Tres adaptaciones cinematográficas recientes de Shakespeare

La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta. 

  G.K. Chesterton                            

Los adolescentes están locos por La que se avecina. Si les oís que se han puesto misteriosamente de acuerdo para decir una misma frase absurda a la que le encuentran un gran sentido podéis estar seguros de que procede o de un video-blitz de moda de YouTube o de La que avecina. No sé si se dan cuenta los productores de la serie de la responsabilidad que asumen, pero supongo que con tener audiencia lo demás les importa poco. En La que se avecina se banaliza el sexo, se banaliza la amistad, se banalizan las relaciones filiales y no se banaliza la violencia porque de eso ya se encargan la mayoría de las series y películas del mundo. Sin embargo, ningún profesor de teatro -que suelen ser los de Lengua y Literatura que han alcanzado jugosa prebenda- escogería escenificar un capítulo de esa serie para la función de fin de curso. Para eso sí, para eso ya se acuerdan de los clásicos, como es su deber, sobre todo de La venganza de Don Mendo o de Romeo y Julieta. Y también ocurre igual en Hollywood, donde habrán hecho como diez o doce Romeos… -uno con Di Caprio, desde luego-, para hacer caja con los pobres chavales que tienen que leerlo para Literatura Inglesa. Imaginaos a Leo, bien jovencito, con esa mirada de haber roto ya mil platos, y una sonrisa de venir ya con dos canutos encima, recitando esto:  

 Pero, alto. ¿Qué luz alumbra esa ventana? 

Es el oriente, y Julieta, el sol. 

Sal, bello sol, y mata a la luna envidiosa, 

que está enferma y pálida de pena 

porque tú, que la sirves, eres más hermoso. 

No cuela. Quiero decir que no cuela entre el público actual, pero parece que fue un éxito en la época isabelina. Shakespeare no es como Thomas Mann, por ejemplo, no escribe en la conciencia de estar incrementando el patrimonio cultural de su nación o de estar haciendo análisis social de esto o lo otro, escribe para que la gente pague la entrada, se embriague y aplauda. Por analogía, Shakespeare sería hoy Susanne Bier, por ejemplo, pero con más brío y promoción, y Thomas Mann, pues una especie de Ken Loach lentorro o de Kurosawa antañón. O, cuanto le tocaba comedia, Shakespeare sería Mike Leigh con ribetes de Monty Phyton. No obstante, Hollywood lo intenta, intenta de verdad facilitar el acceso a las alturas líricas en las que mora el bardo inmortal al espectador norteamericano común, ese que suele preferir un buen espectáculo de monster-trucks el domingo y al que El rey Lear le sonaría a pestiño intelectual típico de comunistas. Como el ciudadano estadounidense es el ser humano vivo más caro de reponer del mundo fuera de su país (en su propio país lo más normal es que valga less than shit, sobre todo si ha nacido revestido del color equivocado), parece que merece lo mejor, y lo mejor de la extraña y vieja Europa está en París, como cuidad del romance y la pasión, y si acaso en la aliada Inglaterra, como cuidad de las correctas maneras y pronunciación. A su vez lo mejor de Inglaterra es Meghan Markle y luego Shakespeare, solo que Sweet Meghan ya era suya de antes…  

Quien mejor lo intentó, con la venia de Kenneth Branagh y otros actores de ilustre abolengo shakespiriano a los que hace comparecer como aval de su osadía fue Al Pacino en 1996, en Looking for Richard. No tiene nada de raro que a Pacino le apetezca ser el malvado y contrahecho Ricardo III, teniendo en cuenta que conquistó la fama haciendo de rey corrupto en El padrino II, esa película que no debió tener continuidad. La última escena de El padrino II, con Pacino repudiando a su mujer tras haber matado a su hermano, un velo de soberbia y crimen ensombreciendo su rostro, es ya Shakespeare trágico total durante un instante grandioso. Looking for Richard es muy buena también, Pacino se luce como pretendía, y hasta le pega un piquito a Winona, el muy pillo. A Pacino se le dan de miedo esos monólogos, o mejor, falsos diálogos -porque el otro en realidad no pinta nada- en los que saca carácter y consigue hablar a los demás personajes mirándoles a los ojos como si se dirigiera a su misma alma mortal. Hubiera sido un gran vendedor, también, Pacino, como en Glengarry Glen Ross, pero nunca un jipi íntegro y asustado como en Sérpico. Además, me parece que la película consigue su propósito, que no es sólo elevar el ego de Pacino y situarle entre los últimos eslabones de una noble tradición teatral, sino convencer al espectador de La que se avecina de que conceda a Shakespeare el beneficio de la duda. Porque no es cierto que Shakespeare sea como un monumento de obligada visita pero aburridísimo a la manera de una catedral gótica. En los colegios de pago de EEUU los estudiantes se ven forzados a memorizar la vida y milagros del bardo como si fuese un santo, cuando lo que realmente se sabe de él es poquísimo y nada explica, ni guarda relación alguna, con la grandeza de su obra. No es justo, esa es, sin duda, la mejor manera de cargarse a alguien, y con mucho tino no se hace con Michael Jordan, por ejemplo, al que nadie reverencia como a una estatua. 

