Sorkin para de The Newsroom, un quijote crepuscular levemente conservador, pero digno y suficientemente honesto, todavía con capacidad de indignarse y con buen gancho de izquierda para enfrentarse a todos los vendedores de humo que habitan actualmente los medios de comunicación. Alguien dispuesto a dar batallas en el terreno que domina profesionalmente e incluso a intentar ganar algunas.

Queríamos escuchar al periodista que ha vivido tantas cosas y desde tan alto. Al que ha hablado con tanta gente y debe guardar tantos secretos; al que quizá haya escuchado tantas mentiras o haya visto cometer tantos errores o incluso traiciones; al que ha entrevistado a tantos ministros y presidentes de gobiernos; a la gran estrella mediática del grupo PRISA durante tantos años y al que salió en televisión aquel 23 de febrero ayudando abortar un golpe de estado. Su voz ha sido la voz con la que se ha despertado cada mañana mucha gente durante muchos años y para algunos es un icono de muchas cosas, entre ellas, de un cierto tipo de periodismo lleno de credibilidad e independencia. Ahora que el mundo parece derrumbarse queríamos oír su voz,  quizá sin la esperanza de que nos condujera hasta ninguna abstracción bienintencionada, sino simplemente para escuchar hechos, para oír su versión de lo que ha pasado y está pasando en este país y en concreto en sus medios de comunicación, para así tratar de comprender cómo se ha llegado a la situación actual, en la que da la sensación de que la mayoría responde a una estrategia muy planificada y están en unas determinadas manos, que no son precisamente independientes. Queríamos hechos contrastados (la esencia del buen periodismo) y una reflexión sobre esos hechos de un periodista con mucha experiencia. Y debemos decir que nos sentimos un poco decepcionados.

Ésta es una breve crónica de lo que vimos y de lo que quisieron hacernos ver. La nota de prensa puede leerse aquí  y puede decirse que  responde bastante bien a la esencia del discurso que allí se produjo y a la imagen que se quería proyectar.  A continuación comentaremos algunas cuestiones y ciertas dudas. Son simplemente opiniones y sensaciones sobre varias ideas que allí se argumentaron y que quizá merezca la pena analizar.

Primero Iñaki Gabilondo quiso explicitar la perspectiva desde la que iba a hablar, preparó el “extraordinario ejercicio de lucidez compartida” según la nota de prensa,  advirtiendo de sus buenas intenciones, de su sinceridad  (“Son mis pensamientos y puedo estar equivocado, no quiero que me crean, pero sí quiero que crean que soy sincero”) y de que no iba a hablar desde ninguna ideología sino desde la mirada limpia de un ciudadano con sentido común que simplemente contempla una realidad objetiva con los ojos abiertos (“Es un problema de ojos abiertos o cerrados” ante realidades objetivas que se viven como consecuencia del pensamiento dominante”).

A continuación buscó la complicidad del auditorio para acordar que vivimos en un mundo loco dominado por un “pensamiento dominante que persigue un crecimiento económico insostenible (“El pensamiento dominante en la actualidad -“que tiene la particularidad de estar loco porque el crecimiento perpetuo en un mundo limitado es una locura”) que ha llevado al mundo a una crisis de tales dimensiones que ha sumido los ciudadanos en un estupor, en una incertidumbre de la que no saben salir porque nadie los preparó para ello (“Nos prepararon para un mundo y ahora tenemos que trabajar en otro que no dominamos y tememos ser descubiertos”). Una crisis de la que además son inocentes porque toda la culpa es de un sistema financiero desregulado de manera global y gobernado por la codicia que, además, ha sabido prescindir del control político.

