John Lennon en cuatro tiempos

1963. En aquel tiempo yo estudiaba bachillerato en León, una ciudad gris y provinciana donde la vida de los jóvenes no se distinguía demasiado de la de los adultos. Cine semanal, con historias de final feliz aprobadas por la censura eclesiástica y mucha lectura, donde los horizontes podían ser un poco más amplios. Pero lo que realmente me dio carta de naturaleza como ADOLESCENTE, con mayúsculas, fue la aparición de una discografía que creó un mundo propio para mí y para la gente de mi edad, marcando claramente los límites entre generaciones. Pasarse discos, escucharlos en una habitación que ningún mayor podía profanar o corear las letras hasta la saciedad fueron los hábitos que crearon el fenómeno de las fans, en femenino, chicas dispuestas a morir por sus ídolos si era necesario. Nadie entonces sabía lo que estaba pasando pero aquella ciudad gris- igual que el resto de España- se vió sacudida por una pasión juvenil que el régimen franquista no había previsto. Timidamente, muy timidamente visto desde hoy, incluso nos rebelamos en la forma de vestirnos y de enamorarnos. Y es que contábamos con las canciones del Dúo Dinámico, auténticos valedores de nuestros sueños y juglares de una generación que, gracias a ellos, descubrió la gloria de tener 15 años. Vinieron después las actuaciones en directo y aprendimos a guardar cola durante horas para tener el mejor sitio, a chillar sin pudor, a estar locas por Ramón y un poco menos por Manolo, aunque también.  Aquellos chicos de jersey de pico y pinta de novios y yernos perfectos inauguraron, también sin saberlo, una nueva forma de escuchar música donde hablaban de ti y de las cosas que a ti te pasaban. Un milagro. Una liberación.

Por aquel entonces empezaron a vender discos en las tiendas de todo tipo y uno de nuestros grandes placeres era ir al escaparate a ver las novedades. Quizá el mejor, por su amplitud, era el de Optica San José Radio, en la Calle Ordoño, un establecimiento que vendía gafas pero que un día colocó un disco que nos rompió totalmente los esquemas por el peinado de los cuatro chicos que aparecían en la portada. Cuatro melenudos, dijimos, qué raro, acostumbradas a una España que censuraba hasta el peinado. Y volvimos varios días, uno tras otro, y empezó a comentarse en la ciudad la facha de aquellos ingleses e incluso hubo chicos que trataron de dejarse el flequillo un poco más largo con la consiguiente bronca en casa. El flequillo, aquel ridículo flequillo de los Beatles de entonces, pasó a ser emblema de una rebeldía juvenil que se tornó feroz cuando por fin entramos en la tienda, compramos el disco y lo escuchamos.

Recuerdo especialmente Twist and Shout, que invitaba al delirio, a la contorsión salvaje, a agitar las melenas en grupo hasta el mareo, a pesar de que nadie sabía inglés e ignorábamos que era precisamente eso lo que nos animaba a hacer John con su voz. Tampoco sabíamos entonces que el que cantaba era Lennon pero luego comprendimos que solo él podía hacerlo con aquel punto un poco canalla y aquella habilidad para lanzar alaridos de un erotismo inédito. Qué distinto de la corrección impoluta de Manolo y Ramón, qué sugerente ese baby, que era lo único que entendíamos, cuántas veces repetimos ese come on ,come on.., una vez que alguien nos explicó lo que significaba..Para entonces ya sabíamos que John Lennon era, junto con Ringo, el feo del grupo, muy distinto de  McCartney, aunque este nos resultaba un poco nenaza, y muy por debajo de George, que siempre fue el más atractivo para mí. Pero poco a poco supimos cuándo y cómo cantaba John, añadiendo ese punto de acidez que nos embriagaba tras una fila de dientes imperfectos y sin embargo irresistibles.

Con aquella música mi generación descubrió el inglés y volvió sus ojos al mundo anglosajón, que ya conocíamos también por Elvis. Yo descubrí que España era pequeña, a pesar de la propaganda del régimen, y empecé a soñar con ir al extranjero, con visitar  Inglaterra y comprobar que allí los chicos podían llevar el pelo largo sin que les castigaran en casa. Y que tú te podías hacer novia de un melenudo y presumir de él por la calle.