Claro que acudir a un montaje de Shakespeare implica aceptar al menos tres rasgos no precisamente fáciles para perezosos de la cultura, y que requieren un cierto esfuerzo del aficionado de La que se avecina. El primero es que el lenguaje dramatúrgico isabelino pretende altura de dicción, tanto en el drama como en el humor. Los grandes discursos se corresponden a grandes sentimientos, a elevación de pathos también. Para rebajar ese vino tan fuerte ya tiene Shakespeare a sus bufones, que lo que vienen a socavar es precisamente la pretenciosidad solemne de sus amos. Pero hasta los bufones de Shakespeare son grandes. Para ellos se cumple, igual que para sus patrones, la frase de Chesterton: “¿Es usted un demonio? Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios”. Tales demonios no se pueden mencionar sin respeto, con vulgaridad y sin encriptación alguna. Es como cuando Roxana, en Cyrano de Bergerac, le pide a Christian que si le va a decir que la quiere, que bien, que eso ya lo sabe, pero que lo adorne. Sin adorno, sin encriptación, para soltarle a Julieta que qué guapa está esta mañana, tipo rap del Residente, en vez de que es el Sol, y que al salir ha matado a la Luna envidiosa, mejor vete a casa a llamar a una línea erótica a oír guarradas (o, como dice el padre de James en The end of the f****** world: Para las mujeres es fácil. Pueden tumbarse y pensar en Inglaterra; nosotros tenemos que ser Inglaterra…) Se paga una entrada para oír belleza, ver belleza, no lo básico. 

El segundo rasgo es asumir que el destino de los personajes es extraordinariamente importante para esos mismos personajes, como en las novelas de Faulkner, el otro Bill. No hay anti-héroes en Shakespeare, ni siquiera Falstaff lo es. Cuando Falstaff hace una frase para conseguir una copa de vino o los favores de una prostituta lo hace poniendo toda la carne en el asador, resumiendo la humanidad en esa frase, aunque sea para mofarse de ella. Por esta razón se necesita dar un salto de temperamento y actitud bastante grande desde La que se avecina hasta Las alegres comadres de Windsor, que también es una comedia. Falstaff (o ese falso jinete que interpretaba tan bien Michael Keaton en la estupenda versión cinematográfica de Mucho ruido y pocas nueces) es trágico, incluso cuando es cómico; el presidente de la comunidad de vecinos de La que se avecina es cómico, incluso cuando es trágico. De ahí que la finalidad de una y otra obra de arte sea completamente opuesta. En el primer caso, se busca dejar una impresión enérgica e indeleble en el alma del espectador, que generalmente lleva una vida nada interesante. En La que se avecina, en cambio, lo que se busca es el olvido, en el sentido de que el espectador, a última hora del día, confirma que no hay nada excesivamente serio, que la vida efectivamente es como deslizarse sin dejar rastro por un cristal pulido, cuyos reflejos pasan y no dejan tras de sí consecuencia ni memoria alguna. Después de eso, ya puede irse uno a echar un buen sueño. 

El último rasgo, me parece, es que Shakespeare problematiza la relación entre la persona y el personaje, por eso hay tantos nobles en sus obras, y por eso también, me parece, resulta tan atractivo para los actores de estudio como Pacino. A un rey, uno de tantos reyes, o al príncipe Hamlet, o al pretendiente Macbeth, le sucede exactamente lo mismo que a cualquier actor: llega un punto en que no distingue ya entre lo que corresponde al cargo o a la profesión y lo que afecta al corazón o a la intimidad. Se pasan toda la trama preguntándose si la acción debe protagonizarla la persona particular o su proyección social, cuánto aporte debe haber de uno o del otro, y eso les trae continuamente por la calle de la amargura. No se puede pedir eso de La que se avecina, estoy convencido. En el estilo La que se avecina también los personajes dudan mucho de lo que van a hacer o no a continuación, pero únicamente en el aspecto de su ganancia, de manera que el personaje triunfa siempre y la persona no es más que una oquedad patética, una puta lombriz y un egoísta frustrado. Ahora ve y dile al moro Otelo que es una oquedad patética, y te parte en pedacitos cristianos, díselo incluso a traidor y sibilino Iago, y quizá te dará la razón, pero preparará el puñal… Cuando Shakespeare hace que sus personajes sufran, no es para escarnecerlos después, y hasta en el peor de los casos su sufrimiento les ennoblece. 

