Hace exactamente dos años, el 5 de julio de 2021, Valeriano Bozal –Madrid, 1940-Madrid, 2023– daba una entrevista a Juan Cruz en El País, que el periodista canario inflamaba con el título adoptado, al hacer constar que “El franquismo ha reaparecido como una sombra cada vez más amenazadora”. Y eso sin ser una entrevista política. Cuando, bien a las claras, el texto interior era más matizado y compensado: “No me siento capaz de juzgar la Transición; por una parte, se logró construir un sistema democrático donde y cuando parecía de todo punto imposible, por otra, la amnistía perdonó todo tipo de crímenes y de violencia. En España no ha habido ninguna “comisión de la verdad” o cosa parecida. Quizá no era posible crearla, no lo sé. Seguramente la presión de los llamados poderes fácticos —ejército, policía, judicatura, iglesia, etcétera— era demasiado intensa. No lo sé, lo supongo. De cualquier manera, la herencia de la dictadura es muy profunda y no es fácil que desaparezca, si es que ello es posible”. Todo ello, la entrevista citada era fruto de la reciente publicación del doble libro de memorias de Valeriano Bozal, Crónica de una década y Cambios de lugar en 2020. Y que ya había merecido un texto anticipado – no tan incendiario y más ajustado al contenido– como el de Jordi Gracia, A pie de obra –Babelia, 6 febrero 2021–. Cuyo extracto dejaba claro el contenido: “El escrúpulo de veracidad guía las memorias del historiador del arte Valeriano Bozal, que repasa la resistencia cultural antifranquista sin decorarla con epifanía heroicas”. Justo lo contrario de lo titulado por Cruz en su titular de combate.
Además, en estas páginas de Hyperbole, y con motivo del obituario de Alberto Corazón, ya pude anotar alguna captura sobre Bozal: “Llevaba varios días leyendo el último trabajo de Valeriano Bozal Crónica de una década (2020) –que se publica juntamente con Cambios de lugar, dos libros en uno como cuenta V.B. en el prólogo– cuando llegué a la página 131 donde emerge –como una estela brillante– Alberto Corazón (Madrid 1942-Madrid 2021). De él dice Bozal: “Corazón no era, como lo es ahora, pintor, era diseñador gráfico. Nuestra relación empezó en la editorial Ciencia Nueva [tan cercana al Partido Comunista, como que estaba tutelada y dirigida por Manuel Azcárate (1)]. Su trabajo tuvo éxito, diseñó para otro editores, hizo algunos libros en euskera para niños, de las portadas de Ariel, las de Seix Barral, las de Felmar –la editorial de Felipe Cantos, impresor–, el Boletín de Colegio de Doctores y Licenciados y, sobre todo los libros de Comunicación [su editorial, por otra parte, tanto en la serie A como en la B]. Alberto Corazón y Enric Satue –CAU, Alfaguara, Instituto Cervantes, Austral– fueron, junto a Daniel Gil los diseñadores que cambiaron la gráfica”. Lo que omite Bozal –junto a nombres destacados del diseño como Ángel Jové, Diego Galán o Mauricio Serrahima– es el azar por el que llega Corazón al diseño gráfico en Ciencia Nueva: “El sello que fundó con unos amigos, Ciencia Nueva, publicó ‘Ciencia y política del mundo antiguo’ de Benjamin Farrington. No había portada, así que él asumió su diseño”.
“El carácter de la crónica bozaliana –proseguía en mi comentario– de los sesenta-setenta, me hizo recordar –salvando todas las distancias– al trabajo que acomete Alberto Corazón con Pedro Sempere en 1976, para la citada ediciones Felmar, La década prodigiosa. Que es otra manera de narrar gráfica y textualmente –y esto es importante en el primer Corazón como en el último– la experiencia vivida y los saltos de la memoria.