1967.Visito Inglaterra por primera vez y no me decepciona. Descubro la versatilidad del idioma, tan distinto al que aprendo en España, sus malabarismos fonéticos, su adecuación a los distintos estados de ánimo o de clase social, su mansedumbre para sonar siempre distinto en la garganta de un genio. Conozco el paisaje urbano donde crecieron Los Beatles y entiendo sus letras, sus mensajes, sus diferencias. Hace tiempo que escucho una y otra vez sus temas en un picú de los de entonces y que sigo su camino al estrellato. Yo ya estoy en la universidad y de hecho ese año empezaré la especialidad de Filología Inglesa, fascinada por un mundo de libertad tan lejano de nuestra España cainita. Pero además ocurre todo esto en un año mágico porque vió la luz el álbum del Sgt. Pepper´s,  quizá el disco que más me haya marcado de la historia y que todavía hoy me sigue sorprendiendo cuando lo escucho. Yo, que jamás he tomado drogas ni similares, me coloco inmediatamente con Lucy in the Sky with Diamonds, por ejemplo,y siento que la música tiene colores y que dibuja paisajes con la garganta de Lennon rebosando sensualidad. Dudo que el más potente de los ácidos consiga esa hipnosis donde la palabra tiene los contornos de una imagen y la plasticidad de un lienzo. Y antes de acabar ese mágico 1967 llega Magical Mystery Tour y se obra otra vez el prodigio. Me muero de emoción escuchando I Am the Walrus, ese galimatías  inspirado en el poema de Lewis Carroll  La Morsa y el Carpintero donde Lennon abraza la arbitrariedad del signo lingüístico:¿por qué tiene que haber un significado para cualquier significante?  No es casualidad que años más tarde yo dedicara mi tesis doctoral a Alicia a través del Espejo. Pensé hacerla sobre Los Beatles, pero la universidad de entonces lo hubiera considerado una herejía.

 1980. Soy profesora de literatura inglesa en la universidad e imparto un programa que yo misma confecciono con total libertad. Tengo dos hijos y menos tiempo para desmelenarme escuchando música en casa, pero así y todo sigo siendo una melómana empedernida. He vivido con dolor la separación de los Beatles, como una traición a tantos años de lealtad, como si me amputaran  una parte del pasado, y asisto a la trayectoria de Lennon como gurú universal del pacifismo y otros ismos. Odio a Yoko Ono y la culpo de todo lo que la culpa la prensa y muchas cosas más. En los círculos femeninos la ponemos a caldo sin eufemismos e incluso criticamos que ponga a John de amo de casa ( nuestro sueño con los maridos, por otra parte) porque eso le aleja de la música. En clase me salto el programa de vez en cuando y analizo algunas letras de sus canciones, algo que más tarde avalaría el Nobel de Literatura a Bob Dylan. También noto la avidez de los alumnos por saber sobre Los Beatles, por practicar el inglés con sus temas, entre los que destaca el mensaje universal de Imagine. No recuerdo cuántas veces lo escuchamos y cuántos encendidos debates tuvimos en torno a la figura de Lennon y su activismo, pero sí recuerdo que las discusiones continuaban en el pasillo o en la cafetería, transgrediendo la ortodoxia académica. Una parte de la asignatura se aprobaba con una exposición oral y en una ocasión un alumno se atrevió con el dúo Paul/John, estableciendo las diferencias y los logros de cada uno. Confieso que aquel día aprendí mucho, aunque nunca se lo dije al alumno. A veces los profes somos muy injustos.

El día que mataron a Lennon se hizo un silencio extraño poblado de llamadas de teléfono para saber más del asunto. Y digo silencio porque en aquel momento parecía que el mundo se había parado y que no había más tema que este para comentar. Recuerdo que le dediqué una clase y que tuve la impresión de envejecer de repente, incluso de morirme un poco.

2020. Ya han pasado 40 años y ahora sí que estoy envejeciendo de verdad, con todo lo bueno y lo malo que esto implica. Ayer pensé mientras paseaba cómo hubiera sido mi vida si no hubiera entrado aquel lejano día en Optica San José Radio a comprar el disco de los melenudos. Y si no me hubiera entregado con devoción a escuchar su música y sus letras, que me abrieron un mundo nuevo  personal y decidieron mi futuro profesional, que tantas satisfacciones me ha dado. Porque he sido muy  feliz compartiendo conocimientos y placer en el aula y tratando de crecer en experiencia y experiencias. Creo que de algún modo lo sigo haciendo cuando escucho, por ejemplo, Twist and Shout y todavía me invade el delirio aunque me falte la melena.

Gracias, John Lennon, por el talento y la marcha que nos regalaste. Allá donde estés, no te imagino descansando en paz.  

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