La adaptación de Pacino, ya digo, es muy recomendable, y la tenéis subtitulada aquí mismo. Más tarde, en 2011, Ralph Fiennes, en su debut como director, fabricó un Coriolano bastante potente, teniendo en cuenta que siempre es inevitable que lo que hemos llamado altura de dicción siempre sea entendido en Estados Unidos como pegar gritos, y que en la cinta se haga tanto hincapié en las escenas bélicas como en las dialogadas –impresiona ver a Fiennes bañado en sangre, y a Leónidas perder, pero mucho más a Vanessa Redgrave…. Coriolano es el Shakespeare que hubiera gustado a Nietzsche, es la visión del aristocratismo de Nietzsche, sino fuese porque Nietzsche sostenía la hipótesis de Francis Bacon como el verdadero Shakespeare. También tiene garra, o yo soy de muy buen conformar, el Macbeth de Michel Fassbender, de 2015. Le queda bien, el papel, Fassbender es ese tipo de guapo al que le viste lo trágico, sea en Shame o sea en el ridículo papelón de Magneto. Hasta Magneto joven le queda algo digno. Marion Cotillard, siempre dura y siempre ambiciosa (hay una película con Brad Pitt en la que se lo come vivo), está a la altura del papel femenino más grande de la historia de la dramaturgia universal tras, o a la par que, Medea. Macbeth está entre lo más increíble de Shakespeare, es ese tipo de obra donde un dramaturgo de verdad se la juega. Grosso modo, yo no estoy conforme con que la tarea cultural consista en acercar Shakespeare a las masas. Él ya gustó a las masas de su tiempo, prueba superada. Ahora ese trabajo le toca a La que se avecina, prueba superada también. Por el contrario, lo que deberíamos hacer es acercar las masas a Shakespeare, si ello fuera posible. Creo que esas tres películas que he mencionado van por ese camino.  

(De acompañamiento musical medio alusivo al tema. he pinchado las cuatro canciones que más explícitamente P.J. Harvey ha dedicado a su tierra, Inglaterra. La cuarta, como no venía subtitulada, la coloco ahora con letra en castellano e inglés. Al igual que decíamos de William, las cosas hay que encriptarlas un poco para que cambien de nivel, puesto que no siempre la base coloquial elemental habla por nosotros lo suficiente. De ahí que estos temas de Polly Jean sean también de letra difícil, que es lo bueno. No obstante, en lo que tienen de críticos con Inglaterra pero asímismo de aislacionistas no creo que ella los hubiera concebido de la misma forma hoy, tras el Brexit. Pero nunca se sabe…There are more things in heaven and earth, Horatio / than are dreamt of in your philosophy…

The West’s asleep. Let England shake, 

weighted down with silent dead 

I fear our blood won’t rise again 

England’s dancing days are done 

Another day, Bobby, for you to come home 

& tell me indifference won 

Smile, smile Bobby, with your lovely mouth. 

Pack up your troubles, let’s head out 

to the fountain of death 

and splash about, swim back and forth 

and laugh out loud 

until the day is ending 

and the birds are silent in the branches 

and the insects are courting in the bushes 

and by the shores of lovely lakes 

heavy stones are falling 

Occidente está dormido. Que tiemble Inglaterra 

Aplastada bajo muertos silenciosos 

Temo que nuestra sangre no vuelva a alzarse 

Los días de danza de Inglaterra se han acabado 

Otro día, Bobby, para que vengas a casa 

Y me digas que la indiferencia ganó 

Sonríe, sonríe Bobby, con tu preciosa boca 

Recoge tus problemas, pongámonos en marcha 

Hacia la fuente de la muerte 

Y chapotearemos, nadaremos arriba y abajo 

Y nos reiremos a carcajadas 

Hasta que el día llegue a su fin 

Y los pájaros estén silenciosos en las ramas 

Y los insectos estén cortejando en los arbustos 

Y junto a las orillas de preciosos lagos 

Pesadas piedras están cayendo 

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