Este paralelismo en tantas cosas de Bozal y Corazón me hace observar que Corazón ya había anticipado ese análisis de los años de vértigo. La ventaja de Bozal es escribir con el tiempo ya en la lejanía, de aquellos momentos fundamentales en la historia política y cultural del periodo, lo que le permite valoraciones más sosegadas y recuentos más centrados. Bastaría observar que algunos de los protagonistas que cita Bozal, ya han aparecido en estas páginas –sobre todo en los Obituarios–. Así serían Tomás Llorens, Paco Calvo Serraller, Antonio Bonet Correa, Eduardo Arroyo, Pepe Esteban, Pepe Caballero Bonald, Alberto Corazón y Xavier Rubert de Ventos, entre otros. Junto a estas figuras repetidas, Bozal acoge la relevancia de otros nombres propios, como José María Moreno Galván –relevante crítico de arte de la revista Triunfo y gran agitador de la escena cultural de esos años–, Juan Benet –del que, por oposición a Rafael Conte, no valora su narrativa, pero si sus ensayos–, José Luís López Aranguren, Sánchez Ferlosio, Víctor Erice y Manuel Sacristán. Junto a ello –y ese es el recuento de Jordi Gracia– el papel activo de Bozal en revistas y editoriales: desde Ciencia Nueva a Zona abierta, desde Nuestra Bandera –ligada al PCE, aunque Bozal estuviera por poco tiempo al frente– a La Balsa de la Medusa, por no hablar de todo el proyecto editorial de Comunicación– serie A y serie B–, compartido con Corazón y que tendría su prolongación matizada con la colección de textos de arte que editara en Antonio Machado, Miguel García Sánchez, bajo el nombre de La Balsa de la Medusa, que luego tomaría la revista en 1987, y en donde publica relevantes trabajos suyos como Mimesis: las imágenes y las cosas –1987–, Los primeros diez años: 1900-1910. Los orígenes del arte contemporáneo –1991– y El Gusto –1994, dentro de la serie Léxico de estética. Como puede observarse en todo ello, el papel de Bozal es transversal tanto en el mundo de la cultura –de 1972 es su trabajo Cultura y Capitalismo, en la colección de Cuadernos para el diálogo, Los Suplementos–, como en la historiografía del arte –con amplias conexiones con Calvo Serraller, Juan Antonio Ramirez, Jaime Brihuega y Estrella de Diego–, en editoriales diversas, revistas especializadas y monografías de arte. Autor temprano, ya en 1972, asumen el proyecto de síntesis de Historia del Arte en España, donde desgrana las primeras expresiones artísticas desde la prehistoria hasta los movimientos más recientes. Bozal fue, además, comisario de diversas exposiciones sobre Goya –del que publicó varias monografías y estudios – y sobre Arte contemporáneo. Y en la Bienal de Venecia de 1976 comisarió junto a su colega, ya fallecido, Tomás Llorens, la exposición España. Vanguardia artística y realidad social. 1936-1976 que sostuvo una sonada polémica que abría las vías de la revisión historiográfica del arte del franquismo y cerraba ciertos debates.
Así Bozal, recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2020, presidió, además, el Real Patronato del Museo Reina Sofía entre 1994 y 1997. También fue miembro del Consejo Rector del Instituto Valenciano de Arte Moderno.
Sobre su vertiente docente, Peio Riaño ha escrito en El Diario: “Valeriano, el catedrático que empezó dando clases en Vallecas, no era ni un pijo ni un capillita. Eran los perfiles que se estiraban por entonces en las aulas de la ‘caja de cerillas’. Enseñó a mirar ampliando el género artístico, atendiendo a las consecuencias políticas e ideológicas, a los asuntos materiales que rodean a la creación artística y que tan poco interés despiertan en la historia del arte de los colores y las formas. La historia del arte es una “ciencia” caníbal, que se devora generación a generación, a veces con nuevos descubrimientos y otras, con ocurrencias. Bozal siempre fue pudoroso con sus hipótesis y jamás recurrió al mito del “buen ojo”. Defendió los protocolos de la historia del arte, que exigen método y que, precisamente, el “ojo” niega. El encendido elogio del ojo que observa y certifica lo que ve para firmar beneficiosas atribuciones, ha dejado una huella nociva en la credibilidad del oficio”.
(1) Hay un debate soterrado sobre la pertenencia de V.B al PCE que él mismo aborda de forma velada. Así en la página 36 de Crónica de una década deja claro su lugar. “Me parece justo abordar aquí una cuestión que siempre late en el relato en que se habla de las relaciones con el PCE, ya sean de militancia, ya sea de simple acompañamiento –el compañero de viaje–. He leído el análisis que hace Jordi Gracia en su biografía de Javier Pradera, de los conflictos entre éste, Semprún, Claudín y otros militantes, con la dirección del PCE, pero yo formaba parte de aquellas personas de aquellas personas, muchas, que estaban en las orillas del partido, no dentro de él”.
En tiempos de facultad fuimos a verle a su despacho en busca de un favor extracurricular y nos lo concedió inmediatamente: se trataba de una carta de recomendación que creo que aún conservo. Luego conocí a su hija mayor, que era y es pintora, y poco más tarde, en Berlín, a su hija menor, que tuvo la gentileza de invitarme a una fiesta en su piso que estaba abarrotada y en la que apenas nadie era monóglota como yo.
Tengo dos o tres libros de Valeriano en casa, uno sobre el concepto de arte posmoderno. Ya me pongo, ya me pongo…
OSV, Bozal fue antes filósofo que crítico e historiador del Arte. Y parece que se notaba tal condición, al aproximarse al mundo del Arte desde las cimas de los conceptos y las ideas. Sus últimos trabajos publicados en la Balsa de la Medusa, son excelentes. También lo es, por otras razones, la Crónica de una década.
No lo dudo, pero no vendamos tan barato el título de “filósofo”, que luego nos lo compra cualquiera baratisímo y nos deprecia el esfuerzo…
De repente, por cierto, recuerdo haber estado en su casa, donde nos citó tras la rogatoria al despacho. Típico pasillo estrecho con estantería de obra que alberga miles de libros y que lleva a habitación-estudio con los pertrechos habituales, que yo nunca poseeré: amplio escritorio, teléfono fijo, archivadores, agenda-rolón, fotos enmarcadas con otros grandes encéfalos, etc. Lo pasé bien, pero para ser filósofo se precisa mucho menos: Gesammte Werke de 12 grandes hombre más una, Arendt. Por ahí se empieza y, si se es austero, por ahí se termina. Lo demás no es leer, sino mirar…