Luego comenzó un relato de la génesis de la crisis económica de 2008 claramente sacado  de las tesis que Tony Judt expone en “Algo va mal” (puede leerse en el hipervínculo un capitulo del libro que resume sus ideas) pero con bastantes menos matices y sin citarlo  y, también de algunas de las ideas fuerza que Ferguson plantea en “Inside Job”, en este caso citándolo.  La conclusión parecía ser que la democracia estaba en peligro porque el sistema económico había olvidado las necesidades de los hombres reales y además estaba fuera del control de los ciudadanos porque los políticos elegidos se habían quedado atrapados en la red tejida por las fuerzas del mercado (“la política ha quedado atrapada” ) y casi no podían hacer nada salvo cumplir órdenes. Aquí citó expresamente que Rajoy daba la sensación de no poder hacer nada más que seguir los designios de los acreedores alemanes, del BCE ,del FMI, y de algunos más que se benefician de todo esto porque saben surfear sobre esas olas del mercado y que “han aprovechado para sumergir a las democracias y dejar sin poder a nuestros verdaderos representantes”.

Llegados a este punto abogó por la reconstrucción de un pacto política-sociedad auspiciado por los políticos y llegó a la conclusión de que todo ha terminado siendo una gran estafa que ha mostrado la fragilidad del sistema en que vivimos y que además queda sin castigo  porque “…nadie va a la cárcel y se nos culpa a todos por vivir por encima de nuestras posibilidades cuando hemos vivido dentro de las posibilidades que nos brindaba nuestra sociedad, (…) hemos practicado el pecado que nos animaron a practicar”).

Sin embargo no habría que perder la esperanza porque todo se mueve, el mundo cambia y “el tiempo de los hombres nos demuestra que no hay que angustiarse del todo porque las situaciones no son estables para siempre y el futuro está sin escribir” y además los jóvenes empiezan a moverse hacia otros paradigmas (¿cuáles?) y … el objetivo es recuperar al hombre como centro, en un mundo donde no sólo se hable de dinero. “Somos seres humanos con derechos y reclamamos nuestro derecho a participar. Te puedes desengañar, pero no hay que rendirse nunca”.

Y por fin terminó con una mención a la profunda crisis de valores de este mundo que vivimos y que tan disonantes son respecto a lo que a él, cuando era niño, aprendió en su casa respecto a la honestidad, la austeridad, la dignidad y todas esas cosas tan edificantes que al parecer se enseñaban en la España en los años cincuenta, y que sin duda impregnaban el aire social, lo que terminó creando un extraño bucle melancólico, que ya se iba fraguando en toda la conferencia: una presunta nostalgia de tiempos que no estaba claro que hubieran existido nunca.  Porque es probable, según sabemos, que el capitalismo haya sido así desde el principio y ha llovido mucho desde la revolución industrial y han pasado muchas cosas desde entonces, incluyendo un par de guerras mundiales, la caída absoluta del sistema alternativo que iba a ser la esperanza del hombre nuevo, y también otras crisis económicas como la que vivimos que, como avisó Galbraith en “El gran crack de 1929”, no dejan de ser el resultado de una burbuja más de las muchas que han aparecido y aparecerán en un sistema económico como el que vivimos. Y quizá lo interesante hubiera sido haber analizado los mecanismos que han llevado hasta aquí, la dialéctica de los poderes implicados, lo que se hizo y lo que se dejó de hacer, lo que podría haberse evitado si no hubieran fallado muchos controles o si se hubiera gestionado de otra manera, con mas conocimiento, o quizá la necesidad de tener en cuenta ciertas tendencias de la condición humana a la hora de establecer unos objetivos de gobierno.

Porque a estas alturas ya sabíamos muchas cosas de los malos. Sabíamos también que el mundo estaba derrumbándose y caminaba agónico hacia su final si no cambiaba el rumbo; sabíamos que el sistema capitalista era maligno y estaba regido por terribles demonios financieros que devoraban inocentes como los que estábamos allí sentados y todos los pobres políticos de este país, acosados por malignos acreedores. Sabíamos que era bueno que los inocentes nos juntáramos en actos como éste y nos diéramos calor para superar el estupor que nos inmovilizaba. Sabíamos que los políticos regionales sentados en la sala, que habían gobernado durante más de dos décadas ininterrumpidamente, no habían sido responsables de nada, ni siquiera de la quiebra de la Caja Castilla La Mancha o de que ahora no existiera oposición ninguna a medidas que ponen muy en peligro el estado del bienestar que tanto parecíamos amar. Sabíamos todo eso, pero los detalles de los hechos no aparecían por ninguna parte.

Sobre todo Iñaki Gabilondo no había contado lo que desde su atalaya, muy próxima al poder,  había observado todos estos años sobre los buenos. O mas bien sobre lo que no supieron hacer los buenos o hicieron rematadamente mal.  No explicó qué errores se cometieron cuando se creó el euro, lo que no nos contaron, lo que él no supo contarnos entonces desde la cadena SER y que hay otras voces que ahora cuentan o al menos emiten hipótesis más o menos coherentes. No explicó lo que le contaron y ahora le cuentan sobre la creación e intenciones del BCE o sobre otras decisiones trascendentales tomadas en Europa en los años de prosperidad por ministros de economía o parlamentarios europeos que deberían haber defendido el estado del bienestar con uñas y dientes y que ahora no explican nada, solo descansan, muy silenciosos, en consejos de administración de empresas privatizadas esperando ver crecer brotes verdes entre la moquetas azules o rojas. Podría haber contado los auténticos motivos (lo hechos que cree conocer) por los que no se pinchó a tiempo la burbuja inmobiliaria o por qué MAFO no le filtró a tiempo lo que estaba ocurriendo en las cajas de ahorro cuando parece que sí le contó el secreto de que si las hipotecas americanas iban alguna vez mal había que “tirarse cuerpo a tierra” cuanto antes, según refirió en la conferencia.

Y lo más importante: tenía que haber respondido con honestidad y veracidad, por lo menos hasta cierto punto, a la pregunta que le hicimos.  Tenía que haber explicado que ha pasado en todos estos años en los medios de comunicación españoles y en concreto que ocurre actualmente con PRISA Y EL PAIS. Le preguntamos por el ERE del periódico y la postura de gente como Enric González y lo primero que dijo fue que él nunca había sido periodista de ese periódico y que ni siquiera sabía ir en coche a sus sede, para luego perderse en un mar de ambigüedades. El moderador, también trabajador de la misma empresa, no admitió una repregunta que ampliaba la cuestión a PRISA -de la que Iñaki ha sido la estrella rutilante durante muchos años, donde dirigió los informativos de Cuatro y también participó en CNN+ – porque, según su opinión,  era algo muy particular que no interesaba a la gente y había poco tiempo.

Y entonces notamos que se rompió algo. Y algunos vimos claramente que Will MacAvoy no estaba allí, esa noche, tras el micrófono. Que esa conferencia solo parecía un “bolo”, más o menos bienintencionado, de una vieja gloria con no muchas ganas de meterse en líos, a pesar de las apariencias. Se comprende. Vivimos en un mundo peligroso que parece que se derrumba y donde además, los chuzos caen de punta  y donde sabemos que todo tiene un precio. Pero nos podíamos haber ahorrado previamente todos los calificativos edificantes y quizá todo el discurso.

Sabemos que nadie es perfecto y que es difícil hablar de hechos, de mecanismos concretos, de intereses concretos de personas concretas, de errores, de falta de competencia de individuos concretos, de silencios concretos que quizá no debieron producirse nunca. Pero eso debería ser el periodismo: un relato de hechos contrastados que ayuden a comprender el mundo y por tanto a dar instrumentos para intentar cambiarlo sin tener que recurrir a echar siempre la culpa de lo que ocurre a oscuras y ambiguas fuerzas malignas. Sino aprendiendo de los errores para que no vuelvan a ocurrir ciertas cosas, al menos, en nuestro entorno inmediato.

Y por eso,en lugar de palabras, quizá en parte verdaderas pero también algo grandilocuentes y vacías, se necesitan periodistas un poco héroes y también un poco quijotes. Y actualmente muy pocos pueden permitírselo.  Periodistas como los que representa Will McAvoy. Pero Will  no estuvo esa noche en Manzanares. Quizá faltaba su MacKenzie en el auditorio  para provocarlo, como ocurre en el primer capitulo de la serie (cuyo corte ponemos a continuación).  Y realmente lo sentimos mucho.  Porque siempre hemos admirado a Iñaki Gabilondo.   Y queremos seguir haciéndolo.

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